Nunca antes un presidente de Estados Unidos había sido objeto de investigaciones por sospecha de colusión con una potencia extranjera. Después de 22 meses de indagaciones encabezadas por el exdirector del FBI, Robert Mueller, el fiscal general William Barr reportó al Congreso que ni Trump ni sus allegados conspiraron en la trama rusa. Esto llevó ipso facto a Trump a proclamarse ganador indiscutible en esta batalla. Sobre la investigación de obstrucción de la justicia el tono es un poco distinto, dice Barr: “la información disponible no incrimina al presidente, pero tampoco lo exonera.”

Que el presidente Trump haya ganado este episodio de la trama rusa no lo baja de la montaña rusa en que se ha convertido su transitar por la presidencia. Su estilo personal y su manera de gobernar lo han convertido en un político con fama de mentiroso, truculento y poco confiable. Las investigaciones mostraron que varios de sus colaboradores más cercanos comparten las mismas virtudes. Algunos de ellos terminaron en prisión.

El reporte Mueller apunta que, si bien no hubo colusión entre Trump, su equipo y los rusos, la conspiración de éstos durante el proceso electoral 2016 si existió. De las 34 investigaciones judiciales iniciadas, 20 de ellas van directamente contra ciudadanos rusos. ¿De qué estaba enterado Trump y cuando se enteró?, quizás nunca lo sabremos.

En este contexto, no deja de llamar la atención su actitud complaciente y hasta reverente frente a Vladimir Putin, presunto responsable de orquestar la conspiración y a quien el propio presidente Trump ha exonerado de toda culpa. ¿Por qué lo hace? ¿Cuáles son los términos de la relación entre ellos dos?

En mayo de 2017, después de haber removido a James Comey del cargo de director del FBI por haberse rehusado a meter la trama rusa en un cajón, el presidente Trump lo celebró en la Casa Blanca ni más menos que con el embajador ruso y sus allegados. ¿Cómo debemos leer esto? Todo lleva a pensar que hay mucho más en la trama rusa que no sabemos y que sin duda es motivo de preocupación para el presidente.

El fiscal federal tiene la prerrogativa de depurar el reporte de Mueller antes de entregarlo al Congreso y/o hacerlo público. Sin embargo, el ahora fiscal hizo hace unos meses declaraciones públicas acusando de payaso a Mueller y a su investigación de ser un invento. Seguramente eso influyó en su llegada a fiscal federal, pero también en que su credibilidad, al menos frente a los demócratas, esté por los suelos. Si los representantes no quedan satisfechos con la actuación de Barr, tienen el recurso de llamar a comparecer directamente a Mueller. El caso aún no está cerrado.

A pesar de su aparente victoria, el desgaste del presidente Trump en esta trama ha sido inevitable. A pesar de su grandilocuencia, le debilidad de su presidencia es palpable. Su equipo de gobierno es débil y vulnerable. Entre los republicanos, sobre todo en el Congreso, el entusiasmo por Trump sigue bajando. En el exterior, sus pocos aliados como Putin y Netanyahu compiten con él por el título del menos confiable. Sus enemigos políticos no le darán tregua. Las investigaciones en Nueva York, Washington y Virginia sobre sus negocios generan suficiente combustible para que la montaña rusa no se detenga. Ganó una batalla, pero no la guerra.

Lo que él denomina cacería de brujas es en realidad una cruzada encabezada por actores, con poder, que harán lo imposible por evitar la reelección de un presidente a quien consideran mentiroso, tramposo y, como el tabaco, cada vez más nocivo para la salud de Estados Unidos. Todo parece indicar que, mientras sea presidente, no habrá una noche tranquila en la agenda de Donald Trump.

Consultor en temas de seguridad y política exterior.
lherrera@ coppan.com

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