Por una explicable razón, los mexicanos tendemos a apropiarnos de la UNESCO mucho más que de cualquier otra dependencia o representación de Naciones Unidas . El papel articulador y vigorizador que Jaime Torres Bodet le dio a ese organismo, le confiere un perfil que ningún otro tiene en la escena nacional. Las instituciones cuentan, pero pesan también las personas y para elevar el relieve de esta organización internacional dedicada a la educación y a la cultura, tuvimos la fortuna de contar con una excepcional representante que termina su misión en México . Me refiero a Nuria Sanz .

Su presencia en nuestro país ha sido muy valorada en muchos ámbitos y eso se explica, entre otras cosas, por su vibrante actividad. En el plano nacional, además de impulsar los objetivos 2030 en las materias de su competencia, buscó interacciones novedosas con los medios de comunicación, la protección de periodistas y la defensa de las libertades y la pluralidad. Tuvo una variada actividad en la articulación de iniciativas, convocatoria y edición de libros colectivos, conversatorios, remembranzas y proyecciones; la huella que deja Sanz en este país es enorme.

Consiguió dar visibilidad a la condición dual de Calakmul (ambiental y cultural). Nos recordó que en esta tierra se domesticó el maíz y que un desierto puede ser una fuente inagotable de belleza y diversidad. Más recientemente bregó porque el Archipiélago de Revillagigedo se convierta potencialmente en las Galápagos mexicanas. Trabajó también, de manera denodada, en que tuviéramos un salón en Palacio Nacional con las declaratorias de patrimonio de la humanidad que se han convertido, para México, en una suerte de auto constricción (como dirían los sociólogos de la acción) de nuestra propia capacidad destructora, porque la gran paradoja mexicana es que nuestro talento para crear solo es comparable con nuestra capacidad de destruir. Por eso, las declaratorias de la UNESCO son tan importantes para evitar que algún día convirtamos a Teotihuacán en un mercado o a Chichén Itza en un centro comercial. La autoridad moral de la UNESCO ha evitado, por ejemplo, que Xochimilco profundice su deterioro a pesar de que, en muchos casos, es el ejemplo más claro de lo que nuestros antepasados nos legaron y nosotros obstinadamente queremos destruir. Pero ese no es el asunto, el tema hoy es recordar que Nuria Sanz contribuyó, de manera decisiva, en inspirar que en la constitución capitalina el patrimonio histórico no fuese solamente coleccionar piezas de museo o conservar viejos edificios, sino dar vida y sentido de pertenencia a una comunidad que se enriquece por recibir cultura y sensibilidad de generaciones anteriores.

Trabajó también con los migrantes y en expresiones culturales tradicionales como la miel de las abejas meliponas y todos los saberes milenarios que en este país tienden a diluirse tras el embate plebeyo de la cultura de masas y el inglés mal asimilado.  Nuria Sanz es todo aquello que uno imaginaría que un representante de la UNESCO debe ser. Es arqueóloga y, por tanto, sensible a la línea del tiempo; es políglota y, por tanto, un ser de múltiples sensibilidades. Transita sin complicaciones de la sofisticación académica a las expresiones de cultura popular sin perder la compostura y sin impostar, como lo hacen tantos, que se sienten fuera de juego, en una u otra esfera. Puede citar a Tirso o ver la pintura de un joven migrante con la misma actitud interesada y sensible. Es una mujer infatigable que entendió que México tiene 2 millones de kilómetros cuadrados y ¡vive Dios! que los recorrió todos, no se estacionó en la zona poniente de la capital. Su legado es enorme y su presencia en México fue inspiradora y luminosa.

Analista político. @leonardocurzio

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