Quizás por la cercanía geográfica, quizás por nuestros lazos históricos y culturales, o quizás porque a la mayor parte de nosotros nos duele lo que ocurre en Venezuela desde hace muchos años, la situación de ese país y las decisiones que al respecto de éste se toman, provocan debates apasionados y se convierten en uno más de los temas que polarizan nuestras opiniones. Sin embargo, intentando analizar lo más desapasionadamente posible las circunstancias que hoy marcan a Venezuela, propongo hoy revisar algunos de los escenarios que vislumbro, explicando por qué, tras muchos años de estudiar conflictos, procesos de paz y transiciones en todo el mundo, no soy particularmente optimista tras el aislamiento político internacional al que el gobierno de Maduro está siendo sometido.

Para ello, antes es indispensable preguntarse qué es lo que hasta ahora sostiene al mandatario venezolano en su silla. Esta pregunta no es banal. Venezuela lleva ya muchos años viviendo un proceso crítico que combina una gravísima contracción económica (de casi 2/3 de su PIB en solo los últimos 2 años), hiperinflación (la cual según el FMI en 2019 llegará a 10,000,000 %) y escasez (lo que desde hace tiempo incluye productos de primera necesidad). A ello hay que sumar una insostenible crisis de seguridad que ha convertido a ese en uno de los países más peligrosos para vivir de todo el planeta. Bajo esas condiciones, quizás lo único que podría amortizar un poco la situación, sería el uso de la política de manera fluida como espacio para dirimir los naturales conflictos que la combinación de esos factores genera. No obstante, los canales políticos han estado cada vez más cerrados, y los espacios para la libre manifestación de ideas y opiniones fueron paulatinamente bloqueados. Es verdad que el chavismo llegó a contar con una base de apoyo popular amplísima, pero naturalmente, a medida que la situación se ha venido deteriorando, esa base se ha reducido enormemente. Así que, insisto, ante todo ese potencial de conflictividad, lo que hay que preguntarse es cómo es posible que el gobierno de Maduro siga resistiendo. ¿En qué radica, por ejemplo, el hecho de que cada vez que ha habido movilización y manifestaciones masivas éstas tienden eventualmente a ceder ante la represión y no crecen al punto de provocar la renuncia de este gobierno? Identifico algunos factores.

Uno de ellos tiene que ver con el respaldo de la cúpula militar, la cual, a pesar de disidencias aisladas que han sido contenidas, una y otra vez ha terminado por cerrar filas en torno al mandatario. Esto a su vez refleja la probabilidad de su complicidad en temas como las violaciones a derechos humanos (ver reportes de Amnistía Internacional 2016-2018 como ejemplos), o incluso en otras cuestiones como corrupción y negocios ilícitos (también un tema documentado internacionalmente por centros de análisis o por medios como el Washington Post). Tanto para esa dirigencia militar como para otros sectores de las élites gobernantes, hasta ahora, la figura de Maduro ha sido percibida como la mejor o quizás única alternativa que garantiza su estabilidad y que neutraliza las amenazas a que pudieran verse sometidas con un gobierno opositor. Es decir, parece ser que, hasta ahora. el costo de respaldar a Maduro ha sido menor que los riesgos de su potencial caída. Esto podría, en efecto, cambiar si es que, desde la óptica de estos grupos de poder, Maduro deja de garantizar las certezas que requieren. Pero si acaso realmente llega a suceder—por ahora no es el caso—que dicha dirigencia militar retira su apoyo al actual gobierno, ello no supone inmediatamente que lo que vendría será una transición pacífica o democrática. En cambio, si las élites militares se siguen sintiendo fuertes por otros factores que menciono a continuación, no tendrán duda en respaldar el uso de la violencia para proteger sus intereses y seguir neutralizando cualquier amenaza percibida.

Acá entra un siguiente factor. Hasta ahora, Maduro ha contado con un importante respaldo internacional por parte de ciertos gobiernos, lo que va desde algunos latinoamericanos como el de Cuba o Bolivia, hasta los de potencias globales como Rusia y China. Pero dado el estado de tensión que se ha venido tejiendo a nivel internacional por un lado entre Moscú y Washington y por el otro, entre Beijing y Washington, es probable que tanto Rusia como China encuentren ahora un área de oportunidad incluso mayor en Venezuela. Adicionalmente, a Rusia y China, se han venido sumando otra serie de países quienes a su vez tienen sus propios desencuentros con Trump, o bien, quienes tienen sus propias agendas y razones para mantener su apoyo a Maduro, como lo es el caso de Turquía. El auxilio a Maduro puede llegar de diversas maneras, empezando por respaldo diplomático, o por medio de flujos de capital e inversiones, a través de compras de al menos una parte del petróleo que probablemente EU dejará de adquirir de Caracas, o hasta incluso mediante despliegues militares o navales como ya hemos visto. La cuestión es que más allá del soporte material que todo esto implique, es probable que el gobierno y la cúpula militar se sigan autopercibiendo con la fuerza necesaria para resistir ante la ofensiva política interna y la ofensiva diplomática externa, lo que solo incentivaría la perpetuación del conflicto con altas probabilidades de que la violencia se incremente.

Hay un elemento más. Desde hace años, en Venezuela, la oposición ha sido incapaz de mantener la unidad necesaria como para enfrentar a su monumental adversario. Ahora mismo, al interior de la oposición, hay muchas voces a favor, pero también algunas en contra de la decisión de Guaidó de autodeclararse presidente. La ausencia de un frente unificado naturalmente ha contribuido a la sobrevivencia de Maduro quien entiende muy bien en este factor, y quien trabajará para seguir fomentando la división.

¿Cuáles son entonces las alternativas a la presión máxima, especialmente ante el cierre de los canales de diálogo que el propio Maduro ha exhibido en el pasado? Entiendo que no es simple, y me queda claro que, ante la desesperación, es complicado idear opciones. Sin embargo, normalmente, cuando llega a funcionar alguna fórmula para destrabar conflictos como el venezolano, ésta no solo incluye estrategias de presión, sino que paralelamente abre puertas para incluir a todas las partes enfrentadas dentro de esquemas de negociación. Si en cambio, como parece suceder en estos momentos, diversos actores internos y externos llegan a la conclusión de que esa no es ya una alternativa viable, y, como resultado, el monto de presión ejercida aísla al actor en cuestión, entonces, se termina por clausurar cualquier salida negociada. La consecuencia de una dinámica como esa, normalmente es que se fortalece el proceso de radicalización del actor aislado, el cual usualmente tiende a comportarse de formas más, no menos agresivas, activando espirales que a veces resultan interminables.

Por consiguiente, una posibilidad es que el gobierno de Maduro encuentre medios para aprovechar los recursos materiales y políticos internos que le quedan, así como el respaldo militar y el internacional que le estará llegando, para perpetuarse en el poder. Otra posibilidad es que, ante la crisis, Maduro siga perdiendo aliados internos, y que eventualmente la dirigencia militar decida que ese mandatario ha dejado de servir a sus intereses. Lo que no veo, lamentablemente, es que incluso ese posible escenario automáticamente resulte en una transición democrática y pacífica. Eso es lo que hoy me indican las circunstancias internas, las internacionales, y los muchos casos que hemos estado atestiguando en el globo a lo largo de la última década. Pero esa es solo mi visión. Me puedo equivocar.

Twitter: @maurimm

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