El Índice de Confianza del Consumidor se había convertido en el mejor termómetro para medir el entusiasmo que Andrés Manuel López Obrador generó. Después de una larga racha de meses en ascenso, en marzo ha registrado una tendencia inversa. El potente discurso del nuevo modelo económico y el final del neoliberalismo entusiasmaba a muchos sectores de la población que asociaban las ineficiencias del sistema económico mexicano a una doctrina a la que se le han asignado la mayor parte de los males. El neoliberalismo está muerto por decreto presidencial, pero dos de sus pilares fundamentales son, con buen criterio, preservados por el propio gobierno. Uno es la defensa del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (T-MEC) y el otro es la disciplina presupuestal. En estos días el gobierno ha demostrado que se toma con toda seriedad los dos temas. Para mí, esos son gestos que refuerzan la credibilidad en la conducción económica del país. Pero también son expresiones de que la situación económica y financiera no se transforma por decretos políticos, ni por el entusiasmo de la gente. Para que crezca la economía hace falta seriedad en la conducción gubernamental pero también inversiones y productividad. En el tema de inversiones está claro que, cuando finalmente decidan que quieren hacer con el sector energético, tendremos claridad sobre si este país puede atraer más inversión o volveremos al modelo de control gubernamental. Por supuesto que en una democracia se puede optar por uno u otro, pero lo que no se puede es tener los beneficios de ambos, es decir, control gubernamental y una cuantiosa inversión privada. Tendrán que decidir entre la ideología y el pragmatismo. Pero lo que es claro, a estas alturas, es que el crecimiento previsible no será superior al 2%.

Para muchos compatriotas la posibilidad de ver una mejoría directa en sus ingresos y los de su familia empieza a perfilarse como una aspiración en el mediano plazo. Los incrementos en la gasolina, suavizados después por un impuesto, han impedido, en estos meses en donde la inflación ha remitido, sentir que la quincena da para más. Tampoco hay un ambiente de euforia económica en muchos sectores en los cuales la idea de la austeridad franciscana inhibe inversiones y retrasa decisiones económicas fundamentales para que el país crezca más. El aterrizaje de las expectativas a una realidad económica que se mueve con dificultad, se convierte en un problema político para el presidente, pues deberá explicar que los beneficios de declarar muerto al neoliberalismo no serán inmediatos. Por supuesto que los segmentos que empiecen a recibir ayudas directas de los programas sociales en algunos meses percibirán una mejoría en su economía familiar, pero la inmensa mayoría, que vive de su sueldo, mantendrá el nivel económico que hasta ahora tiene. Las posibilidades de que una notable mejora en los servicios públicos haga rendir el sueldo y se vea un incremento de la satisfacción del consumidor, se perciben muy distantes.  No hay camino fácil a la prosperidad y mucho menos sin esfuerzo. Un sistema educativo basado en el rigor y en una capacitación eficaz para el empleo es la única manera de garantizar movilidad social sobre bases duraderas. No parece que ese sea el camino entregando becas sin restricciones de promedio. Muchos observadores se preguntan si este indicador de confianza del consumidor del mes de marzo es el fin de la luna de miel. Espero que no, porque de expectativas también vive el hombre y si todo el entusiasmo generado se diluye, en los próximos meses perderemos todos, los partidarios y los críticos de López Obrador. Este país requiere confianza en su gobierno y en sus instituciones para salir adelante. ¿Qué puede haber más natural que ilusionarse por tener una mejor vida? El genuino entusiasmo de la gente no se merece una respuesta frustrante. En un acto “convenientemente espontáneo” un ciclista alcanzó al presidente el día 1 de diciembre y le dijo que él no podía fallarle a la gente. Esperemos que este exhorto que el mandatario retomó en su discurso se materialice y le economía crezca, como se prometió en campaña, al 4%. Y si no, habrá que ir moderando expectativas y explicarle al soberano que tampoco en este sexenio se conseguirá el objetivo de un crecimiento elevado y sostenido. De nada sirve celebrar el cadáver del neoliberalismo si el muerto no deja una herencia de prosperidad, porque cambiar de modelo económico para seguir siendo pobres es el peor negocio que un país puede hacer.

Analista político. @leonardocurzio

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