En días pasados leía a Federico Reyes Heroles criticando a quienes señalan que el país es un “desastre”. Federico nos hace un recuento de todo lo bueno que tiene la nación y todo lo que ha mejorado en diferentes rubros; y al final reconoce que México padece inseguridad, corrupción e impunidad, al tiempo que concluye que si no hacemos la valoración objetiva nos puede salir muy caro.

Tiene razón Reyes Heroles en cuanto a que la vida no es blanco y negro, pero si pretendemos hacer un análisis objetivo se hace necesario ponderar correctamente el análisis, porque no es lo mismo que nos digan que en México la esperanza de vida creció tantos años, pero los servicios de salud son del quinto mundo y el sistema de pensiones está quebrado, por lo que no garantiza ingresos futuros que permitan vivir con dignidad al ciudadano en su etapa de adulto mayor.

Creo que los grandes males de nuestro país, coincidiendo con Reyes Heroles, son la corrupción, la inseguridad y la impunidad, pero debemos incluir el abuso del poder como acto de corrupción también, al tiempo que se hace necesario explicar y ampliar estos conceptos.

Primero, México no padece corrupción, lo que tenemos enquistado es un problema de corrupción organizada, es decir, mafias que usan el poder público para enriquecerse y mantenerse en el poder. Nos dice Julián Barquín en el libro Ensayos sobre Corrupción (1999), que “la corrupción organizada adopta necesariamente métodos semejantes a los de la mafia… y se manifiesta en actos sistemáticos de corrupción abierta que responden a circunstancias permanentes de impunidad. Este entorno de impunidad selectiva es generado por el mismo sistema como condición necesaria para su operación. El daño que puede llegar a imponer a la sociedad así parasitada es incalculable. El todo es ahora mayor que la suma de sus partes. Así, las instituciones pierden toda su eficacia hasta llegar a sacudir los cimientos mismos del Estado”, concluye Barquín.

Habrá pues que decirle a Reyes Heroles que México no tiene corrupción, padece corrupción organizada, un sistema corrupto y corruptor que ha infiltrado hasta el tuétano a las instituciones del Estado mexicano, por eso éste sí es un desastre.

Segundo, la inseguridad que vivimos en México no es sólo de delincuencia común, es de delincuencia organizada, misma que se coludió con la corrupción organizada, dando origen a la narco-política. La delincuencia organizada ha infiltrado las más altas esferas de las instituciones del Estado mexicano, incluidas nuestras Fuerzas Armadas, por lo que podemos asegurar que México sí es un desastre.

Tercero, la impunidad obedece a la ineficiencia de las instituciones de procuración e impartición de justicia, a la corrupción y a la alta incidencia delictiva, pero también a estos criterios de impunidad selectiva a los que hace referencia Barquín, que permite que el sistema político mexicano no sólo sea corrupto, sino corruptor, lo que permite al sistema condiciones de autoprotección para garantizar su permanencia. Y esto también constituye un Estado fallido para los ciudadanos que no son cómplices.

Finalmente está el abuso del poder. El abuso del poder es un acto de corrupción. Como ejemplo basta ilustrar que el gobierno es el principal empleador del país y es el peor patrón; son innumerables los abusos y atropellos que se cometen contra los trabajadores del sector público, que se ven sometidos al peor abuso del poder y lo aceptan por temor a mayores represalias, con la aspiración de lograr una base de empleo en el sistema. Esto tiene que cambiar para que el gobierno sea ejemplo del México que queremos ser, y no reflejo del México que somos.

El país se construye de abajo para arriba, pero se debe limpiar de arriba para abajo.

Diputado federal independiente.
@ ClouthierManuel

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