El lunes 14 de mayo, los “tiradores de élite” del ejército israelí mataron a 61 manifestantes palestinos; mil 500 quedaron heridos por balas, varios en estado grave; otros mil hospitalizados a consecuencia de los gases. Todos se encontraban en territorio palestino de Gaza. El embajador de EU en la ONU declaró en seguida que “ningún país habría actuado con mayor contención”. A la hora de la matanza, la octava desde el 6 de abril (cada viernes marcharon los palestinos), Estados Unidos y el primer ministro israelí inauguraban la embajada de EU en Jerusalén. Quizá por eso, o porque se encontraban en estado de choque, los israelíes, que normalmente denuncian la represión contra los palestinos, se quedaron callados. Al día siguiente, no fueron más de 500 los jóvenes que protestaron en Tel Aviv.

Sin embargo, ese Lunes de Sangre, Bloody Monday, fue peor que el muy famoso Bloody Sunday del 30 de enero de 1972, cuando en Ulster, Irlanda del Norte, los paracaidistas británicos mataron a catorce manifestantes pacíficos. John Lennon y U2 inmortalizaron a las víctimas y la opinión pública mundial se indignó. El 16 de junio de 1976, la policía de Sudáfrica del apartheid mató a 23 jóvenes que se manifestaban pacíficamente en una marcha de 20 mil alumnos: la matanza de Soweto causó un electrochoque mundial, la ONU puso el embargo sobre la venta de armas al régimen, empezó el boicoteo económico, deportivo, artístico, que acorraló al gobierno y culminó con el final de la Sudáfrica racista.

¿Por qué el Lunes de la Sangre no provoca semejante indignación? Tan pronto como terminó la Guerra Fría, EU dejó de apoyar al régimen racista aquel. ¿Cuándo dejará Washington de apoyar incondicionalmente al detestable gobierno de Benjamín Netanyahu? Ambos gobiernos los dirigen dos hombres que tienen serios problemas con la justicia. ¿Será ese tipo de solidaridad que los une? Bibi (Netanyahu) ha de estar más que feliz: derrotó por fin a su odiado Barack Obama, al conseguir de su amigo Donal Trump la retirada unilateral de EU del pacto antinuclear con Irán y demás grandes potencias. De aquel pacto Trump dijo que era “el peor jamás firmado” por su país. Mentira, pero eso es lo de menos en boca de un mentiroso compulsivo.

Algunos dicen que la estrechísima alianza Bibi/Donald se entiende en la perspectiva de las elecciones de noviembre en Estados Unidos, elecciones que Trump no puede perder para lograr la reelección del año 2020. No lo sé, pero que Israel dicte su política a la primera potencia mundial no deja de ser fascinante. ¿Quién es el vasallo y quién es el señor? Ambos comparten el mismo odio contra Obama y trabajan para no dejar nada de su obra. El resultado, en Israel, es que Benjamín Netanyahu se ha vuelto Bibi el Grande, el hombre del puño de acero que no le teme a la opinión mundial, que denuncia su “hipocresía” y la de la ONU. ¿Por qué “el Grande”? Porqué ha logrado que EU, contra los acuerdos internacionales, hagan de Jerusalén la capital de Israel, una ciudad de la cual, poco a poco, quedan expulsados los palestinos. Eso, además de la ofensiva contra Irán, se debe a la mágica influencia, para no decir al control, que Bibi ejerce sobre Donald.

Una buena guerra con Irán… ¿será eso el sueño de aquellos dos? Varios ministros israelíes han dicho que cuanto antes, mejor. Donald Trump no hizo caso a tantos consejeros suyos, tantos expertos que defendieron hasta el último momento el pacto con Irán. Logró así debilitar a los moderados en Irán. La guerra entre Israel e Irán ya empezó en Siria. ¿Irá más lejos? Frente a riesgos de tal dimensión, a nadie le importa la miseria de los palestinos, las matanzas en Gaza.

Nadie escucha a David Grossman cuando dice, después de la primera matanza, del 6 de abril: “Israel celebra sus 70 años. Pero no tenemos todavía un hogar de límites claros y aceptados, que mantiene relaciones tranquilas con sus vecinos. Hoy Israel quizá sea una fortaleza, pero no es tal hogar. Si los palestinos no tienen un hogar, los israelíes tampoco lo tendrán. Cuando los israelíes matan a decenas de manifestantes palestinos, Israel es menos hogar”.

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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