Balances informativos. En paralelo a los cortes de caja que hacen los medios sobre los desempeños de los candidatos, ya podríamos anticipar también un primer balance de los comportamientos informativos de los medios y de sus efectos en la construcción del próximo presidente de México. Se vio forzado a hacerlo el presidente de CNN, Jeff Zucker, tras la elección que llevó a la Casa Blanca a Trump, ante los cuestionamientos airados de especialistas, consultores y estrategas de los precandidatos republicanos y de la candidata demócrata Hillary Clinton, en un encuentro organizado por la Kennedy School de Harvard.

“Si cometimos algún error —concedió Zucker en cierto tono de contrición— fue que (desde las primeras semanas) probablemente pusimos al aire demasiados de sus actos (de Trump) y los dejamos correr”. Fue en tiempo real, hay que agregar, sin edición ni marcos contextuales de los engaños, amenazas e injurias de la narrativa electoral y hoy presidencial de Trump. ¿Una justificación?: que “nunca se sabía qué iba a decir” y por tanto había “un atractivo en poner esos (espectáculos) al aire”. Zucker invocaba aquí algunos de los valores noticiosos de mayor atracción del periodismo de escándalo: sorpresa, insulto, discordia, conflicto. De hecho, más tarde precisaba que no se arrepentía de la cobertura y daba a conocer un dato central de la justificación: la cadena elevó sus ratings en aquellas semanas a récords jamás antes alcanzados, gracias a que Trump, celebraba Zucker, era un potente “magneto” para atraer audiencias a los medios.

CNN pasó luego a integrar la lista negra de medios informativos bajo el asedio de Trump. Pero los efectos provocados por ésta y la mayor parte de las empresas informativas del país resultaron determinantes en la construcción del actual presidente de Estados Unidos. Congestionadas por el muy rentable rating que les daban las sorpresivas hostilidades y las supuestamente impracticables extravagancias de un candidato presidencial pintoresco, actuaban cínicamente bajo el cálculo —propiciado por las encuestas— de que no había riesgo de que fuera elegido por los ciudadanos en una democracia liberal madura. Sin embargo, Trump conectó con una considerable franja electoral en la que explotó, entre otras emociones, su resentimiento contra las élites políticas y su rechazo a los migrantes.

Magneto mexicano. En México, algunas de las plantas en que se construye el proyecto presidencial de López Obrador se ubican también en los medios: en su cobertura de privilegio dilatada a lo largo de más de tres lustros de campaña y conquistada y reconquistada una y otra vez gracias a la tenacidad profética y a los afilados instintos políticos del candidato. Los medios a su vez valoraron nuevamente en AMLO su condición de “magneto” de los ratings (como Trump, según el presidente de CNN) y lo reeligieron en esta campaña como el definidor primario por excelencia de la agenda pública. Lo mismo con sus acusaciones y sentencias que con sus perdones a la ‘mafia del poder’. Y lo mismo con su amenaza de revertir el legado reformista del actual gobierno que con la cancelación del aeropuerto y la amnistía al narco.

Avengers. Las anteriores propuestas pueden ser vistas como extravagancias para la franja moderna de la población, pero resultan seductoras para la franja en la que AMLO se ha erigido en una suerte de Iron Man, el vengador máximo, en su propia versión de la taquillera The avengers IV, contra las élites políticas y económicas a las que ha convertido ya no en amenazas, sino en verdugos del pueblo, a los que hay que darles donde más les duele. Villanos que depredan y héroes que resarcen están en el centro de la narrativa de los humanos desde las cavernas hasta el último spot de las campañas electorales. Y con esta narrativa López Obrador se convirtió en el gran definidor de la agenda de los medios y se mantiene en la punta de las encuestas desde antes de que se instalara el arrancadero. Pero todavía nadie se enfila a la recta final.

Director general del FCE

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