Ucrania está en el centro de las noticias nuevamente. Hubo, en efecto, un incidente detonante, pero hay también razones de fondo. El incidente que refiero ocurrió en el Mar de Azov, en el estrecho de Kerch, un estrecho que conecta por mar el territorio ruso con la península de Crimea, territorio ucraniano. Bueno, en teoría, pues desde que Rusia ocupó y se anexó Crimea en 2014, para Moscú se trata de un estrecho que conecta, ya incluso mediante un puente, a dos partes de su propio territorio. El incidente se suscitó cuando tres barcos de guerra ucranianos cruzaban el estrecho. Buques de la guardia costera rusa abrieron fuego contra ellos. Capturaron a 24 marinos ucranianos, hiriendo al menos a seis. Las versiones sobre el incidente, obviamente, difieren dependiendo de quién las cuente. Lo que sabemos es que el evento motivó la declaratoria de ley marcial por parte de Kiev, un renovado llamado a sancionar a Moscú por parte de varios países europeos, el potencial despliegue de los avanzados misiles S-400 en Crimea por parte del Kremlin, un amasamiento de tropas de Rusia en su frontera con Ucrania y la cancelación de la cumbre Trump-Putin que estaba programada para ocurrir en el marco de la reunión del G-20 en Buenos Aires. ¿Qué hay detrás de estos eventos y hasta donde podrían escalar las tensiones?

Algunos antecedentes. La península de Crimea domina al Mar Negro. Desde ese espacio se puede controlar el comercio, la navegación, el destino y tránsito de una importante cantidad de recursos. Es una especie de torre de vigilancia que determina quién entra y sale de Eurasia. Por eso fue tan peleada durante tantos años. Crimea perteneció a Rusia desde 1783 hasta que Khrushev la cede a Ucrania en 1954. Pero podríamos decir que quizás desde la percepción rusa, Crimea nunca fue propiamente “perdida”. En una primera etapa, no se estaba entregando Crimea a otro estado, pues Ucrania no era un país independiente, sino una república integrada a la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Una vez que Ucrania declara su independencia en 1991, Rusia no siente en realidad que estuviese “perdiendo” Crimea toda vez que (a) conserva ahí una importante flota que resguarda sus intereses, y (b) percibe a Ucrania como un estado que depende del Kremlin y, por tanto, destinado a permanecer dentro de su zona de control y seguridad. En 2014, en Kiev se juntaron varios factores. De un lado, en el movimiento que se conoció como la “Revolución de la plaza Maidán”, una parte importante de la sociedad ucraniana se manifestaba fervientemente contra lo que se percibía como el dominio del Kremlin sobre Ucrania. Al mismo tiempo distintos actores externos llamaban a Kiev a alejarse de Rusia y acercarse más a Occidente, ofreciendo para ello las cartas de un acuerdo de asociación con la Unión Europea y potencialmente la membresía a la OTAN. En la visión de Putin, tras dichas protestas del Maidán y la consecuente deposición del presidente pro ruso Yanukovih (calificada como golpe de estado por el Kremlin), Ucrania rompe con sus lazos históricos y se escapa de la esfera de Moscú. Así, la península crimeana, estimada por Putin no solo como estratégica sino muy probablemente como propia, se estaba saliendo de las manos rusas.

Moscú decidió enviar un mensaje contundente e intervino militarmente en Crimea. Luego, en unos cuantos días, se organizó un referéndum de independencia que fue abrumadoramente ganado por la mayoría étnica rusa que habita la península. Y así, sin el reconocimiento internacional, Crimea fue anexada a la Federación Rusa. Paralelamente, desde ese año, el Kremlin ha auspiciado una rebelión en el este ucraniano protagonizada por la población étnicamente rusa de esa otra región. Desde entonces, la Unión Europea y Washington han impuesto sanciones al Kremlin. También desde entonces han tenido lugar numerosos intentos de mediación y acuerdos que han buscado terminar con dicha insurrección. Sin embargo y a pesar de altibajos en las hostilidades, la rebelión del este ucraniano sigue sin resolverse.

Este es el contexto en el que ocurre el incidente de la semana. Según la versión rusa, los barcos ucranianos estaban navegando en mares rusos y debieron solicitar permiso para su tránsito. Según Kiev, los buques ucranianos procedían de una zona ucraniana no disputada además de que, gracias a un tratado existente, no necesitaban solicitar permiso para el tránsito por ese estrecho.

Las interpretaciones de los objetivos de cada una de las partes, también varían según el análisis. De acuerdo con algunos textos, Kiev sería quien intencionalmente está provocando el escalamiento de las tensiones con el objeto de reavivar el tema y colocar sobre la agenda esta serie de cuestiones irresueltas que muchos parecen ya tener en el olvido. Para hacerlo, se elige precisamente la semana previa al encuentro que iban a sostener Trump y Putin, encuentro en el que algunos sospechaban que Trump iba a relajar algunas de las sanciones que hoy pesan sobre Moscú, dando con ello la vuelta a la página sobre la cuestión de Crimea. Al provocar el incidente mencionado, Kiev estaría consiguiendo que, gracias a la atracción que el caso suscitó, el presidente estadounidense se encontrara mucho más presionado que de manera previa. Los hechos llegan, además, en un momento en el que Trump se encuentra internamente cuestionado por reportes que indican que sus lazos e intenciones comerciales con Rusia mientras estaba en su campaña electoral, habrían sido mayores de lo que inicialmente se sospechaba. Al final Trump decide, en efecto, cancelar la cumbre. En otro sentido, el presidente ucraniano, Poroshenko, se podría anotar algunos puntos favorables en vísperas a las elecciones ucranianas de marzo en las que busca reelegirse.

De acuerdo con otra interpretación, es posible que haya sido Rusia quien provocó y está sacando provecho del incidente. Putin ha estado enfrentando importantes presiones internas y protestas masivas por diversas causas políticas y a raíz de decisiones como incrementar la edad de retiro. Adicionalmente, la economía rusa sufre ya desde hace tiempo de condiciones muy complicadas. La popularidad de Putin que era famosa por sus altísimos niveles, se encuentra claramente a la baja. No sería la primera vez que el presidente ruso emplea el sentimiento nacionalista que en el pasado le ha rendido frutos considerables para catapultar su imagen. Aunado a lo anterior, tenemos el componente externo. En tiempos de creciente confrontación, Putin necesita seguir enviando a Occidente mensajes de fuerza, marcar su territorio, señalar lo que en su visión forman sus líneas rojas como Ucrania, y en especial Crimea.

El incidente en cuestión, la primera ocasión en la que el Kremlin reconoce abiertamente haber disparado en contra de militares ucranianos, demuestra cuán dispuesta se encuentra Moscú a usar la fuerza en la defensa de lo que considera su zona de seguridad.

Es difícil aún determinar si lo sucedido obedece a la primera o a la segunda interpretación. Probablemente se trata de una combinación de ambas, en donde los dos actores encontraron oportunidad para empujar sus agendas. Lo relevante es que el incidente y las tensiones posteriores nos recuerdan que: (a) Hay varias situaciones que permanecen irresueltas en cuanto al tema ucraniano. Una de ellas es el estatus de Crimea, península que se encuentra ocupada de facto por Rusia, que la comunidad internacional no reconoce como territorio ruso, pero de la cual no parece que Rusia vaya a salirse en algún momento cercano y que, por tanto, al seguir siendo motivo de sanciones económicas, tiene la posibilidad de seguir generando dificultades en las relaciones entre Moscú y Occidente. Otra situación irresuelta es la insurrección del este ucraniano y el estado de conflicto permanente que esta situación genera entre Moscú y Kiev; (b) De manera más profunda, podemos ver que este no es sino uno de los temas que enfrentan a Occidente con Rusia, salvo que en este caso particular no se trata de una zona de influencia como Siria, sino de una zona de seguridad que Moscú considera vital para sus intereses; (c) Todo ello produce un elevado potencial de conflicto en donde el Kremlin busca proyectarse como dispuesto al empleo del uso de la fuerza, a soportar sanciones o aislamiento diplomático, y a llegar hasta las consecuencias que sean necesarias con tal de enviar sus mensajes.

Si lo anterior se entiende, lo que sigue es naturalmente hacer lo necesario por distender la cuerda, desescalar la crisis más inmediata que se detonó a partir del incidente del Mar de Azov. Pero si esto se logra, es indispensable no dejar las cosas en ese punto, sino proceder a una resolución seria y de fondo ante todo el polvorín que se ha generado desde el 2014. Dado el entorno que se ha venido construyendo en el globo, urge impedir que este tipo de crisis mantengan su potencial explosivo.

Twitter: @maurimm

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