De desgarramientos. Nada hay de original en los desgarramientos del PAN que ocupan la agenda de la semana. Son sólo una partícula del gran proceso de desestructuración de las organizaciones políticas a escala nacional y global. En el caso del partido de la derecha mexicana —que viene ya de desprendimientos del pasado reciente y remoto— sus mermas de hoy se presentan como el cobro de las facturas correspondientes a sus pródigas cosechas de militantes y votantes de ayer: las que le trajo la migración de una parte del empresariado (Clouthier, Rufo, Fox) que vio roto su pacto con los regímenes del PRI a raíz de la expropiación bancaria de 1982.

Tampoco podían faltar en el espectáculo de este tiempo de desertores los políticos priístas trepados al vagón triunfante del PAN en los primeros 12 años de este siglo, ahora preparándose quizás para los cambios de piel de la nueva temporada. Y está también el incentivo mayor para el rompe y rasga en que se ha convertido las pelea por el control de algunos partidos: los cientos o miles de millones de dinero público que acumulan sus cúpulas elección tras elección.

Las cosas no son muy diferentes en los partidos de la izquierda. Atrapados por el aluvión de desertores priístas de 1988 (y de los que los siguieron) éstos coparon desde entonces las direcciones del PRD y sus candidaturas a la Presidencia. También ganaron con esa franquicia, a partir de 1997, la Ciudad de México, además de gubernaturas y alcaldías. Entre éstas, trágicamente, las de Guerrero e Iguala, con su carga de 43 normalistas desaparecidos. Y a la cabeza de la deserción del PRI de tres décadas atrás, Cárdenas, Muñoz Ledo y más tarde López Obrador, a su vez desertaron después a otras causas.

De defecciones. En particular, AMLO emigró con sus fieles a la fundación de otro partido, Morena, del cual ya se fue uno de sus, hasta ayer, más devotos adeptos, Ricardo Monreal. Éste, en su propia cadena de defecciones, ha podido pasar de combativo legislador priísta, a poderoso gobernador perredista, a titular, por Morena, de la principal delegación del ahora ex DF, a la búsqueda, esta vez, de otra plataforma de lanzamiento para el gobierno de la capital.

Y en este caso, como en el de Margarita Zavala, se puede encontrar otro incentivo para el abandono de los partidos convencionales: el azolvamiento de las vías para dar cauce a aspiraciones o ambiciones de sus integrantes. Así aparece lo mismo en los motivos que dio Margarita para su salida del PAN, que en la decisión de Monreal de buscar la gubernatura de Zacatecas por el PRD, tras el veto que le impuso el presidente Zedillo a fin de que no lo postulara el PRI, que en el anuncio reciente del zacatecano de que su “ciclo en Morena está terminando”, una vez que las palabras mayores de AMLO se interpusieron en su camino al gobierno de la CDMX.

Horizonte 2018. Finalmente, en el caso del PRI, para la elección de 1991 ya estaba repuesto con creces de la defección de quienes se fueron en 1988 para adueñarse de las franquicias de la izquierda. Pero el antiguo partido hegemónico no pudo con una defección mayor: la del presidente Zedillo, quien solía decir que el PRI —que lo había llevado al poder— debía pagar por su pasado, ni con la fractura impuesta al grupo gobernante con la persecución de su antecesor. Y así, tres años después, perdía la capital y la mayoría en la Cámara de Diputados, y en seis, la Presidencia de la República.

Lo que no deberían perder de vista los mencionados partidos del establishment mexicano es la actual tendencia, global y nacional, a perder votos año con año , en beneficio de opciones anti establishment. Y las decenas de candidaturas independientes de nuestros partidos tradicionales, más el espectáculo de sus encarnizadas luchas internas, más la implacable guerra entre ellos que se avizora en el horizonte de 2018, parecerían dirigirse a robustecer los sentimientos anti partido y anti sistema crecientes en México y el planeta.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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