La declaración del presidente López Obrador,  en la que anunció la abolición del “modelo neoliberal y su política económica de pillaje” en México, no debe verse como una más de sus múltiples ocurrencias o tonterías “mañaneras”, sino en términos de cuáles son los alcances de ese anuncio, qué es lo que va a seguir a lo que ya ha venido haciendo en estos casi 4 meses de gobierno.

En términos llanos declarar en México la abolición de un esquema económico mundial en el que nuestro país está entrelazado en todos los ámbitos es en sí mismo un despropósito que exhibe ignorancia e hipocresía por parte del primer mandatario.

Esta doctrina económica empezó a cobrar fuerza internacionalmente desde los años 70 del siglo pasado al imponerse en los  Estados Unidos y la Gran Bretaña, principalmente, y desde allí a todos los países “en vías de desarrollo”, bajo los postulados de una apertura indiscriminada de las fronteras, controles (reducciones) salariales, reducción del gasto público (especialmente en las áreas de beneficio social), privatización de empresas estatales, incremento de impuestos al consumo (IVA) y fortalecimiento del sector financiero, entre otros, bajo la divisa del poder del libre mercado sin la intervención del Estado en su regulación, o con la menor posible.

En las últimas 4 décadas hemos asistido a  una globalización —económica y en todos los renglones—, a la par que el ingreso en países latinoamericanos (como es el caso de México) se ha concentrado en unas cuantas manos acentuando la desigualdad social, los niveles de pobreza, desnutrición e insalubridad en la mayoría de la población.

En general, los centros financieros internacionales y las grandes empresas transnacionales se han adueñado de las economías nacionales y han decidido las políticas gubernamentales en los países más débiles, con deudas nacionales que constituyen pesadas cargas en los presupuestos estatales. Las consecuencias sociales para la mayoría de la sociedad fueron terribles. La corrupción fue uno de los componentes esenciales de este esquema transnacional.

México asumió plenamente esta doctrina con su adicional cuota de corrupción. Por ello este tema en un país tan desigual se tornó tan sensible. AMLO lo asumió como la causa de todos los males y ahora obsesionado por pasar a la historia, declara  “abolir el neoliberalismo”, como Hidalgo abolió la esclavitud.

Al identificar neoliberalismo con corrupción y señalar que ésta ya quedó atrás, entonces aquella doctrina quedó “abolida”, a pesar de que su gobierno reproduce la más radical agenda neoliberal y alimenta la corrupción más que los anteriores gobiernos al adjudicar obras y contratos sin licitaciones públicas, designando a “fiscales carnales”, poniendo a ministros a modo y sin meter a la cárcel a ningún funcionario corrupto. Además, al desmantelar las estancias infantiles, los comedores populares, disminuir los recursos para refugios de mujeres violentadas y para prevenir y combatir el cáncer cérvicouterino, con el argumento de que entregará esos recursos directamente a los beneficiarios. Es decir, todos los preceptos, resortes e instrumentos esenciales del neoliberalismo siguen vigentes, alimentando el “capitalismo de cuates”. Ni las gasolinas, ni el gas, ni la energía eléctrica ha bajado como lo prometió en campaña, sino que continúan al alza.

¿Qué medidas va a tomar? Aún no lo sabemos. Por lo pronto está aboliendo responsabilidades sociales fundamentales del Estado y de la República Democrática, construyendo un mecanismo clientelar electoral para su pretendida “revocación de mandato”, en el 2021, para lograr una mayoría que le permita seguir haciendo importantes reformas constitucionales, incluida la reelección, aunque se haya comprometido en público a lo contrario. Por eso el Congreso debe impedir que continúe la consolidación de un régimen autoritario, que no tiene nada de anti neoliberal, mucho menos de izquierda.

Exdiputado federal

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