Con inmenso cariño, respeto y admiración, mi adiós a María de los Ángeles Moreno.

Fraternal felicitación a Pablo Hiriart por su ingreso al cuadro de honor de los periodistas agraviados por no complacer al régimen.


Nuestro totalizador Día del Niño. Pretender que el espectáculo mañanero de Palacio Nacional satisface el derecho de la gente a saber, a estar informada con un mínimo de certidumbre del curso de la nación, es igual a considerar ejercicios democráticos las simulaciones o los escondrijos de ‘consultas’, o las ‘votaciones’ obtenidas de grupos de adherentes tratados como escolares a quienes el presidente les pide que levanten la mano los que estén con él. Todos los días son ahora nuestro Día del Niño total. Bajo esta premisa se incuba un modelo de comunicación presidencial y un proyecto de regresión de los avances democráticos de las últimas décadas. Respecto al modelo de comunicación, lo que se aprecia en el video cotidiano es algo así como un ritual de feligreses que aparecen la mayor parte del tiempo de espaldas y callados, atentos a las frases demoradas de un predicador, ése sí, siempre de frente a las cámaras.

Alguno de los fieles de las mañanas ya fue reconocido como agente de relaciones de políticos con la prensa, habilitado allí como periodista “prudente”, adjetivo con el que exaltó el mandatario a la concurrencia matinal. Otros se identifican como representantes de sitios de internet, especialmente a través de YouTube. Éstos son mayoritariamente adictos al presidente, difusores en las redes sociales de mensajes de odio contra críticos del gobierno y ocasionales preguntones incómodos. En general, la mayor parte de los concurrentes emite ‘preguntas’ ajustadas al guion de la agenda diaria que desde su púlpito impone el presidente.

Para no ir más lejos, ayer una ‘pregunta’ le dio pie para proyectar (no venía preparado) una imagen en power point con la caída de los salarios desde 1976. Y las primeras filas de periodistas fueron ocupadas por una elocuente escenografía: escolares de segundo de primaria llevados allí para festejar el día del niño, o acaso como metáfora del trato, también de menores de edad, a los periodistas “prudentes” y el maltrato a los mozalbetes “imprudentes” que ejercen las libertades informativas ensanchadas en las últimas décadas. En todo caso, un régimen para un país de menores de edad, bien o mal portados.

¿Celebración de la libertad de prensa? El modelo radica fundamentalmente en la saturación cotidiana y repetitiva de afirmaciones a veces pertinentes, pero con frecuencia engañosas, sin probar o francamente falsas, con miras a copar las redes y los espacios mediáticos durante las siguientes 24 horas. Afirmaciones sordas a desmentidos, precisiones y preocupaciones de actores y expertos de la esfera pública, nacional e internacional. Este viernes México llegará a la celebración del Día Internacional de la Libertad de Prensa precedido de una batería de balances críticos de estos cinco meses de gobierno, críticas sin respuestas, más allá de la descalificación de periodistas. El listado de medios del exterior con inquietudes y advertencias va de los financieros Wall Street Journal de Nueva York y Financial Times de Londres, al progresista The Guardian, de Manchester, que comparó el estilo de Amlo con el de Trump en el trato con los medios. A éste se unió el Committee to Protect Jounalists, basado en Nueva York, con la acusación de que el hostigamiento y las amenazas a los periodistas en las redes es resultado directo de las descalificaciones del presidente mexicano, si bien éste culpó de las amenazas a los “conservadores”. La influyente revista Der Spìegel, de Hamburgo, criticó la estrategia (no) informativa en las primeras horas de la matanza de Minatitlán.

Esperanza. No se apaga del todo, aquí y afuera, la esperanza de que el gobierno restablezca una interlocución respetuosa con la sociedad, que atienda la crítica y ejerza una autocrítica que le permita corregir sus decisiones más gravosas.

El hecho de que el script sea desbordado ocasionalmente por reporteros de la ‘fuente’ o por periodistas de Sonora, Baja California o Veracruz, o por Jorge Ramos de Univisión, o por corresponsales de agencias y medios extranjeros acreditados en México, plantea ciertamente anormalidades, pasajeras, al modelo, que no alteran su funcionamiento general. Sobre todo, porque el presidente dicta sus temas, sus acusaciones al personaje, empresa o gremio en turno, sus excusas por los rezagos o sus refutaciones con sus “otros datos”, que no aporta. Y lo hace con independencia de la pregunta, sea que el publirrelacionista no haya entendido lo que tenía que preguntar, sea ante el cuestionamiento más riguroso, o en ausencia de preguntas o cuestionamientos.

En el horizonte más cercano emerge el propósito de restablecer el monopolio de la definición de las conversaciones y las discusiones de la gente. Y a ese propósito le estorban los comunicadores y las empresas que ejercen en plenitud las libertades informativas y de opinión. De allí la insistencia presidencial en descalificarlos, de la mano de su pretensión de reducirlos a la condición de irrelevante pasquín.

El monopolio del poder comunicacional en construcción sería un instrumento, entre otros, del proyecto de restauración de un monopolio del poder político, sin fisuras ni contrapesos, en manos de una persona, sus allegados y, en su momento, de su partido. Con la salvedad, al hablar de restauración, de que los años más duros del antiguo régimen de partido dominante podrían palidecer ante los procesos en curso de concentración del poder. Desde esta perspectiva habría que analizar la exacerbada animadversión contra informadores y consorcios informativos no alineados al gobierno. También la intensa movilización de comunicadores y medios oficiales -autollamados ‘públicos’- y de espacios oficialistas en los medio comerciales -acompañados de una activa maquinaria en las redes digitales- para asignarles primacía acrítica a los mensajes del presidente -y de su corte- y para hostilizar a informadores y opinantes no adictos al poder.

En un régimen presidencial, quien lo encabeza suele ser el emisor de mensajes más atendido por los medios. Por esa vía, los presidentes han pasado históricamente a fungir como los máximos definidores primarios de las conversaciones y los debates en sus sociedades. Ello, a través de los medios: definidores finales del temario de esas conversaciones y discusiones, dentro del proceso conocido como establecimiento de la agenda pública. Pero en las presidencias autocráticas los autócratas no se conforman con ser los principales definidores primarios de la agenda, sino que suelen proponerse el monopolio de dicha definición, excluyendo a todo actor que pretenda concurrir a la competencia colocar temas y enfoques alternativos en la agenda del debate. pEn las sociedades democráticas de mercado, el principio de la libre competencia en el plano de la economía se traduce en el plano de la política en competencia electoral -elecciones libres y en piso parejo- y en el plano de la comunicación en competencia de los diversos actores sociales -democracia pluralista- por definir la agenda pública a través de los medios, a su vez en competencia entre ellos por ganar los mercados informativos.

Profesor Derecho de la Información, UNAM

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