Moviendo papeles viejos me encuentro Le Monde del 7 de octubre de 1990. Pasaron 28 años desde que lo recibí. En aquel entonces funcionaban Correos Mexicanos, mientras que ahora… Ayer recibí una carta sellada de París del 28 de junio. ¡Qué tristeza! Pasaron 28 años y ¿qué leo en la primera plana? Los dos títulos principales son: “La administración americana en suspensión de pago. Fracaso presupuestal del Sr. Bush”. Y “La ‘conversión de la Señora Thatcher. La entrada de la Libra en el Sistema Monetario Europeo inquieta a los partidarios de la unión monetaria”. Nada nuevo bajo el sol.

Efectivamente, la libra esterlina entró en el SME, antecedente del euro, el lunes 8 de octubre de 1990, para mayor preocupación de Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión de Bruselas. El comentarista del Financial Times, Samuel Brittan, partidario de una Gran Bretaña europea, relativamente satisfecho, minimizaba el hecho: “es sólo el principio del principio”. El diario parisino concluía en su editorial de manera agridulce: “Políticamente, la participación del Reino Unido levanta un obstáculo para la próxima negociación sobre la unión económica y monetaria. Partidarios y adversarios de la aceleración se felicitan de la decisión de Londres. Sin embargo, las verdaderas intenciones de la Señora Thatcher siguen sin clarificarse”. Lo de siempre. Ahora la Señora se llama Theresa May.

De Gaulle estuvo siempre inconforme con una eventual entrada de Inglaterra a lo que no era todavía la Unión Europea y gustaba de citar a Winston Churchill: “el día que el reino Unido tenga que escoger entre Europa y el mar abierto, optará por el mar abierto”, es decir Estados Unidos. El corresponsal de Le Monde, bajo el encabezado “La renuncia al mar abierto”, informaba que “la paradoja, desde hace diez años, era que un número creciente de británicos deseaban la entrada de su país en el Sistema Monetario Europeo y que solamente “la Dama de Hierro” se negaba de manera prolongada”. En cuanto a la prensa británica, saludaba la “renuncia” y estimaba que la señora había “bien escogido el momento de la entrada… Los años 90, sea cual sea el color del gobierno, bien podrían ver el renacimiento del papel político de gran Bretaña en el seno de Europa”.

Nació la Unión Europea, nació el euro. Inglaterra no renunció a su gloriosa libra histórica y guardó siempre un pie fuera de la Unión. Hasta el Brexit de hace dos años. Pasaron dos años, se perdieron dos años y ahora Bruselas y Londres reconocen que no hay perspectiva de pacto, cuando entran en la recta final. Si no hay acuerdo, algo muy posible puesto que la negociación del Brexit se encuentra en una fase muy crítica, la ruptura será brutal en marzo de 2019. Diálogo de sordos, recriminaciones, acusaciones mutuas, tensiones políticas en el seno de los partidos ingleses, reclamo de un segundo referéndum en la esperanza de cancelar el Brexit… La moneda está en el aire.

Para la Unión Europea hay poca esperanza y cada día menos tiempo. División es la palabra tanto para la Unión como para el Reino-Unido. La reciente condena europea de la deriva autoritaria del gobierno húngaro, el inevitable choque que viene con un gobierno polaco que desmantela las instituciones republicanas, el fortalecimiento de la extrema derecha en Alemania pueden desembocar en Hunexit, Polexit, incluso Dexit; es lo que pide en Francia Marine Le Pen y su partido. Los enemigos europeos de la europea Unión quieren “recuperar la soberanía perdida por la globalización”, para poner fin a la libre circulación de personas en el espacio europeo, eufemismo para decir, sellar las puertas a la inmigración. Son precisamente los gobiernos del Este de Europa los que destruyen la democracia, que piden se le hagan concesiones a Theresa May para que Londres pueda firmar un acuerdo de salida. ¿Pensarán en su propia salida?



Investigador del CIDE.
Jean.meyer@ cide.edu

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