Hace unos días, se presentó el libro de Otto Granados Roldán Reforma Educativa, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Se trata de un agudo análisis del complejo proceso educativo que, para su mayor virtud, no se detiene en la coyuntura política que ha rodeado a la reforma desde que la anunció el presidente Enrique Peña Nieto. Es probablemente el mejor y más riguroso estudio no sólo de las necesidades sociales que le dieron origen, sino, sobre todo, del futuro del país, que deja ver un inquietante anticipo contrafactual: ¿qué habría pasado si no se realiza el cambio en la Constitución o, peor aún, qué ocurriría si se deroga el texto de la carta magna que recoge el nuevo modelo de la educación?

Estas preguntas permean la obra no sólo como una reflexión, sino como una propuesta para ubicar a la reforma en su contexto histórico. Se trata de un cambio de paradigmas que delineó, a su vez, una transformación del mandato del Estado en torno a la educación. La obra se refiere a las etapas del proceso e incluye las consultas a la ciudadanía, al sector educativo y a los actores políticos, lo que contribuye a desmontar el falaz martilleo propagandístico de los críticos en el sentido de que se impuso sin tomar la opinión de nadie. El planteamiento del autor va hacia el fondo de la reforma, su imperativo social: México se está deseducando desde hace mucho y, por ende, está perdiendo competitividad. La conclusión es contundente: no es aceptable sacrificar una educación necesaria para el desarrollo por intereses creados que, en el colmo, buscan beneficiarse de que el país pierda la oportunidad del conocimiento y con ello la carrera del bienestar. El orden mundial contemporáneo será favorable para México sólo a través de la educación, debido al avance de la ciencia y las tecnologías de punta que deben equilibrarse con una vuelta a las fuentes del humanismo y los valores de la convivencia.

El libro subraya tres elementos esenciales de la reforma: el maestro mejor preparado y evaluado, la escuela con recursos financieros y materiales para cumplir su misión y el alumno como objetivo central del modelo educativo idóneo para el país del siglo XXI. Respecto a la docencia el tema no es la evaluación como espada de Damocles, sino la capacitación permanente para fortalecer la carrera magisterial: mejores maestros serán determinantes en una concepción profesional de la educación. Ampliar la cobertura docente supone el gran desafío de mantener la calidad en un país desigual. Toda evaluación es indispensable para mejorar las condiciones laborales, pero, sobre todo, para fortalecer la educación mexicana ante sus competidores reales: las naciones que buscan los recursos del desarrollo, como debe hacer México. La inversión en las escuelas, al igual que en el entorno de los alumnos, tiene valor intrínseco: siempre será rentable y lo será aún más en el largo plazo ya que conlleva valor acumulado.

Más que derogar una reforma de tal calado, el autor sugiere que se debe profundizar hacia una segunda generación de la reforma, que en buena lógica podría encaminarse a la educación superior para que el país libere el potencial que posee, detectar el talento y orientarlo hacia la expansión del sistema productivo y promover oportunidades ante la sociedad del conocimiento.

Frente a tal imperativo de la educación, el debate político parece estrecho y carente de oxígeno intelectual. Por sus virtudes, el libro de Otto Granados Roldán merece leerse como un riguroso ejercicio profesional para ubicar a la reforma en sus méritos y no dejarla en la discusión estéril que no sirve a la nación.


Secretario general ejecutivo de la ANUIES.
@jaimevalls
jaime.valls@anuies.mx

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