Los primeros 100 días del gobierno de López Obrador ya han establecido los rasgos principales de la llamada “cuarta transformación”, configurando un cambio radical del régimen político que, con exigua democracia, se logró conformar en el México de los últimos 30 años.

El gobierno de AMLO, que se asume “de izquierda”, liberal y progresista, en lucha abierta contra los “conservadores” para acabar —según él— con los privilegios de unos cuantos y con la corrupción, es en realidad el regreso al “país de un solo hombre”, como retratan el tabasqueño Enrique González Pedrero y Will Fowler al México de la etapa de Santa Anna en importantes biografías: un México postcolonial sumido en la inestabilidad, la confrontación interna y el despojo de la mitad de su territorio por EU; independentista, con un Santa Anna varias veces presidente entre 1833 y 1855, que se hizo “indispensable” gracias a su carisma de caudillo, su papel de benefactor social en un Veracruz que era nuestra puerta hacia el mundo.

Un presidente que fue soldado de la Colonia, luego insurgente, liberal y federalista, después conservador y centralista, promonárquico y lo que se necesitara según las circunstancias de ese turbulento periodo, hasta Juárez y su victoria contra la intervención francesa.

Más allá de las obvias diferencias entre el país de hace más de 2 siglos y el de hoy, el signo distintivo de ese presidente fue la concentración del poder en sus manos, haciendo a un lado leyes y constituciones, desconociéndolas y llamando a crear nuevas, convocando a nuevos congresos constituyentes.

¡Tanto que López Obrador ha criticado a Santa Anna y ha caído en parecérsele demasiado! A tal grado que ya decidió “someterse a la revocación de mandato” en el 2021, con o sin ley ni Constitución que lo permita. Quiere estar de nuevo en las boletas electorales porque “él es el país, el México que el pueblo quiere” y quizá así lo decidirá en el 2024 para reelegirse.

Es también la reedición del porfirismo, como lo demuestra, con palabras del propio López Obrador, Enrique Krauze (Letras Libres, enero 2019), tomando textos del libro Neoporfirismo. Hoy como ayer. (AMLO, Grijalbo, 2014).

Allí, Andrés Manuel caracteriza al de Porfirio Díaz como un “régimen unipersonal y autoritario que fue cancelando la posibilidad de crear una República verdaderamente democrática... no aceptó compartir el poder con nadie... nombraba magistrados del poder judicial y confeccionaba la lista de diputados y senadores... Para consolidar su poder, tejió una red de hombres fuertes e incondicionales en todas las regiones del país. El parlamento (era) un nuevo ‘departamento’ del Ejecutivo”. (citado por Krauze).

Cualquier semejanza con lo que hoy sucede no es mera “coincidencia”. Es porque, como lo señala Aguilar Camín en el epígrafe de su reciente libro (Nocturno de la Democracia Mexicana), citando a Platón: “Las leyes están escritas en arena, las costumbres en granito”.

Estamos ante un escenario en el que las leyes son borradas de un plumazo y termina imponiéndose el peso de las viejas tradiciones autoritarias, de “las costumbres”, porque las nuevas, las democráticas, no han sido suficientemente cinceladas en el “granito” de la esencia de nuestra sociedad, porque construimos “una democracia sin demócratas” (diría Aguilar Camín), y el menos demócrata, el menos liberal y progresista, el menos “de izquierda” es López Obrador. Es profundamente neoliberal, conservador, autoritario, centralista, machista y anti-republicano.

Toma de Benito Juárez solo “la determinación de acabar con los vestigios del viejo régimen” para construir el nuevo, el suyo, que es una regresión estructural.

Aún cuando la mayoría de la sociedad cree que AMLO está en lo correcto, es nuestro deber advertirlo: Santa Anna y Díaz también tenían —en su tiempo— un gran apoyo popular, y ya conocemos las nefastas consecuencias de sus decisiones. Estamos como en el teatro de lo absurdo con “La obra que sale mal”.

Exdiputado federal

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