Trump, cohesionador. La celebrada y eficaz reacción del presidente Peña a la enésima provocación antimexicana de Trump operó el milagro de convertir los efectos de ablandamiento buscados por su anuncio de enviar tropas a nuestras fronteras, en un ejercicio de cohesión nacional al que se unieron incluso los candidatos portadores de los discursos de mayor violencia verbal contra el gobierno mexicano y su partido. Asimilados los efectos iniciales de las falsedades, bravuconadas, blofs y zafiedades que aturdieron y paralizaron en un principio a los interlocutores internacionales del presidente estadunidense, las reacciones posteriores de los estadistas del mundo frente al fenómeno Trump resultan cada vez más directas. Y el mandatario mexicano no se quedó atrás en sus respuestas al momento de exhibir explícitamente los oscuros resortes sicológicos tras los desplantes recientes del empresario que pasó a ocupar la Casa Blanca.

Tan dio en el blanco el presidente mexicano en la exigencia a su homólogo de desahogar sus frustraciones en otro lado, que el NY Times abrió la semana con la revelación de los interiores de un plan paranoico para despejar algunas señales de la caída electoral de Trump con miras a las elecciones legislativas de noviembre próximo. La nueva trampa que le tenderá al electorado consiste en acusar al Partido Demócrata de buscar la mayoría del Congreso para derribar al presidente. The impeachment election: La elección de la destitución, se titula la nueva estrategia de contra propaganda, con el lanzamiento de un llamado a resistir a los fieles más fanatizados del mandatario: “Derroten este golpe de Estado”, “Defeat this coup”.

Pero con independencia de los cruces que parecen inevitables en las campañas de nuestros dos países, habrá que seguir con los escenarios iniciados aquí el miércoles, según quien gane la elección presidencial mexicana. Y al caos previsible en el sistema educativo y en el sector energético que acarrearía una eventual presidencia de López Obrador (si fuera adelante con el sacrificio de las reformas vigentes), el Washington Post agregó un escenario en que un triunfo de AMLO de este lado, con Trump del otro lado, “después de un cuarto de siglo de una mejora constante, las relaciones entre Estados Unidos y México estarán en manos de dos populistas en duelo por sacar ventaja política de destrozarlas”.

Las urnas de la ira. Autopromocionado como Némesis de AMLO, como el elegido para imfligirle el mayor castigo en las urnas y así conjurar el peligro de su llegada a la presidencia, Ricardo Anaya ha devenido su Mímesis, su imitador en el discurso del enojo y el descrédito y el anhelante pescador en el río que López Obrador ha revuelto por dos décadas. El riesgo: aparecer como el cosechador de tempestades de la siembra de vientos sembrados en imitación al candidato de Morena. El hecho es que, tras los zig-zags de su campaña, aunados a la aparente opacidad de sus movimientos patrimoniales, el escenario de una presidencia de este joven maravilla se vuelve al menos tan lleno de incertidumbres y tan inclinado a la inestabilidad como los escenarios de una presidencia de su imitado.

La apuesta al sosiego. Estos escenarios de gobiernos afincados en el cultivo del enojo, la promoción del descrédito a las grandes transformaciones nacionales en curso y la consiguiente inestabilidad que acarrearía su descarrilamiento, contrastan con la apuesta al sosiego del candidato José Antonio Meade, al alivio (no a la explotación en provecho propio) de las patologías nacionales. El escenario que traza esta campaña es de un gobierno juicioso con un presidente con niveles superiores de preparación, capacidad, experiencia y —como lo enfatizó el secretario de Educación Otto Granados en su artículo del sábado en El País— con la madurez psicológica y el equilibrio emocional requeridos para enfrentar los retos del país y las incertidumbres de un mundo agitado. Pero la apuesta corresponderá a los electores, en once semanas y dos días.

Director general del FCE

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