Es impactante la cantidad de frentes que Trump tiene simultáneamente abiertos, todos ellos con alto potencial de escalar conflictos en distintos rubros. Ya de esto he escrito en el pasado. Pero hoy tenemos algo más experiencia. Entre otras cosas, hemos tenido que ir asimilando lo poderoso que es el ejecutivo estadounidense cuando se propone evadir los contrapesos que el sistema político de ese país impone y cuando cuenta con aliados y cómplices quienes a veces se dicen “agraviados” por su lenguaje o sus formas, pero quienes terminan beneficiándose de muchas de sus políticas. La cuestión es que ahí, en medio de ese torbellino de frentes internos y externos, está México. Por tanto, es indispensable echar un vistazo a todo el entorno, siquiera para comprender un poco mejor al personaje con el inescapablemente que tenemos que tratar.

Empecemos por considerar el nivel interno en EEUU. Desde su toma de posesión hasta la fecha, Trump ha estado librando batallas con todo tipo de actores, no solamente contra los demócratas. Los conflictos inician en la Casa Blanca (de lo que nos hemos ido enterando paulatinamente gracias a filtraciones varias, reportajes, libros como el de Woodward, y por supuesto, observando la alta rotación de su círculo cercano). Ahí están sus enfrentamientos con sus propias agencias de seguridad porque desconfía de ellas, o los choques de visión estratégica con el Pentágono o con el Senado. Considere usted, por ejemplo, la cantidad de veces que el Senado (republicanos incluidos) se ha intentado imponer para limitar los lazos entre la Casa Blanca y Arabia Saudita a raíz del asesinato del periodista Khashoggi, y la cantidad de veces que Trump ha conseguido evadirse de ello, o pensemos en sus pugnas con el Departamento de Estado (incluidas las renuncias de embajadores) o con el exsecretario de defensa Mattis por temas como Qatar, Siria o Afganistán. Trump tiene frentes abiertos con jueces y cortes en distintos asuntos, con organizaciones civiles, con medios de comunicación, con gobiernos estatales o con empresarios de determinados sectores. Hoy por supuesto, uno de los más importantes frentes es el que tiene con la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes, muchos de quienes se rehúsan a abandonar el caso de la investigación especial sobre la injerencia rusa en las elecciones del 2016, y quienes se debaten entre iniciar o no un juicio de destitución justamente cuando las precampañas electorales están próximas arrancar.

Parte de la crisis actual con México tiene que ver justamente con ese tipo de conflictos. Independientemente del acuerdo que se haya logrado, esto no ha terminado, faltan muchos capítulos más. Según encuestas de salida de las elecciones legislativas de 2018, siete de cada diez votantes republicanos consideraban el tema migratorio como la razón principal para emitir su voto. Más recientemente, un estudio de opinión publicado por Harvard y Harris confirma que la mayoría de electores en EEUU considera a la inmigración como el tema más importante que enfrenta su país, por encima de la seguridad social, el terrorismo, la seguridad nacional, la economía y los empleos. El problema es que el asunto migratorio no está mejorando en esta administración; al revés. Los cruces migratorios ascendieron 32% solo de abril a mayo, y ya han alcanzado los niveles más altos en siete años. Por tanto, para Trump, culpar de esta crisis a México y a los demócratas, así como enfrentarse con cualquier clase de actor interno con tal de defender sus propuestas en esa materia no solo es algo a lo que está acostumbrado, sino que genera un ambiente que le funciona.

Pero salgámonos por un momento de la política interna en EEUU. Trump ha abierto frentes por ejemplo con Corea del Norte, un frente que inició en 2017 con una escalada brutal, no solo mediante amenazas, sino también acciones efectuadas por ambos bandos. A pesar de que ese asunto se logró desintensificar temporalmente y se favoreció un espacio para el diálogo, hoy retorna peligrosamente al camino del conflicto. De igual modo, está el frente abierto con Irán a partir del retiro de Washington del acuerdo nuclear, la reactivación y aumento de sanciones y presión máxima, y la escalada militar de las últimas semanas. Hay un frente abierto en el tema venezolano (por ahora menos encendido que hace unas semanas, pero aún con elevado potencial conflictivo). Hay frentes abiertos con los países europeos en materia comercial, en temas de seguridad o en otros como por ejemplo el cambio climático. Adicionalmente, aunque para Trump el asunto de ISIS está “resuelto”, el frente contra el terrorismo está lejos de agotarse. Sin mencionar las decenas de grupos terroristas operando en unos 70 países, solo ISIS, tras la derrota del “califato” en Siria e Irak, se mantiene reajustándose y mutando, desplegando capacidad de ataque o colaboración con grupos locales en países donde anteriormente no había operado como lo vimos en Sri Lanka en abril o esta semana en Mozambique, o bien, donde siempre ha operado como también ocurrió tristemente esta semana en el mismo Irak.

Y luego están los dos frentes mayores, el de Rusia y el de China. A pesar de sus muy personales deseos de entablar una conexión con Putin y a pesar de su encanto por ese mandatario, la dura realidad ha terminado por imponerse. Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia viven hoy su peor momento desde la Guerra Fría. Esto se está traduciendo en temas como la cancelación de acuerdos de control de armas y la reactivación de la carrera armamentista (ahora con nuevos y muy peligrosos avances tecnológicos), o bien en temas como la ciberguerra, la guerra de información o mediante confrontaciones indirectas en espacios donde ambas superpotencias compiten. Apenas el martes ocurrió un incidente en las costas cerca de Siria—algo que era muy común en la Guerra Fría—en el que un avión espía de EEUU fue perseguido y acosado por un avión ruso hasta que cambió de rumbo. Este tipo de eventos y otros semejantes se seguirán repitiendo pues las perspectivas de distender el frente ruso son escasas.

De manera simultánea, Washington sigue escalando su confrontación con la otra superpotencia, China. Esto, como ya explicamos, no se da solo en el tema comercial sino en muchos otros campos como en el militar, el de la tecnología o en el ciberespacio.

Trump no es, obviamente, el causante de todos los conflictos que menciono. Muchos de ellos como, por ejemplo, el terrorismo, o la competencia entre las superpotencias, obedecen a factores estructurales; se trata de circunstancias que van mucho más allá de los individuos que presiden la Casa Blanca. Lo que sorprende, sin embargo, es que ante todos los asuntos que sí son estructurales, Trump opte por librar batallas no solo contra sus rivales y adversarios, sino también contra sus aliados.

En efecto, pareciera sorpresivo y hasta ilógico que Trump haya decidido abrir frentes al mismo tiempo con sus dos mayores socios comerciales—uno de ellos, China, sí es su rival geopolítico, pero el otro, México, es un aliado crucial—y esté dispuesto a asumir los potenciales costos económicos de este tipo de espirales simultáneas. Pero ese es precisamente el punto. Si contamos los temas que arriba menciono, y todos los otros que no menciono, ya tendríamos que ser capaces de detectar los patrones. Trump abre frentes porque el conflicto es el entorno en el que más cómodo se siente. El conflicto le alimenta y le hace crecer, pues le permite proyectarse como un presidente que cumple con su base, que defiende a capa y espada sus agendas sagradas (como lo es la agenda migratoria), y cada vez que lo hace, siente que se gana un lugar en la historia.

Twitter: @maurimm

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