No es suficiente ganar las elecciones, y ganarlas con amplio margen, después viene lo difícil y las sorpresas. Vean lo que le ha pasado al presidente francés y a su gobierno en las últimas cinco semanas. La reacción al gasolinazo fue inmediata y violenta, como nunca lo fue, felizmente, en México. Un buen punto para los mexicanos. ¿Qué pasó?

Por motivos, en parte presupuestales, en buena parte ecológicos, el gobierno había decretado que el precio del diésel subiría hasta ser el mismo que el de la gasolina —como en México— y que el precio igualado seguiría subiendo. ¿Razones ecológicas? Tardaron en enterarse que ese carburante es aún más contaminante que la gasolina. Pero, hay un pero grande: millones de automovilistas compraron coches que usan diésel y durante treinta años, o más, los gobiernos sucesivos alentaron el proceso. Hasta que el gobierno socialista anterior emprendió la marcha en reversa, movimiento que intentó acelerar Macron. Resultado: barricadas y coches incendiados en los Campos Elíseos, violentos choques con la policía, gases lacrimógenos, cientos de heridos, vandalismo simbólico en el Arco de Triunfo, saqueos, arrestos. El movimiento, llamado de “los chalecos amarillos”, esos chalecos fosforescentes que cada automovilista debe tener en la cajuela, tomó por sorpresa a todo el mundo. Marcharon en las calles, a la mitad del mes de noviembre, casi 300 mil en toda Francia. El 24, marcharon apenas cien mil, pero los ocho mil en París armaron un show de primera y el 2 de diciembre lo subieron de intensidad. El gobierno canceló el gasolinazo, lo que no impidió un cuarto sabadazo, el día 9. Citan a un quinto para tumbar a Macron. Sondeos señalan que la mayoría de los franceses, si reprueba la violencia, simpatiza con los amarillos. Extrema derecha y extrema izquierda intentan ganárselos al apoyar las nuevas demandas: renuncia del presidente, disolución del parlamento.

¿Accidente pasajero, advertencia seria, Francia a un paso del abismo? No basta haber triunfado en las presidenciales y en las legislativas; con un limitante, sin embargo, qué pudo haber inquietado, a saber, la baja participación de los franceses que fue disimulada por la rotunda derrota de Marine Le Pen y de los partidos tradicionales. De hecho, Macron fue electo por el 30% de los electores, cuando mucho.

Tampoco es suficiente ser un presidente joven y culto, el que ha pasado mucho tiempo leyendo a Aristóteles, Hobbes, Descartes y Kant, el discípulo del filósofo protestante Paul Ricoeur, el hombre que pretendía reinventar la nación y devolverle su grandeza a la función presidencial, misma que le dio De Gaulle, “Charles el grande”. A lo mejor los franceses no piden tanto y se sienten rebasados. Como intelectual, aprecio un presidente capaz de hacerles la lección a los obispos de Francia sobre el tema de cristianismo y democracia; el europeo que refuta a Donald Trump, único líder de verdad en la Unión Europea. Pero…

¿Qué les importa eso a los “chalecos amarillos” y a la mitad (más o menos, a ojo de buen cubero) de Francia que vive en pequeñas ciudades y pueblos, una Francia “profunda” sin transporte público, por lo tanto, directamente afectada por el gasolinazo? ¿A una clase media que ha visto bajar su nivel de vida, a los “adultos mayores” amenazados por la prometida reforma (a la baja) de pensiones? Su odio —la palabra no es exagerada— contra Macron es tal que aceptan la falacia de que Mélenchon y Le Pen, más Le Pen que Mélenchon, ellos, sí, escuchan al pueblo. Y que ellos, los chalecos amarillos, son el verdadero pueblo de Francia. A río revuelto, ganancia de pescadores. Comparto el temor de Máriam Martínez-Bascuñan: “Si esta crisis social aprovechada por el lirismo sombrío de los oportunistas, tuviera fuerza como para derribar a Macron… ¡Ay! Pobre Francia y pobre Europa”. Y olvídense de la lucha contra el cambio climático. Ya lo tuiteó Trump, burlándose de Macron: “Bien merecido, eso te pasa por escuchar a los que creen en el recalentamiento”. Tiempos difíciles.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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