Hace más o menos 3 mil 500 años, en la China de la dinastía Shang, los especialistas predecían el futuro raspando y examinando huesos. Desde aquel entonces las cosas cambiaron bastante, pero la demanda de predicciones sigue tan grande como siempre; mucha gente no sale a la calle antes de haber consultado su horóscopo. Estoy pensando en un querido amigo y muy serio historiador. Y ahora, a pocas semanas de nuestras elecciones presidenciales y demás, los sondeos tienen el mismo papel que la raspa de los huesos en la muy antigua China. Con la misma probabilidad de atinar o de fallar. Águila o sol. Nos encontramos en la misma situación, aunque mucho menos trágica que Moctezuma cuando intentaba descifrar presagios y asesorarse con augurios. Vanamente. ¿Qué le vamos hacer?

Con todos los progresos de la geología y de la sismología, no se puede predecir con exactitud el inevitable temblor. Desde la época de Isaac Newton, matemáticos y físicos se quedan perplejos frente al “problema de N-cuerpos”. Newton genialmente descubrió que dos objetos se atraen con una fuerza proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de su distancia. Pero cuando mas de dos objetos entran en interacción, se vuelve muy difícil, casi imposible, resolver con exactitud las ecuaciones de sus movimientos. Se ha progresado lo suficiente para lanzar cohetes y satélites, pero no para prever la llegada de asteroides y cometas. Es cuando entra la posibilidad de lo que los científicos llaman un “sistema caótico”.

Obviamente, la historia de la humanidad en general y la historia política a corto plazo entran en esa categoría. Si la turbulencia en los fluidos es un problema difícil de resolver, la turbulencia social o política que, tarde o temprano, ha de llegar, no es menos problemática, imposible de predecir a ciencia cierta. Hace exactamente veinte años, mi tocayo David A. Meyer y su colega Thad Brown publicaron, en Physical Review Letters, la demostración formal de que las decisiones colectivas pueden ser “caóticas”, incluso cuando se conoce a todos los participantes y las reglas de la toma de decisión, las predicciones pueden fallar. Incluso los tomadores de decisión no humanos, las computadoras, se encuentran sometidos a la “caótica incertidumbre”.

Esa incertidumbre provoca la sorpresa cuando ocurre el terremoto geológico, cósmico o político. La sorpresa, a su vez, encandila, ciega la vista, la sensación mata la percepción, atonta el entendimiento que reacciona sin reflexión, con ideas de pánico, incoherentes, incompletas, como cuando uno se cayó y se pegó en la cabeza, como el hombre caído al agua y que no sabe nadar. Eso nos puede pasar, sea cual sea el resultado de las elecciones del primero de julio. Por eso quiero citar al admirable Adolfo Castañón, en la nueva introducción de sus Recuerdos de Coyoacán. Tránsito de Octavio Paz (UNAM, 2015).

“La historia de México es una historia que todavía podemos considerar en términos de una historia prometida. Nuestra historia está por venir, por empezar. Hemos vivido una suerte de prehistoria, a pesar de nuestros orgullos políticos, y si no hemos vivido una prehistoria, por lo menos estamos viviendo verdaderamente en el principio del principio; en las fases más vulnerables y por así decir más infantiles y expuestas de nuestra historia. En términos de una larga duración histórica en el México moderno, estamos apenas en los primeros meses o en los primeros tiempos posteriores a la gestación, ha sido una gestación muy larga, muy dolorosa, terrible y con todos los dolores del alumbramiento; pero la historia de México está por empezar”.

Dijo hace poco el gran cineasta finlandés Aki Kaurismäki que “nunca hubo tantos sociópatas en el poder… el mundo está en las peores manos posibles, conducido por idiotas… El 90% de la población (del planeta) quiere vivir, plantar su huerto, criar a sus hijos y no puede. El 10% restante son esos sociópatas que tienen el poder”. Tenemos que rezar para que nuestros futuros dirigentes, en todos los niveles, y no importa su color, no entren en la categoría de los sociópatas, para que la historia de México pueda empezar para bien.

Investigador del CIDE

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