El sábado, en su discurso de “celebración” en Tijuana, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo: “de los 521 mil migrantes que ingresaron a México por la frontera sur para llegar a EU, 159 mil son menores de edad, 43 mil son niñas y niños viajando solos. Es claro que ante esta amarga y dolorosa realidad no se puede decir que hay que cerrar fronteras o aplicar medidas coercitivas.”

Aunque por mucho tiempo criticó a las Fuerzas Armadas y las llamó “perpetradoras de masacres” y aunque dijo que iba a dar reversa a la “militarización” del país, no le importó volver hoy al Ejército una moneda de cambio y, así, ha decidido que el primer despliegue de la Guardia Nacional lo perpetren ellos contra los migrantes.

Nadie quería que se cumpliera la amenaza de Trump. Sabíamos todo lo que podíamos perder con los aranceles. Pero da pena ver que ni siquiera se hizo el intento de advertirle al gobierno norteamericano que podíamos defendernos, y que algo perderían ellos también. Ahora resulta que Gandhi es el modelo a seguir en negociaciones de comercio exterior.

La defensa de la dignidad nacional no está peleada con la prudencia. Por eso todos sentimos, aunque muchos no lo digan, que a este gobierno le faltó fuerza para responder con dignidad y defender a México.

Se ven aquí también las consecuencias de la demagogia. En campaña, López Obrador no quiso hablar nunca de propuestas concretas en ningún tema importante. Distrajo a todos con frases, pero jamás presentó una propuesta para una migración ordenada y segura, ni siquiera en la famosa “transición”.

Ya en el poder, él y sus funcionarios se pusieron a hablar de que México recibiría a los migrantes y les daría hasta empleo como albañiles del delirante Tren Maya. Hubo quien dijo, de modo desafortunado, que “en cinco días de gobierno resolvimos el problema migratorio”, así de fácil. Pero en realidad, no hubo ni ha habido una política de puertas abiertas, lo que hubo fue un desorden generalizado, los mensajes fueron un desastre y los centros de detención del Instituto Nacional de Migración están ahora rebasados. No hay personal suficiente, gracias a la “austeridad franciscana”. Y ya nos dimos cuenta que nada resolvieron.

Lo que lograron ahora es una declaración de la que se desprende que México habrá de entregar todo lo que le fue pedido y Estados Unidos no tiene más que una obligación que es calificar el esfuerzo de México. En lugar de declaración conjunta le deberían llamar contrato de adhesión firmado por México.

Esos miles de niños y niñas, que llegarán a México, se encontrarán con una “Guardia Nacional”. Ojalá que muchos de los que se quejaron amargamente de que a las Fuerzas Armadas no les correspondían tareas de seguridad sean igual de estridentes para decir que tampoco les corresponden tareas de control migratorio. Aunque, a juzgar por los discursos en Tijuana, muchos críticos ya dejaron, hace tiempo, la congruencia y la honestidad intelectual en otro lugar.

Además, será México quien se encargue de las repatriaciones, no sólo de los mexicanos, sino de todo aquel que al que expulsen o rechacen las autoridades de Estados Unidos. Seremos la sala de espera, sin ninguna regla de reciprocidad; es más, a México se le obliga a darles techo, comida, educación, empleo y seguridad social. ¿Y Estados Unidos? Sólo quedó obligado a “evaluarnos”. Sí, a evaluarnos para ver si cumplimos con las expectativas de EU.

En cuanto a la manifestación organizada en Tijuana, me parece que el Presidente no tiene por qué hacer un mitin de campaña para defender al país, para eso tiene la legitimidad que le da una elección democrática y la legalidad de la propia Constitución y los tratados internacionales.

En una democracia real, el Senado citaría al canciller para que rinda cuentas de las negociaciones, sin ocultar nada. Pero en estos tiempos, este último prefiere recibir aplausos y que el mayor número de medios posible dé cuenta de ese aplausómetro.

Dicen que “salimos con la dignidad intacta”. Ellos, tal vez. México, definitivamente no.

POR CIERTO: Eso de la “austeridad franciscana” más bien se ha convertido en pobreza republicana que muy poco tiene que ver con San Francisco.

Abogada

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