El 28 de agosto de 1963, precisamente hace 54 años, se escribió una de las páginas más luminosas de la historia en la lucha por la libertad y la igualdad entre los hombres. A la sombra del monumento a Abraham Lincoln, el presidente americano que firmó la proclama de emancipación para abolir la esclavitud, miles de almas testificaron la realización de la marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, una de las más poderosas de que se tenga memoria, convocada por Martín Luther King (MLK).

“Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica nos paramos, firmó la proclama de emancipación. Este decreto se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia… pero 100 años después, debemos enfrentar un hecho trágico de que el negro todavía no es libre. Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación… la promesa de que todos los hombres tendrían garantizados los derechos inalienables de vida, libertad y búsqueda de la felicidad no se han cumplido”.

Como si se tratara de una burlesca parodia de la historia, precisamente en este año que se cumplen 54 de que MLK pronunciara su celebre discurso I have a dream, los deplorables acontecimientos de Charlottesville, Virginia, ocurridos en este mismo mes de agosto, hacen que resuene otra vez la poderosa oratoria del líder y pastor afroamericano “Es obvio hoy que los Estados Unidos han fallado en su promesa en lo que respecta a sus ciudadanos de color. En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto marcado: fondos insuficientes”.

Los vientos de la segregación racial regresan a América, con mayor fuerza porque tal vez nunca se fueron, junto con los nubarrones de la intolerancia encabezados por el presidente 45 de los Estados Unidos, que no sólo es tibio en su condena y reproche a los supremacistas blancos, que ocasionaron la pérdida de una vida en Virginia, sino que alienta un discurso de odio y división de la sociedad, y donde está claro que busca en los países vecinos, recipiendarios del discurso retador y comercial para lavar su acrecentada impopularidad.

Hoy como hace 54 años, somos más los que creemos en la igualdad de los seres humanos sin importar su condición racial, étnica, economica, social, política, de preferencia sexual y de religión, todos somos “hijos del mismo dios” y tenemos el mismo derecho para disfrutar de los bienes que la naturaleza y el trabajo nos proporcionan.

Como lo dijo MLK, “Nos rehusamos a creer que el banco de la justicia está quebrado. Nos rehusamos a creer que no hay fondos suficientes en los grandes depósitos de oportunidad de esta nación, y estamos aquí para cobrar este cheque, un cheque que nos dará las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia”.

“Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.

Y como acertadamente lo dijo también Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar y, si ellos aprenden a odiar, también se les puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”.

En América y en México tenemos mucho que hacer para lograr la igualdad y evitar la segregación; los 55 millones de pobres de nuestra nación son una causa. Los ideales de la libertad y la igualdad son como montañas. Así lo percibió Nelson Mandela, “después de escalar una montaña muy alta, descubrimos que hay muchas otras montañas por escalar”.

Vicepresidente de la Cámara de Diputados
de México.

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