En la educación de nuestros niños y jóvenes tenemos concentradas una buena cantidad de aspiraciones, ilusiones y metas. Muchos estamos convencidos que la educación es palanca para el desarrollo de las personas y la sociedad. No obstante, nos encontramos frente a un cúmulo de asuntos por resolver; queremos ser una sociedad democrática, justa, humana, productiva, que cuente con una ciudadanía responsable, competente y solidaria.

Para avanzar en tener una mejor educación para todos, hace cinco años se le confirió a la evaluación educativa una enorme responsabilidad. Para realizar esta función tan importante, se estableció la autonomía constitucional del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE). El INEE de 2013 es muy diferente al de 2002. Con la autonomía se ampliaron sus atribuciones. Además de la medición y evaluación de componentes, procesos y resultados del Sistema Educativo Nacional (SEN), se definieron atribuciones normativas como es la emisión de lineamientos de evaluación que tienen un carácter vinculante para las autoridades educativas, de coordinación para dar vida y hacer funcionar el Sistema Nacional de Evaluación (SNEE) y la difusión de resultados de las evaluaciones y, con base en ellos, emitir directrices que orienten el diseño e instrumentación de políticas y programas educativos.

La emisión de directrices les otorga sentido a las evaluaciones. Con las evaluaciones se produce conocimiento valorativo sobre una porción de la educación, sus instituciones, actores, procesos o resultados. Pero es necesario ir más allá del conocimiento buscando su impacto en la transformación de la educación y de la sociedad.

El faro que orienta la evaluación y las directrices es el derecho de todos a recibir una educación de calidad; significa que los niños y jóvenes en edad de estar en la escuela para realizar su escolarización obligatoria, asistan a la escuela, desarrollen aprendizajes que sean importantes para su vida presente y futura, permanezcan en la escuela y terminen sus estudios con oportunidad.

Pensemos en los jóvenes de 15 a 17 años; se esperaría que estuvieran estudiando su bachillerato. A pesar que la mayoría de los que concluyen la educación secundaria se inscriben en una escuela de la educación media superior, tienen grandes dificultades para transitar por este nivel educativo y concluirlo con éxito y oportunidad. Como dato: entre 600 y 700 mil jóvenes abandonan este nivel educativo cada año.

En el INEE nos propusimos generar directrices para mejorar sustancialmente la permanencia de los jóvenes en el bachillerato. Para ello, se reunieron evaluaciones, se encargaron estudios especiales, se analizó con detalle la estadística escolar, se consultó a personas clave y se emitió un paquete de cinco directrices que son: dar mayor fuerza a institucionalizar acciones para la permanencia en el bachillerato; mejorar la formación de tutores y las condiciones en las que desempeñan su quehacer; fortalecer las competencias docentes; promover ambientes escolares seguros, incluyentes y democráticos; y diseñar nuevas estrategias de reincorporación educativa de los jóvenes, atendiendo la diversidad de sus contextos sociales. En suma, se trata de propiciar un conjunto de acciones públicas que garanticen trayectorias escolares exitosas para nuestros jóvenes.

El pasado miércoles 22 de marzo nos dimos cita para una conversación sobre estos asuntos: Hortensia Aragón, Silvia Ortega, Tere Lanzagorta, Lorenzo Gómez Morín, Francisco Miranda y quien suscribe. En una siguiente entrega hablaré de sus importantes aportaciones.

Consejera de la Junta de Gobierno del INEE

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