Hasta hace algunos años hablar de hamburguesas era hablar de comida callejera, comida rápida y comida chatarra. Ya fuera servida en un combo con papas y refresco, como último recurso para un domingo de flojera, o, en el mejor de los casos, en un puesto de lámina en la calle, consumir una hamburguesa era equivalente a lo que hoy sería una sopa instantánea: comida rápida, para salir del paso y con el mero fin de quitar el hambre. Pero las cosas han cambiado.

Ni el tío Sam es tan gringo como la hamburguesa.

Sin necesidad de presentación, la hamburguesa es tan estadounidense como la bandera de franjas y estrellas; pero como todo buen norteamericano, sus orígenes son extranjeros. Su historia comienza con el filete hamburgo (hamburg steak): una porción redonda y ligeramente plana de carne de res molida y asada. Este platillo se popularizó en Estados Unidos con la llegada de los inmigrantes a finales de siglo XIX; época en la que se difundió por el país e, inevitablemente, comenzó a comerse entre dos panes. A partir de ahí, los registros son confusos.

Uno de los personajes a quienes se les adjudica su creación es Louis Lassen, quien creó el famoso platillo en 1900 en New Haven, Connecticut; o al menos así se menciona en Loui’s Lunch, lugar que actualmente es administrado por su tataranieto.

Desde su nacimiento la versión clásica se ha mantenido vigente por muchos años: carne, queso, aderezos y acompañamientos. Su difusión, e inevitable mutación, llegó en la década de los 80’s cuando las cadenas de comida rápida se expandieron vertiginosamente por Estados Unidos y otros países.

La efervescente popularidad de la hamburguesa hizo que ésta llegara a aclimatarse a los países donde llegará según las costumbres alimenticias. Esta adaptación habla de la gran versatilidad del platillo, que aunque en su origen sea una, sus formas pueden ser infinitas; para crear una infinidad de variantes, simplemente basta con dividir la hamburguesa en partes principales: pan, carne, aderezos y guarniciones.

Los cimientos de un gran platillo

Las posibilidades de panes para hacer hamburguesa son numerosas. Pero, dos panes destacan de todas las posibilidades: bollos con ajonjolí y bollos de papa. No son decisiones basadas en el simple gusto; la textura es el factor fundamental. Estos panes son vehículos ideales para la carne por ser suaves, porque se les puede untar aderezos como mayonesa o mantequilla y se les puede dorar en sartén o tostar para soportar la humedad de los numerosos ingredientes. El primero, de un sabor neutro y el segundo ligeramente dulce, son los ganadores sobre otras opciones como english muffins, pan de caja, brioche, pita, baguette, etc.

La carne lo es todo

Los puristas, sin embargo, sostendrán que la carne es la base del platillo. Y en parte tienen razón; ahí comenzó el Génesis de la hamburguesa. En Loui’s Lunch, el autodenominado lugar donde se creó la hamburguesa, llevan este principio a niveles extremos: la carne la sirven con pan de caja, ya que aseguran los bollos distraen del sabor de la carne. La misma teoría se aplica a la catsup, condimento que también distrae por su sabor. ¿Qué fórmula siguen para una carne tan protagonista? Un mezcla de 5 tipos diferentes de cortes, que en suma logran 92% de carne magra y 8% de grasa en la carne. Algunos diferirán de la cantidad de grasa para la carne perfecta, aumentándola, pero eso es cuestión de percepciones.

¿Cuántos aderezos?

Por otro lado, la mostaza americana, la catsup y la mayonesa forman la santísima trinidad de la hamburguesa. Pungente, dulce y untuosa son los respectivos adjetivos que cada aderezo aporta a la hamburguesa, aunque las variantes pueden incluir hasta salsa BBQ, mostaza Dijon, Sriracha®, etc; así como infinidad de derivados como salsa tártara, alioli, mostaza con miel, mayonesa de chipotle, catsup picante, tzatziki, hummus, salsa de ostión… Las opciones pueden ser infinitas, así como los gustos y juicios de cuál es el mejor aderezo.

Para coronar

Los clásicos: cebolla, jitomate, lechuga y pepinillos. Aquí las posibilidades son interminables y juegan todas las características: sabor, textura, temperatura, picor… Y justamente en los acompañamientos es donde más se hace presente la subjetividad. ¿Es mejor una lechuga romana para darle textura? ¿Es mejor una escarola para aportar amargor? ¿Es mejor una francesa para darle vistosidad? La respuesta está en quién la responda.
La hamburguesa vive su mejor momento. El platillo fue revalorizado y ahora es sencillo encontrar una hamburguesa con ingredientes de calidad. La eclecticidad del platillo es tanta que puede seguirse comiendo parado en un puesto callejero o en un restaurante 3 estrellas, como la DB Burger, una hamburguesa con bollo de parmesano y carne de sirloin rellena con costilla braseada, foie gras y trufa negra. Y todas las formas son válidas, todos los gustos son aceptados y no hay mejor forma de celebrar tan versátil platillo que probando cualquiera de las múltiples variables. Eso sí, sin cubiertos.

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