Innovaciones en el control. Son evidentes las innovaciones de la comunicación presidencial. Pero también es evidente que son innovaciones para restaurar y reforzar los más viejos patrones de control de la agenda pública. Se trata de cambios dirigidos a recuperar y mantener el dominio de la definición de conversaciones y discusiones en el espacio público. Está en marcha, en este y otros campos, un proyecto encaminado a cambiar para que todo vaya atrás (no para que todo siga igual, según la vulgarización de El Gatopardo). Por ejemplo, con su exposición cotidiana el presidente López Obrador innovó en efecto el manejo de la figura del mandatario. Pero sus comparecencias mañaneras (difícil, llamarlas ruedas de prensa) no corresponden a un cambio comunicacional acorde con los tiempos. No son para escuchar y responder dudas, demandas, cuestionamientos y requerimientos informativos de la sociedad, a través de los medios, como ocurre en las sociedades democráticas.

En cambio, las ‘mañaneras’ están armadas para hacer escuchar una sola voz, protagónica, providencial, la última palabra sobre cualquier tema y sobre todas las voces de los demás actores sociales: un retroceso de varias décadas, hasta los tiempos del monopolio unipartidista del poder y de la información. Hoy, excepcionalmente se le da la palabra a quien cuestiona en un plano inquisitivo desde medios conocidos, nacionales e internacionales. Con más frecuencia se privilegia a exponentes de medios desconocidos o de redes sociales, aliados dispuestos a darle pie al presidente para marcar las líneas informativas del día y saturar espacios mediáticos y redes. En las democracias, medios y actores públicos han desarrollado condiciones razonables de competencia para colocar en la conversación temas, mensajes y enfoques alternativos a los del poder político y así propiciar la concurrencia en la definición, en la pluralidad, de la agenda pública.

Pero aquí, fuera del pódium de Palacio, sólo hay actores secundarios, incluyendo a los críticos al oficialismo. Tienen margen para reaccionar a los abrumadores mensajes matinales, sí, pero con ello terminan reafirmando el dominio del presidente sobre el temario de la conversación social. Y hay otra importante innovación: el uso de las que el propio presidente llama las “benditas redes sociales”. Lamentablemente, no para incorporar a México al nuevo paradigma de la gestión pública: la gobernanza inteligente, construida con experiencias exitosas y elaboraciones académicas procesadas por María José Canel en La comunicación de la administración pública: para gobernar con la sociedad (FCE, 2018).

Contra la deliberación. En cambio, se ha integrado una poderosa maquinaria cibernética destinada a descalificar e intimidar a los que (ocasionalmente) “se pasan” en sus intervenciones mañaneras, o critican su formato, como le ocurrió a Brozo esta semana; o, en general, a quienes cuestionan al régimen. Mal andamos: mientras los gobiernos anteriores vivieron turbados frente a lo desconocido, el actual se desentiende del potencial de la nueva generación de tecnologías para propiciar procesos de toma de decisión junto a la sociedad. Realiza, en cambio, “consultas” no confiables para ‘avalar’ decisiones tomadas. Y lo peor: no se usan las redes para construir cohesión, sino como plataforma de lucha política, de ataque y silenciamiento de los discrepantes: nada más extraño al potencial deliberativo —registrado en su libro por Canel— de esta nueva esfera pública.

La buena noticia y su envoltura. Una buena noticia —ojalá hubiera más— del presidente López Obrador, en la mañanera del lunes, fue la negociación con bancos internacionales para manejar los vencimientos de este año de la enorme deuda de Pemex. Lo excesivo fue el packaging comunicativo: una envoltura rebosante de expectativas sobre el alcance del acuerdo, sobrada de mensajes de confianza en el régimen. Parecía pensada para ocultar la etiqueta con el precio del regalo: los intereses a pagar por la confianza.

Profesor Derecho de la Información,
UNAM

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