¿Tiene Harvey, el cataclísmico ciclón que devastó Houston, algo que ver con el recalentamiento en curso? Los científicos no comparten todos el mismo diagnóstico, pero no cabe duda que, sin el recalentamiento, algunos acontecimientos de una amplitud superior a lo acostumbrado no hubieran ocurrido. Un calor excepcional acaba de afectar muchas regiones del planeta, entre las cuales el noroeste de Estados Unidos y el colindante oeste canadiense: en esas provincias, normalmente frescas, la gente no tiene el aire acondicionado y les hizo mucha falta. Cientos de miles de hectáreas de bosque, un millón dice una fuente, ardieron en Canadá. En Brasil, después de más de cien días sin lluvia, los incendios son incontrolables.

En Europa, el calor llegó antes que el verano y se mantuvo implacable, de día como de noche, por todos lados. En Francia, a principios de junio, no había manera de escapar a la hornaza que duró meses; en España, peor tantito, desde los primeros días de junio hasta finales de agosto, en Madrid el termómetro se quedó siempre arriba de 36 grados: un día, los responsables de una escuela, al ver que el mercurio rayaba los 45 grados, llevaron a los alumnos a la funeraria vecina porque tenía aire acondicionado. El 17 de junio, un terrible incendio empezó en el centro de Portugal y mató a más de sesenta personas.

El 21 de junio, en Krasnoiarsk, Siberia, el termómetro alcanzó 37 grados, mientras que en Phoenix, Arizona, marcaba 49, de modo que los aviones quedaron en el suelo: la densidad del aire se había vuelto tan baja que los aviones no podían despegar sin peligro. Un cronista de Le Monde, Stéphane Foucart, dice que “esas canículas, más y más frecuentes, tienen alguna excelencia. Son pedagógicas porque nos obligan a conectar la tendencia larga y abstracta del cambio climático con inconvenientes personales” (27 de junio 2017). Así vamos a entender que el aumento en un grado del promedio de la temperatura terrestre no se traduce por “un simpático aumento de un grado en las temperaturas de cada hora de cada día, sino en un aumento en la frecuencia de fenómenos desagradables”.

No cabe duda, David Carlson, director del programa de investigación sobre el clima de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), debe ser escuchado cuando publica que “incluso sin un poderoso El Niño en 2017, vemos cambios notables en todo el planeta que interpelan los límites de nuestro conocimiento del sistema climático. De aquí en adelante nos encontramos en territorio desconocido”. Según la OMM, y todas las instituciones que trabajan el tema, el año pasado rompió los récords climáticos, de modo que la temperatura del globo rebasó con 1.1 grado la temperatura promedia de la época preindustrial. No hay un solo renglón del sistema climático que no haya sido afectado: temperatura del aire y del agua, elevación del nivel del mar, reducción de las superficies congeladas, deshielo de Groenlandia.

A lo largo de la costa pacífica de Canadá y Alaska, y también de la costa del Ártico ruso, en 2016, la temperatura rebasó por tres grados el promedio de los años 1960-1990. El aumento récord lo tiene el Spitsbergen noruego: ¡+ 6.5! En noviembre de 2016, el déficit en hielo del Ártico fue de cuatro millones de kilómetros2, algo sin precedente que lleva a los especialistas a pensar que el Ártico, tal como era conocido hasta ahora, es cosa del pasado: no hay marcha atrás. El problema es que el Ártico es algo más que un marcador del cambio climático, es un actor. Hay especuladores para alegrarse y decir que un Ártico libre de hielo permitirá acortar el transporte entre Asia, Europa y América. Es una manifestación terrible de miopía al estilo Donald Trump. En realidad, es todo el sistema climático que cambiará y, según un estudio, cientos de millones de africanos sufrirían las consecuencias de un deshielo rápido de Groenlandia. A buen entendedor, pocas palabras.


Investigador del CIDE

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses