En esta semana de discursos y mensajes de Trump acerca de la migración y el muro fronterizo, muchas notas están marcadas por el “fact-checking”, la verificación de hechos o de la información mediante la que el presidente estadounidense ha argumentado su caso. Varios medios de comunicación dedicaron amplios espacios a contrastar con datos duros lo que Trump afirmaba. La propia demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la cámara de representantes, durante su mensaje televisado estuvo anteponiendo “The fact is… (El hecho es…)” a varias de sus líneas. Lo interesante, sin embargo, es que Trump ha logrado establecer tal conexión con determinados sectores de la sociedad estadounidense—para quienes su discurso tiene todo el sentido del mundo, y ante quienes el despliegue de datos solo parece alimentar su desconfianza—que me parece fundamental comprender qué es lo que hay en juego, y cómo debe jugarse ese juego bajo reglas que no siempre dominamos.

Empecemos por un tema que ha sido muy abordado en este espacio: el miedo. Desde sus primeros discursos, Trump entiende y presenta a su país como un sitio descuidado, plagado de violencia, crimen, droga y terrorismo, del que los mandatarios previos—demócratas y republicanos por igual—han perdido todo control. Los males de la nación, bajo esta óptica, proceden de afuera. Por las fronteras porosas y desatendidas, aprovechándose de leyes laxas y benévolas, penetran “hordas” de criminales, “lo peor de sus países”, para infestar a Estados Unidos con droga, violencia y terror. En esa lógica, entonces, prohibir la entrada a “todos los musulmanes”, parece tener sentido, pues ellos traen consigo—siempre desde afuera—“oleadas” de atentados. Y en esa misma línea, un “grande y hermoso” muro, es la “única” solución para garantizar la seguridad del país frente a la “crisis” y “emergencia” provocada por los migrantes del sur, entre quienes, por cierto, llegan no solamente miembros de bandas criminales y cárteles de la droga, sino también “personas de Medio Oriente” que buscan atacar.

Ante ese discurso, tenemos el contraste de información proporcionado por analistas como nuestro exembajador en Washington y apreciado colaborador de este diario, Arturo Sarukhan, quien a través de su cuenta de Twitter aportó datos como este: De acuerdo con la agencia de Aduanas y Protección Fronteriza, de octubre del 2017 a marzo del 2018 únicamente los nombres de 41 personas que han buscado ingresar a EU desde México estaban en las listas de sospechosos o conocidos terroristas. No obstante, de ese total, solo seis fueron identificados como personas extranjeras; 35 eran ciudadanos estadounidenses o residentes permanentes. En cambio, una cantidad muy superior de sospechosos de terrorismo intenta ingresar a EU desde Canadá. Podemos añadir datos en el mismo sentido: un análisis de Peter Bergen y David Sterman publicado en Foreign Affairs en 2018, indica que, después del 11 de septiembre del 2001, el terrorismo en suelo estadounidense ha ocasionado unas 200 víctimas mortales. De este total, 104 han sido ocasionadas por jihadistas y 86 por atacantes de extrema derecha. Pero de todos esos atentados, el 100% ha sido perpetrado por ciudadanos estadounidenses. El propio Departamento de Estado indica en un reporte reciente que “no hay evidencia creíble” de que algún grupo terrorista haya enviado operativos para penetrar la frontera desde México o se haya asociado con algún cártel mexicano para tal efecto. Así que ya sea por motivaciones islámicas, por motivaciones de extrema derecha o por otras, la realidad es que los terroristas que parecen tener más probabilidades de éxito para llevar a cabo sus ataques, se encuentran dentro y no fuera de EU.

En cuanto a la correlación migración-crimen podríamos compartir incluso más datos duros. De acuerdo con un reporte de la AP, también de esta semana, una gran cantidad de estudios sociales han encontrado que tanto los indocumentados en Estados Unidos como los inmigrantes con documentos son menos proclives a cometer actos criminales que los ciudadanos estadounidenses. Una investigación publicada en marzo del 2018 por la revista académica “Criminology”, la cual consiste en un estudio sobre crimen violento en EU desde 1990 hasta 2014, concluye que la inmigración indocumentada no incrementa los niveles de violencia. Otro estudio de Robert Adelman, profesor de la Universidad de Buffalo, que analiza 40 años de crimen en 200 diferentes áreas metropolitanas, incluso encontró que la presencia de inmigrantes contribuye a la disminución del crimen. En fin, podemos seguir citando datos, estudios, reportes y toda la información que se desee.

Y, sin embargo, en el discurso de Trump, y, sobre todo, en términos del vínculo emocional que consigue establecer con su base de seguidores, esos datos no solo son irrelevantes, sino que son procesados a través de sesgos y suspicacias. “¿Cuánta sangre estadounidense más tiene que ser derramada antes de que el Congreso haga su trabajo (de aprobar los fondos para la construcción del muro)?”, preguntaba Trump en horario estelar de televisión nacional el martes. Los migrantes son “sangrientos”, en palabras simples. El muro es la “única” forma de detener el “derramamiento de sangre”. Y los demócratas son “cómplices por esa sangre derramada”.

Trump habla con ese lenguaje a una base republicana que ya está convencida de que el mayor problema del país es, en efecto, la inmigración (de acuerdo con encuestas de salida en las últimas elecciones, el 75% de votantes republicanos así lo pensaba). Se trata de un sector de la población que, mayoritariamente, tiene miedo (solo considerar que 96% de quienes dijeron que votarían por Trump en 2016 expresaron tener miedo ante posibles ataques terroristas, siendo que la probabilidad de que un estadounidense muera en un atentado de esa naturaleza es una en 29 millones).

Contra esa ansiedad, contra ese terror y contra los relatos sangrientos, es difícil que las investigaciones y los datos puedan competir, al menos al interior de ese sector al que me refiero.

La pregunta entonces no es qué tanta capacidad tiene Trump de convencer e influenciar a esa capa específica de la población, sino en qué medida esa base le alcanza para sumar apoyo y eventualmente reelegirse, o en qué medida sus contendientes tienen la capacidad de presentar un caso mediante narrativas alternativas que movilicen a otros sectores de manera suficiente durante los meses que siguen.

Esto es lo que hay que entender: Trump está en lo suyo. Hay una “crisis”. Los criminales y los terroristas “nos invaden” y el muro es la “única garantía” para nuestra seguridad. ¿Quieren mantener cerrado el gobierno durante meses o años? Adelante. Cada día que pase es un día más en el que el presidente envía el mensaje a sus aterrados seguidores de que, a diferencia de los mandatarios del pasado y a diferencia de los demócratas en el presente, él sí está dispuesto a proteger a los estadounidenses. Y a pesar de que hay muchos millones de ciudadanos que no piensan así, quizás hace falta asimilar con mayor claridad los canales emocionales por los que este tipo de retórica se desplaza y moviliza, y presentar discursos y narrativas alternativas que logren contrarrestar mejor el uso del miedo que tanto le ha funcionado a Trump a lo largo de estos años.

Twitter: @maurimm

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