Días antes de su toma de posesión, el presidente electo López Obrador difundió una fotografía: colocado junto a la credenza de su oficina, ostensiblemente mostraba el libro Quién manda aquí, de Felipe González,‎ Gerson Damiani y‎ José Fernández-Albertos. Nadie dudó que el lanzamiento de esa imagen era en realidad la promulgación, urbi et orbi, de las nuevas reglas del juego en los próximos seis años.

Fue una señal contundente; sobre todo porque tan ingenioso recurso se utilizó cuando el estira y afloja entre AMLO y los poderes fácticos enseñorados sobre el proyecto del nuevo aeropuerto de Texcoco, se encontraban en su momento más álgido. Como es bien sabido, la disputa se resolvió como la fotografía lo anticipaba.

Desde entonces casi todo se resuelve así: cambios constitucionales, leyes, presupuestos, programas sociales, proyectos de infraestructura, nombramientos, llevan el sello del mando, riguroso y tajante, del titular del Ejecutivo.

Casi todo, porque hay dos casos que no siguieron la regla: la reforma constitucional para la creación de la Guardia Nacional y los cambios legislativos para revertir la reforma educativa del Pacto por México. En el primero, el Presidente se encontró al Poder Legislativo, específicamente el Senado de la República, poco dispuesto a comportarse como oficialía de partes. La oposición, junto al poder ciudadano independiente, obligaron al bloque oficialista a negociar y crear disposiciones constitucionales democráticamente aceptables.

Pero con la reforma educativa no se sabe quién manda aquí. Hasta hoy está claro que no es el Presidente de la República; la iniciativa que envío a los diputados no pasó. El mando presidencial se topó con otro poder: la CNTE, poseedora de fuerza, al parecer, semejante a la que se aloja en Palacio Nacional.

La CNTE campea por el territorio patrio a sus anchas; con facilidad e impunidad perpetra delitos contra las vías de comunicación: bloquea vías férreas, casetas de autopistas, carreteras y daña a la economía nacional; igual pone sitio al edificio de San Lázaro y convierte a los diputados en trashumantes, exiliados sin recinto, para desarrollar sus labores dictaminadoras de la llevada y traída iniciativa de reforma educativa.

El poder paralelo de la CNTE al parecer ya sacó de sus casillas al Presidente. Es un aliado, mimado e incómodo, sin llenadera. Ni la benigna y destructora negligencia con la que fue favorecido en Michoacán; ni la complicidad y tolerancia a sus desmanes callejeros y bloqueos a los edificios públicos; ni las concesiones amplísimas para agredir la actividad diaria de millones de familias y obstruir el trabajo productivo de los mexicanos, la persuaden a ser recíprocos con su aliado.

Lo peor de todo es que el ejemplo cunde. Ya despertó los intereses de otros demonios que también reclaman su rebanada del botín político, en el que desde antaño el corporativismo tricolor —ahora moreno— convirtió a la educación nacional. Nunca mejor dicho: la maestra vuelve por sus fueros. De los derechos de los educandos ni quien se acuerde.

El Presidente, visiblemente fastidiado con sus contestatarios amigos de la CNTE, afirma que está empeñado en alcanzar un convenio, pero de lo contrario “voy a dejar como estaba antes la política educativa, dejaré las cosas como estaban…” Los buenos entendedores toman nota: aquí mandó la CNTE.

Tal vez en aquella fotografía de la credenza hizo falta otro libro: Las 48 leyes del poder, de Robert Greene. En la número dos aconseja: nunca confíes demasiado en tus amigos. Cuando se llega al poder se convierten en tiranos. Enfurecen como tigres, ¿quién los amarrará? Se pregunta el respetable.

Analista político. @LF_BravoMena

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