No ocupemos este remanso suyo y mío en determinar si conviene más darle sentido al costo hundido del nuevo aeropuerto o dejarlo ahí, como un tache enorme visto desde el cielo y reacondicionar lo que ya tenemos, recordando que lo ahorrador no siempre vuela con lo eficiente. Ahora que todo el mundo tiene puesta la mirada en las boletas, el color de la tinta, las preguntas y las mesas de consulta, hagamos el ejercicio de mirar a otro lado. Hacia adentro, por ejemplo.

Tratando de hacerme de los datos más elementales sobre las alternativas de aeropuertos en nuestra querida ciudad, me di a la tarea de buscar a quienes tuvieran más idea que yo, como cuando uno trata de lavarse los dientes concienzudamente antes de ir con el dentista. Y hay tantas voces, unas que hablan con mucha confianza y autoridad, otras que descreen todo lo que se escucha y otras a las que no se les entiende si están en favor de una alternativa, de otra o si creen que mejor deberíamos invertir en autobuses.

Lo curioso es que todos tenemos cosa que decir. Internet es este espacio donde alguien nos arrima un micrófono y, sin importar si la audiencia es nula o gigantesca, improvisamos del tema que venga en la agenda con la soltura de quien canta reggaetón en la regadera. No diré que nadie, pero ciertamente pocos son originales y absolutamente honestos declarando “No proferiré comentario alguno sobre la viabilidad del aeropuerto porque la decisión o la sola opinión rebasa mi entendimiento”. Vamos, que no es examen, nadie nos va a tachar de brutos si no tenemos una pizca de idea del suelo que se requiere para una pista decente o de cómo se mide el tránsito aéreo. No sé a usted, pero a mí todavía me maravilla el hecho de que unos objetos así de inmensos y pesados carguen con nosotros y nuestras maletas, llevándonos a París o a Puerto Vallarta y poniéndonos películas en el camino.

Más allá del resultado o de quiénes saben del tema y quiénes no, lo que sí evidencia el barullo sobre la consulta es, como suele pasar, lo que llevamos dentro. Dicho de otro modo: lo que opinamos del nuevo aeropuerto dice más de nuestros prejuicios que de los aviones. Porque nos sale lo regionalista, lo pragmático, lo clasista, lo científico (de esa ciencia que reza “comer chocolate blanco con galleta es una característica de coeficiente intelectual elevadísimo”). Lo que se lee y se escucha no busca aportar elementos para una mejor decisión de comunicaciones y transportes, sino debilitar la voz de quien pudiera opinar diferente, o de quien pudiera ser sensato y reconocer que no sabe.

No olvide, querido lector, que aunque no lo parezca, así como hay un equipo de gobierno entrante, hay un gobierno federal que todavía está despachando, con sus dependencias y programas y todo. No he visto tampoco un ápice de entusiasmo por arrojar verdad en un asunto en el que ellos invirtieron mucho tiempo. Por algo se decidieron por Texcoco, pero no se ven por ningún lado desmenuzando la desinformación. Lo único que hay es un mar turbio de lo siguiente:

¿Por qué le van a preguntar a gente de otro estado, si el aeropuerto va a estar en la ciudad? ¿Por qué sólo les preguntarían a los chilangos, si todos vamos a pagarlo? ¿Por qué le preguntan a gente que ni va a viajar? ¿Te enseño mis pases de abordar para que veas que sí lo uso? ¿Cuánto dinero en el banco tiene que tener uno para que lo consideren un potencial viajero? ¿Tienes tarjeta para sala de espera VIP en las dos terminales? A lo mejor me alcanza para un boleto de primera clase, pero sólo viajo en barco. ¿Por qué le preguntan, si no acabó la prepa? Si uno muestra su título de ingeniería -en Química, no le hace- ¿el voto vale más? Yo ya voté cuatro veces. ¡Mira, mamá -y tuíter-, sin credencial para votar! ¡sin idea del tema! ¡sin manos! Y rematamos toda charla, porque así somos, con el viejo truco: yo tengo un amigo que conoce al ingeniero que hizo el estudio, hasta le enseñó los mapas (porque son más verdaderos que las letras). Y aunque fuera cierto, ese hecho fortuito y dudosamente científico nos cubre de un halo conocedor y legítimo para aplacar la voz del de al lado, aunque ninguno de los dos tengamos la más mínima certeza. Como cuando alguien nos pregunta hacia dónde queda una calle. Mejor manotear, darle indicaciones y perderlo antes de confesar que uno no es de por allí.

Escritor
@elpepesanchez

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