A los esforzados soldados defensores de mi patria.

En días pasados se anunció, la estrategia y bases del Plan de Paz y Seguridad Nacional. Este Plan contempla la organización de la Guardia Nacional, concepto mencionado en distintos artículos de la Constitución de la República, representa la confianza en nuestras Fuerzas Armadas constitucionales, originarias de una evolución social: Ejército, Fuerza Aérea y Marina.

Nadie ignora que históricamente estas fuerzas han sido la institución más noble y confiable; simplemente obedecen, cumplen órdenes de su comandante supremo. Se inspiran en la filosofía de leyes, derechos humanos y el orden constitucional del cual provienen, se han convertido en los guardianes, centinelas, pilares para la defensa de la soberanía y seguridad exterior en el caso de una invasión, misión que ninguna policía podría cumplir. También la seguridad interior de la República en el caso de alteración grave de la paz pública, como es el caso actual (Artículo 29 constitucional).

Han surgido criticones, como Human Rights Watch, que nos habla de un “error colosal”, de “peligros de militarización”. No se asusten de esta crítica, tal vez se inspira en los emisarios pasados que proponían la desaparición de todos los ejércitos de América Latina, y que nuestra bandera tuviera como emblema un guajolote. La crítica bien intencionada y constructiva siempre es sana, el Plan de Paz y Seguridad se inspira en un orden democrático, en el cual el pueblo soberano es el que manda, que está indignado de tantos agravios de la delincuencia. Exige y pide a gritos: a grandes problemas, grandes soluciones; no paños calientes, ni aspirinas, soluciones definitivas con la coordinación y cooperación de los tres órdenes de gobierno.

No es ninguna novedad, las Fuerzas Armadas, siempre con abnegación y obediencia, han cumplido tareas de seguridad pública, a petición de los poderes estatales, observando y la ley respetando, cumpliendo misiones que le son ajenas, y que no pidieron.

Sería irresponsable, por el momento, prescindir de estas valiosas fuerzas ante el peligro y acechanzas que ha provocado en la población este enemigo fantasmagórico y cruel, el “crimen organizado” que ha ocupado enormes espacios del territorio nacional, con más de 40 grupos delincuenciales, armados hasta los dientes; y alterado la paz y la tranquilidad de los mexicanos, sembrado miedo, terror y violencia extrema. Mantienen como rehén a la población mexicana, y el saldo es más de 36 mil desaparecidos, más de medio millón de desplazados. Las policías no están preparadas y han sido rebasadas ante este flagelo.

Son los soldados, los primeros en llegar a zonas de desastre, auxilian a la población civil tanto en zonas urbanas como rurales. Salvando a niños, mujeres, hombres y ancianos, preservando lo más valioso: su vida. Aplican el Plan DN III-E para casos de desastre; naturalmente realizan esta misión sin titubeos, no regatean, no se cansan, no duermen. Heroicamente y con honor cumplen simplemente con su deber. Conocemos casos verdaderamente estremecedores, cuando un soldado rescata en medio de escombros a un ser humano, esto, al parecer, pasa inadvertido. Honor a quien honor merece: a nuestros soldados.

Así de fácil así de sencillo.

Es plausible la visión de este Plan de Paz y Seguridad, porque contempla la erradicación de la corrupción que es un cáncer. Concibe la lucha contra el origen y causas reales de este fenómeno como es: garantizar la educación, empleo bien pagado, no sueldos de Bartola, salud y bienestar. Tiene razón. No habrá paz si no hay justicia social.

La sociedad nos demanda, nos pide a gritos, aunque no la escuchamos: No claudicar, no abdicar ante la responsabilidad fundamental del Estado: garantizar la seguridad y la felicidad. Los gobernados exigen a sus gobernantes, decisión, sabiduría y templanza en la construcción de un nuevo destino de grandeza y dignidad.


Director general del Centro de Estudios
Económicos y Sociales del Tercer Mundo

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