De un cielo tan encapotado tiene que caer una tormenta. Pésima traducción mía de una breve y contundente línea de Shakespeare, para sintetizar la situación presente de nuestro mundo. El presidente de Estados Unidos ha cambiado de manera desastrosa la diplomacia tradicional de su país y se ha vuelto un elefante en cristalería, un pirómano que agrava en muchas partes situaciones de por sí difíciles, como en el Medio Oriente, al proclamar que Jerusalén es la capital de Israel y al cancelar toda ayuda a los palestinos. Su ofensiva contra Irán, después de cancelar un tratado nuclear multilateral, no es menos peligrosa, y su apoyo abierto a todos los populistas europeos, a Viktor Orban, el húngaro, Matteo Salvini, el italiano, contribuye a desestabilizar a la Unión Europea y la democracia. Sus ataques contra la democracia al grito de “America first” hipotecan seriamente el futuro de Estados Unidos y, dado el peso de este gran país, el nuestro y el del resto del mundo. Para mayor gloria de China y Rusia, dos grandes países democráticos, como bien sabemos.

Europa va mal. El populismo va bien, como lo acaban de demostrar las elecciones en Suecia. Como en EU, se monta sobre el discurso contra la inmigración presentada como una plaga, causa de todos los males. En Polonia, como en Hungría, los ataques del partido reaccionario contra la justicia, los medios de comunicación y la sociedad son cada vez más violentos. Andrei Mishnik, quién pasó seis años de su vida en la cárcel bajo el régimen comunista, sigue luchando: “Mi país se putiniza cada día más. Nos encaminamos hacia un Estado autoritario. No hay más política en Polonia, sólo operaciones especiales: arrestan a un miembro de la oposición con la falsa acusación de corrupción”. Esos gobiernos, como el de Italia, son xenófobos, ultranacionalistas, antieuropeos, y la Unión no se atreve a castigarlos. Italia, Austria y Baviera han creado un frente común contra la acogida de inmigrantes. El 1 de julio Matteo Salvini dijo: “No somos un partido, sino una comunidad que cambiará el mundo. Como dijo Walt Disney: Si puedes soñarlo, puedes hacerlo. Empezamos con el sueño de cambiar nuestras ciudades y, en honor del sacrificio de nuestros abuelos que defendían nuestras fronteras, tenemos hoy un gobierno que defiende sus fronteras… La meta es cambiar a Europa, dando una voz a esos pueblos destrozados por los que se preocupan únicamente de las finanzas y de las multinacionales para darnos un futuro de precariedad y miedo”.

¡Pensar que Polonia y Hungría, repetidas veces entre 1956 y 1989, dieron el ejemplo de la lucha por la libertad, provocaron la caída del Muro de Berlín e instauraron la democracia! Ahora la democracia es el enemigo y el rechazo a la inmigración es el motor de los progresos, de los triunfos electorales del populismo de derecha, de extrema derecha, en todos los países de Europa, con las escasas excepciones de España y Portugal.

Nuestra América Latina no canta mal las rancheras, si uno piensa en Cuba, Nicaragua, Venezuela, Guatemala, Honduras, El Salvador, en el apoyo que Evo Morales da a la pareja que tiraniza Nicaragua, en el silencio del próximo gobierno mexicano sobre esos temas, la corrupción generalizada, las reacciones negativas, al estilo europeo, que provoca la huida de más de dos millones de venezolanos. La historiadora Margarita López Maya dice que “hemos totalmente subestimado a Maduro. Lo creímos débil o ignorante. A fuerza de represión y corrupción, con el apoyo del ejército y de los consejeros cubanos, logró sobrevivir”. Daniel Ortega y Rosario Murillo, en el poder, de nuevo, desde 2007, han resultado peores que Somoza.

En el Oriente Próximo es la escalada por los cuatro vientos, de Irán a Turquía, de Yemen a Siria, pasando por Gaza y Cisjordania. En África, la debilidad de los Estados es crónica y su desestabilización mayor cada día. Los cinco millones de muertos en las guerras inciviles del Congo ex belga han pasado totalmente desapercibidos. El interés y la presencia creciente de China en ese continente ¿tendrán efectos positivos? Sería de desear porque nadie, hasta ahora, ha encontrado cómo remediar tal situación. La esperanza muere al final.


Investigador del CIDE.
Jean.meyer@ cide.edu

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