A los que les importan Europa, España, América, Canadá y también el resto del mundo, sin olvidar a nuestro pobre México, lindo y querido, las elecciones de diciembre en Cataluña los tienen en ascuas. No vaya a ser una noche triste de diciembre, cuando se prepara la fiesta alegre navideña. No vayan a sonar de nuevo los versos tremendos de Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España / porque termina mal”.

Canadá no es España, Quebec no es Cataluña, Montreal no es Barcelona, y, sin embargo… Canadá nació como confederación hace apenas 150 años; España y Cataluña, Cataluña y España tienen una historia muy antigua y una historia común bastante larga. Quebec nació definitivamente en el siglo XVII y fue víctima, de cierta manera —por haber sufrido como víctima una vez en la historia, uno no debe sentirse víctima para la eternidad— primero del conflicto entre Francia e Inglaterra, luego entre los insurgentes americanos y su madre patria. La derrota inglesa causó el éxodo hacia Canadá de los colonos anglófonos y protestantes leales a la corona. Es cuando nace el problema de Quebec. Como sujetos del monarca inglés, los “canadienses”, es decir, los franceses, habían sido leales a la hora de la invasión americana, porque el rey respetaba sus usos y costumbres. El nacionalismo de Quebec nace en el siglo XIX, en reacción defensiva contra el nuevo bloque anglófono y protestante de Ontario. Se inventó la Confederación, en 1867, como solución al antagonismo entre esos dos Canadá. Eso funcionó hasta los años 1960-1970, cuando surgió el movimiento independentista con fuerza creciente. El “¡Viva el Quebec libre!” del ilustre visitante, el general De Gaulle tuvo algo que ver.

En 1995, el Canadá confederado estuvo a punto de resquebrarse; el perfectamente legal referéndum por la independencia de Quebec no dio la victoria al “Sí”, por 54,288 votos de ventaja al “No”. El actual presidente, Justin Trudeau, comentó en su autobiografía: “Cuánto hubiera cambiado nuestro país si solo 27,145 votantes a favor del “No” hubieran decidido apoyar a los separatistas. Es probable que no existiera Canadá. ¿Y qué mensaje habríamos ofrecido al mundo? Si incluso un país tan respetuoso con las diversidades hubiera fracasado a la hora de reconciliar sus diferencias, ¿qué esperanza habría tenido el resto del mundo de entenderse?”

El año pasado, un eminente quebequense, entrevistado en Cataluña, habló del costo de un referéndum, en el mejor de los casos, sin brincarse las bardas institucionales. Insistió en el costo psicológico y político, sin mencionar el precio económico que pagó Quebec, después de la prueba: Montreal era, desde siempre, el centro financiero y empresarial de Canadá; hoy en día, es Toronto, ciudad que ha crecido y sigue creciendo a un ritmo impresionante. El Royal Bank of Canada dejó Montreal y las principales empresas pasaron su sede de una ciudad a la otra. ¿Por qué? Por la Incertidumbre política permanentemente mantenida por el independentismo representado por el Partido Quebequense, más que por el efímero y violento FLQ, Frente de Liberación de Quebec. El PQ ganó una primera vez las elecciones en 1976, la aseguradora Sun Life Financial emigró dos años después, en reacción a la entrada en vigor de la imposición del francés como lengua oficial única. El referéndum organizado y perdido por los independistas, en 1980, aceleró el éxodo humano y empresarial: entre 1976 y 1995, 200 mil anglófonos se fueron. Hasta 1976, Montreal y Toronto crecían al mismo ritmo; después de la victoria del PQ, Montreal se estancó y Toronto la desbancó. El referéndum de 1995 le hizo perder a Montreal 37 de las 131 grandes corporaciones que le quedaban.

¡A buen entendedor, pocas palabras! Los dirigentes del soberanismo catalán no son buenos entendedores y por lo mismo Barcelona toma el camino que tomó Montreal hace unos cuarenta años. Al 12 de noviembre, 2,388 empresas en Cataluña habían trasladado fuera su sede social. ¿Volverán si los independistas no logran la mayoría en las elecciones? Quebec se quedó en el seno de Canadá, las empresas no volvieron.

Investigador del CIDE. jean.meyer@cide.edu

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