Cada quien sus tronos. Envuelto en polémicas que alcanzan a millones de espectadores de más de 200 países, la serie Juego de Tronos concluyó el domingo en un clímax desafiado en las redes con memes anticlimáticos. Acuerdos antecedidos por desgarramientos político-pasionales, resueltos con un puñal hundido por el héroe en el pecho de la amada insaciable de poder, sellaron la paz entre los siete reinos. La serie ha llamado la atención de literatos, historiadores, politólogos y comunicólogos del mundo. Su culminación ha ocupado la agenda de los medios del planeta y las conversaciones de una franja cultivada de la esfera pública global.

En un juego de palabras, el editor de tv del NY Times abre su reseña con la frase: “Al final, Juego de Tronos se trató de la explosión del juego de tronos”. Pero no sólo fue el estallido del tablero de los juegos de poder: el momento en que la sede del trono de hierro es abrasada por el resoplido de fuego del gigantesco Drogo, en una imagen de estampa bíblica de Jehová arrasando Sodoma y Gomorra. Más en el aquí y el ahora: el final de Juegos de tronos sugiere también el final de un tiempo que parecía interminable de destrucción y muerte, de guerras por el poder, por concentrarlo todo, unos, y por resistir, otros.

Hay académicos que atribuyen el atractivo de la serie a que el gran público la disfrutó como un torneo de siete equipos (los siete reinos) en que el espectador se identifica con uno, al que sigue temporada tras temporada y asiste a la conclusión como a una final del mundial del futbol. Pero también, quizás, la obra conectó con el imaginario de naciones y comunidades en la exploración de las zonas más oscuras, sombrías de su historia y su presente. Cada quien sus juegos y sus tronos.

Los juegos, hoy. Sin campos de batalla cubiertos de millares de cadáveres, sin fraticidios, parricidios, magnicidios, violaciones, incestos, traiciones, y sin los rastros de leyendas medievales, o de la saga del poder de Shakespeare o de la épica y la tragedia griegas encontrados en los juegos concluidos el domingo, la escena pública —la global y la doméstica— ofrecen día a día juegos de tronos sin final a la vista: aquí, los de las bandas criminales, con sus miles de muertes físicas violentas, más las condenas a muerte civil desde la violencia verbal: calumnias y amenazas cotidianamente disparadas por los tronos del poder político, mediático y digital.

Hay juegos de tronos intestinos, como el que hizo caer ayer de la dirección general del IMSS a Germán Martínez. Y como en la serie icónica de HBO, hay aprestos de acumulación y perpetuación del poder por encima del poder ganado en la guerra (electoral), con el recurso de prolongar la guerra cada mañana. Por algo la columna política estelar de La Jornada sugería el lunes un tránsito del “dénme por muerto” de antes de la elección de 2006, que el actual presidente jugó incluso más allá de los límites legales, al “no me voy a reelegir” de hoy. Incluso si no hubiera perpetuación personal en el trono, @julioastillero plantea un siguiente juego en el que “estrategas y operadores” del partido oficial “se plantean una estancia en el poder de varios sexenios, con Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal”, enfrascados en nuevos juegos de tronos.

Sin fin. Sí. el final de Games of Thrones no puso fin al juego de tronos de hoy. En lo global, con Trump frente a China por el control “hasta donde terminan los mapas”, como dice un personaje del juego original. Y aquí, con un presidente que parece repetir con su conducta que la guerra por acrecentar el poder continúa: “Lo quiere todo”, dice otro personaje. Un presidente con una visión inamovible de lo que es bueno para el país, sin consideración a lo que otros piensen, como lo plantea Daenerys. Y, lo que sea de cada quien, un presidente con el instinto de Tyrion para entender que, para unir al pueblo, “no hay nada más poderoso que una buena historia”, como la que AMLO ha hecho prevalecer hasta hoy.


Profesor Derecho de la Información, UNAM

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