Una de las cargas más pesadas de Enrique Peña Nieto ha sido Donald Trump. El momento más triste, haber invitado al candidato republicano a México, a pesar de que su mensaje de campaña fue el desprecio a los mexicanos, algo que la historia no perdonará jamás, porque además de ser inexplicable, resultó una herida exacto donde más duele: en la dignidad nacional. El recuerdo popular de Peña-Trump será que en lugar de enfrentar al extraño enemigo como merecía, se le puso un tapete rojo se le dio la bienvenida, se le recibió en Los Pinos, se aguantaron sus impertinencias y se perdió el imperium presidencial.

Probablemente, lo único rescatable en esa relación Peña-Trump sea la tan esperada réplica, a nombre de México, al anuncio tuiteado del gobierno norteamericano de situar tropas para proteger su frontera ante la amenaza de invasión de su territorio. La amenaza la representan todavía la caravana de centenares de pobres y marginados, madres y niños que huyen de la violencia y la miseria que impera en Centroamérica, a la que México no es ajeno.

Si ya se había tardado, el discurso del presidente Peña Nieto es casi impecable. Si acaso lo único que faltó fue sumar a los 125 millones de mexicanos que como dijo, están muy orgullosos de su país, las docenas de millones que vivimos en Estados Unidos, tanto o más orgullosos de México, porque la lejanía acerca. Si bien es cierto que sólo son palabras sin traducción a los hechos, la palabra es mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha. Antes de eso el recuento de su gestión había sido un cúmulo de ruinas.

La respuesta de Peña Nieto está más inspirada en la política interior que en la exterior. En la preparación del mensaje, parece más decisiva la mano del secretario de Gobernación que la del de Relaciones Exteriores. Por fin el gobierno llegó a la convicción de que el problema Trump no se resuelve de un día para otro, o mejor dicho no se resolverá jamás.

La paradoja ahora es que una de las causas más notorias del naufragio presidencial pueda ser su tablita de salvación, lo rescatable para el futuro. Ya que de paradojas se trata, lo ominoso que resultó para Peña Nieto recibirlo en Los Pinos y aguantar ataque tras ataque, para Trump significó uno de sus más vibrantes actos de campaña cuando lució como hombre de Estado. La historia registra ese incidente como el punto de quiebre, el momentum, la explicación de su triunfo en las elecciones presidenciales de EU. Entre más molestaba a México y a los mexicanos más subían sus bonos, mientras el gobierno mexicano callaba.

La reciente embestida a México del volátil Trump, al ordenar el despliegue de tropas en la frontera, puede significar un grave tropiezo de EU y la posibilidad de una dosis de reivindicación para Peña Nieto. El reclamo formal no salva históricamente a Peña Nieto, pero fija un estándar y es admonición: se puede y se debe enfrentar al tirano que bulea.

La alineación de los candidatos presidenciales con la postura presidencial es buena noticia para el futuro mexicano. La relación con Estados Unidos no es un mero asunto bilateral, sino la primera página de la agenda nacional. Queda claro que la excesiva prudencia y las formas diplomáticas tradicionales, aderezadas con suaves maneras mexiquenses utilizadas a la fecha, no han servido ante al desquiciado que pretende gobernar al mundo y hoy que escribo está por mandar a Siria mísiles “bonitos, nuevos e inteligentes”.

Ante el cambio inminente del gobierno federal, la atmósfera política sugiere cambios profundos, como lo advirtió Maquiavelo en uno de sus discursos: “Cualquiera que se hace príncipe de un Estado o provincia, especialmente cuando está débilmente sentado en ellos, no tiene mejor medio para conservar este principado, desde que él es allí príncipe nuevo, que el de renovarlo todo”. El próximo presidente mexicano tendrá que renovarlo todo y recuperar la dignidad de México en el mundo.

Investigador nacional en el SNI

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