Nos encontramos —como ocurre en determinados ciclos de la vida política— en un momento de efervescencia. Estamos en el arranque del año electoral con más puestos en disputa que recordamos en la historia reciente: Presidencia de la República, senadores, diputados federales, gobernadores, diputados locales y ayuntamientos Municipales, un total de 3 mil 327.

Un momento de esta naturaleza es profundamente emocional, fija la atención general en los actos de campaña, los comentarios de los candidatos y el desarrollo de las encuestas. El nivel emocional margina la discusión sobre las propuestas, los aspectos ideológicos, los programas de gobierno y los recursos con los que se contará para realizarlos.

En la literatura sobre administración del tiempo que se enseña en muchas escuelas de negocios se dice que la agenda de un ejecutivo, y ello podría ampliarse por analogía a cualquier persona, puede clasificarse entre actividades importantes y actividades urgentes.

Las actividades importantes no suelen ser urgentes —sólo en contadas ocasiones— y son las que verdaderamente trascienden a la persona, suponen una fortaleza en el currículum. Aprender un nuevo idioma o cursar una maestría no son normalmente actividades urgentes, pero sin duda suponen un avance en la trayectoria de una persona.

Las actividades importantes representan esfuerzo y hábitos que por no tener una exigencia inmediata y carecer de recompensas de corto plazo suelen dejarse para después.

Las actividades urgentes en cambio son las que por su exigencia inmediata mantienen la atención y tiempo de las personas. En muchas ocasiones convierten la vida en un activismo irreflexivo. Las actividades urgentes cuando se vuelven permanentes son un escape para enfrentar los verdaderos problemas, hacer aquellas cosas que gustan, pero que siendo medios pierden de vista los fines últimos a los que debe aspirar una persona.

En la literatura de administración del tiempo una agenda en la que predominan actividades urgentes es irrelevante a mediano y largo plazo, no trasciende. Por ello se sugiere un planteamiento de actividades en que predominen las importantes.

De manera análoga pasa en las instituciones y los países: cuando la actividad desplegada se fija en lo urgente, en lo contingente, no se avanza. El verdadero desarrollo en una sociedad se alcanza cuando existen fines claramente planteados y las actividades que se desarrollan gravitan sobre ellos. Cuando el centro del debate político es lo contingente, lo urgente, al final del camino no habrá habido nada que trascienda, se pierde el tiempo porque no se enfrentan los problemas de fondo. En cambio cuando el debate se centra en lo importante se puede lograr el desarrollo, un mejor futuro que presente.

Lograr que una sociedad se centre en lo importante —de manera similar a lo que ocurre con las personas— es difícil, la tendencia es discutir lo inmediato y lo emocional.

Por ello, hoy más que nunca es necesaria la figura del estadista, aquel que es capaz de centrarse en lo importante. El estadista tiene que lidiar con lo inmediato, a lo que es necesario responder, pero fijar sus proyectos hacia lo importante y hacia el largo plazo y empujar al conjunto dirigido en ese sentido.

Ojalá que en el período electoral inminente logremos transitar el debate hacia lo importante, que surjan estadistas capaces de hacerlo.

Rector de la Universidad Panamericana

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