Las tragedias provocan momentos de reflexión, en personas y en colectividades. Los sismos de este mes lo han hecho. Se inicia una reflexión sobre el terremoto de la Ciudad de México y sus diferencias positivas y negativas con el que, sorprendentemente, se verificó el mismo día, hace 32 años. ¿Qué se observa hasta ahora en la Ciudad de México?

Primero, el rechazo de amplios sectores de la sociedad al “gobierno” se volvió a expresar, sobre todo, en esta ocasión, en las redes sociales. Hubo muchos mensajes, como que quienes realmente están ayudando son ciudadanos voluntarios, negando la evidente presencia y contribución del Ejército, la Marina, los Bomberos, la Policía Federal, y la policía de la Ciudad de México. Basta observar las imágenes en televisión o salir a la calle para constatar la presencia activa de esas instancias gubernamentales, que se inició pronto después del sismo.

El terremoto reveló de nuevo la actitud de grupos contestatarios que lo hacen en todo momento y sobre todo.

Segundo, la rápida respuesta de efectivos federales (Ejército, Marina, Policía Federal) contrasta con las limitadas acciones de autoridades locales, excepto por los bomberos y la policía.

Ha sido notable la esporádica presencia de funcionarios de la Ciudad y, sobre todo, de las delegaciones. La estructura de gobierno de la CDMX ha convertido a las delegaciones en ventanillas de trámite, más que en instancias de gobierno que ejerzan liderazgo en crisis.

Las declaraciones públicas dicen mucho: el jefe de Gobierno anuncia (por los medios) que se instala el Comité de Emergencias (13:24 hrs.); a las 16:20 declara la emergencia en la CDMX; luego anuncia que se conocía de 30 fallecidos (18:05 hrs.); posteriormente tuvo un par de apariciones junto al presidente Enrique Peña Nieto.

Sin embargo, la gran mayoría de los jefes delegacionales se valieron de Twitter. Por su contenido, los mensajes prácticamente no fueron recogidos por los medios de comunicación, y pasaron desapercibidos por la gran mayoría de los ciudadanos. La principal excepción es Ricardo Monreal, quien demandó al jefe de Gobierno que declarara la emergencia. Después de Monreal, la delegada Xóchitl Gálvez hizo pronunciamientos de cierto interés para los medios.

Es evidente que una tragedia de la magnitud de la que vive la Ciudad de México rebasa por mucho las capacidades de los gobiernos locales, en este caso de las delegaciones. Éstas no cuentan con los recursos humanos, materiales, logísticos, de comunicación, y financieros para enfrentar un siniestro tan grave. Por eso, acuden o esperan que el gobierno de la Ciudad de México les auxilie. También debe reconocerse que, dados los alcances del siniestro, incluso el gobierno local acusa debilidad y capacidades muy limitadas, por lo que, a su vez, acude al Gobierno Federal. Dado el centralismo político-administrativo de México, sólo éste puede proporcionar ayuda real a la población devastada, echando mano de todos sus recursos.

Esta realidad responde a diversos factores, destacan las propias facultades acotadas de los gobiernos delegacionales, y la disfuncional asignación de recursos presupuestales. Por esto, no son la autoridad de “proximidad” con la población. Su falta de control de policías, bomberos, y otros cuerpos útiles para una respuesta inmediata, los inhabilita para actuar con eficacia y prontitud. Aparentemente esto los ha llevado a una especie de autismo y a que dejen estas problemáticas a otras instancias. Esto quedó en evidencia antier, pues no tienen protocolos de acción apropiados para desastres de esta magnitud. En esto, incluso están a la zaga de gobiernos municipales, que tienen mayores facultades en esta materia y, por ende, capacidades para enfrentar situaciones de este tipo. El sismo del 19 de septiembre de 2017 puso en evidencia, de nuevo, la disfuncionalidad de la estructura de gobierno de la Ciudad de México.

Socio fundador de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA

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