Dos cosas sorprenden en el debate nacional. La primera es la discusión sobre el pasado y el futuro. La segunda son los pugilistas que se disputarán el 2018. De manera prominente, el PRI y Morena se han concedido mutuamente el placer de competir el uno contra el otro. Desde 2015, el Presidente viene perfilando (y lo ratificó en su Informe) que la gran disputa del año próximo será entre el populismo, el pasado o cualquier otra etiqueta con la que se quiera descalificar a Morena y el PRI, que se presenta como el garante y paladín de las reformas. Para reforzar esta idea de dos invitados al baile, Andrés Manuel López Obrador se ha esmerado en reiterar que, en realidad, sólo hay dos sopas: la propia y la de la mafia en el poder, en cualquiera de sus variantes. Contentos estaban ambos con esta idea de enfrentarse en el ring del 2018, cuando el Frente empezó a tomar cuerpo tanto como estructura política en el Legislativo, como en algunos proyectos regionales (Jalisco y probablemente la Ciudad de México).

Es sintomático que, desde los voceros del gobierno, hasta los caricaturistas-propagandistas de AMLO, utilizaran su indudable ingenio crítico para descalificar al Frente. Tan contentos estaban ellos, PRI y Morena, de bailar un vals en privado que les altera por igual la posibilidad de un frente que pueda competir con ellos en la disputa del favor popular. Falta, sin duda, un candidato que materialice esta disposición, todavía poco articulada, pero los dos oponentes les han cedido un terreno que podría ser muy fértil: ser el portador de futuro y es que, en ese curioso debate sobre quién representa el pasado y quién el futuro, el PRI y Morena están tal para cual.

Empiezo por describir a un PRI que se nombra el “Caronte” hacia el futuro mientras reparte tarjetas rosas, convive con estafas maestras y no dice ni pío cuando la familia de un secretario es acusada de vender gasolina robada. Si ése es el futuro, que baje Dios y lo vea. Tampoco pueden presentarse como portadores de la buena nueva cuando los temas que colapsan al país tienen que ver con su incapacidad para atender la agenda de seguridad y procuración de justicia. Es verdad que han procesado reformas importantes para fomentar la competencia, pero en cada gesto, en cada palabra, el PRI nos recuerda un pasado que no cesa y un futuro que no llega. Sorprende que quieran ubicar a AMLO como inquilino único del siglo XX por su innegable proclividad a la ideología nacionalista revolucionaria y por la compañía de personajes con un cuestionable compromiso con la democracia liberal. Su ambiguo posicionamiento respecto a Venezuela lo retrata de cuerpo entero; y aunque es minoritario, el apoyo a Corea del Norte de alguno de sus socios, nos deja ver lo más rancio de la izquierda comunista. No entiendo, sin embargo, por qué se ofenden los morenistas cuando ubican a su líder en el pasado, si él mismo se reconoce un nostálgico del México de los 70. En una misiva que envió a Andrew Gilmour, secretario general adjunto de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, decía:

“En los últimos 30 años la economía de México es de las que menos han crecido en el mundo; se abandonó la política de fomento al campo; se dejaron de crear empleos y se desatendió por completo a los jóvenes, a los cuales se les ha negado el derecho a la educación y al trabajo. Esto explica, en gran medida, el resentimiento social y el estallido de violencia que desde hace años aqueja a mi país”.

Es claro que para AMLO, este país hace 30 años funcionaba mejor. Yo, por supuesto, no lo creo, como tampoco creo que el PRI tenga un mensaje de futuro. ¿Lo tendrá el Frente?

Analista político. @leonardocurzio

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