Yo no mato gallinas ni en tiempo de guerra, le dijo mi mamá a mi papá en enero del 94 después de la sugerencia de adquirirlas para irlas comiendo durante el tiempo que durara el conflicto. Nadie concebía lo que estaba sucediendo. Muchas familias siguieron reunidas en la casa donde se había llevado a cabo la cena del 31. Se quedaron compartiendo la zozobra y hablando del único tema: el levantamiento zapatista.

Todo era incertidumbre, oídas y especulaciones. Se esperaban con ansias los noticieros del centro del país para saber lo que pasaba ahí junto: en Ocosingo, en San Cristóbal, en Rancho Nuevo. Hasta hoy, muchos recuerdan el sobrevuelo de aviones del Ejército: un sonido totalmente ajeno a lo cotidiano.

Hay muchos relatos de los días que duró la guerra. Del primero al doce de enero en que se anunció el cese unilateral del fuego. Tengo amigos que abrazaron la causa del zapatismo y otros que perdieron el trabajo de años y sus tierras.

La lucha por la igualdad y la dignidad de los indígenas en Chiapas estaba más que justificada. El Estado mexicano, desde que nos constituimos como nación independiente, había apostado a la subsunción de estos pueblos a la cultura dominante, sin reconocer su cosmovisión y el valor de la diferencia. Se necesitó en aquel momento de un líder mestizo que les diera voz. Marcos se convirtió en un referente mundial que removió conciencias mucho más allá de Chiapas y mucho más allá de México.

Después del neo zapatismo, la situación de los pueblos indígenas de Latinoamérica no volvió a ser la misma. Se reconocieron formalmente diversos derechos y se han dado pasos para su real ejercicio, aunque aún hay muchos pendientes.

Se insistió, por aquellos años, en circunscribir geográficamente el conflicto a una zona de cañadas en los municipios de Las Margaritas y de Ocosingo. Es ahí donde ahora operan los llamados caracoles en La Realidad, Morelia, La Garrucha, Roberto Barrios y Oventic. Ahí se presenta el autogobierno y un esquema de organización política y social diferente a la establecida por la Constitución.

Después de todos los esfuerzos para entender la autonomía y plasmarla en un Acuerdo, en los hechos, se sigue dando lo que siempre había pasado: comunidades que eligen su propio esquema de vida sin injerencia estatal.

Los niños que en aquella época eran adolescentes, hoy son los que determinan los pasos a seguir. Quienes tienen 24 años o menos ya nacieron en rebeldía. Ya no necesitan interlocutores mestizos. Es posible que Marcos haya decidido desaparecer porque internamente su presencia ya no era indispensable para continuar con los nuevos estadios de la lucha.

Hace cuatro sexenios, al igual que hoy, estábamos a seis meses de la elección presidencial y de la elección de gobernador de Chiapas. El estado vive ahora una situación mucho más compleja —no sólo en la llamada zona de conflicto—. En toda la entidad seguimos sin superar las brechas de desigualdad, sin hacer productivo al campo, sin valorar nuestra biodiversidad y, lo más grave, sin armonía entre los chiapanecos. En el fondo, el nosotros y ellos continúa prevaleciendo. No hay convivencia sino supervivencia.

Todos los índices de medición de desarrollo siguen siendo alarmantes. La línea de bienestar mínimo continúa descendiendo. Más que al desarrollo sostenido se le ha apostado a la dádiva y eso es insostenible a largo plazo. No mejoramos en educación y eso impacta en la pobreza de capacidades. Chiapas sigue siendo un estado pobre a pesar de sus inconmensurables riquezas.

Hace 24 años los ojos del mundo estuvieron puestos en nuestro estado. Hoy es momento de que Chiapas ponga los ojos en Chiapas, que sintamos confianza para salir de este impasse que ha implicado seguir postergando soluciones definitivas a los problemas añejos.

Directora de derechos Humanos
de la SCJN. @leticia_bonifaz

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