Los políticos han convertido a México en la tierra de las mentiras, engaños, farsas y mitos, han creado realidades inexistentes que a fuerza de repetir en los medios las consideran verdad y la población ya no les cree. Hoy parece que esa costumbre, la cual ha sido una manera cómoda de mantenerse en el poder, está llegando a su fin.

La incredulidad crece en la población, especialmente en los jóvenes quienes ya no se tragan el cuento de la democracia de los partidos en la selección interna de sus candidatos, pues no hay un solo partido que transparente su método de selección de candidato a la Presidencia de la República. Se acude a montajes y farsas que pretenden vendernos como fórmula democrática mientras que las decisiones son impersonales, verticales o de grupos.

Nuestra generación aceptó las designaciones unipersonales como forma de mantener la paz social, hoy los jóvenes ya no aceptan la opacidad y la obscuridad en que se amparan los políticos y sus partidos, quieren la verdad y sobre todo participar y expresar su opinión. Los políticos no escuchan sus voces y por ello se exponen a una fragilidad institucional, tal como sucede con las fiscalías acéfalas.

Los saqueos se convirtieron en la regla general con la que se amasaron grandes fortunas con base en la asignación directa de programas sociales de vivienda, salud o generación de empleo de aquellos relacionados con el poder. Los engaños, en mi caso, iniciaron en la educación primaria, mediante la distorsión de nuestra historia: la Independencia, la Reforma y la Revolución son hechos alterados y ajenos a la realidad.

Después cada candidato del partido gobernante escogía un personaje histórico como paradigma, así, algunos se creían Morelos, otros se inspiraban en Hidalgo, Juárez era muy socorrido y los héroes eran los paraguas ideológicos de los candidatos y gobernantes.

A partir de ese hecho, proliferaban calles y monumentos con los nombres de los personajes históricos seleccionados. Había que darle sentido a la farsa, ya que se pretendía que el ciudadano votara por el candidato que reuniera mayor cantidad de valores históricos.

La soberanía, la autodeterminación, la independencia y la justicia social eran conceptos que todos los días vacuamente se escuchaban.

Pero entonces, como hoy, todo eran verdades o mentiras a medias.

Nadie ha explicado que la soberanía es un concepto del siglo pasado, o bien, que el nacionalismo es desdeñado desde la globalización y que la autodeterminación terminó con la intervención humanitaria; todo ello provoca confusiones en la población y posiciones del gobierno que no gozan de credibilidad. Por ello, quienes afirman que el país es conducido por la simulación, la corrupción, la ineptitud, la injusticia y la impunidad, no les falta razón, pues si la realidad se compara con los discursos políticos resulta que se describen mundos diferentes e inconexos.

Hoy más que nunca pareciera que nuestros gobernantes están más alejados de los problemas por los que atraviesa la población, los jóvenes carecen de opciones para su desarrollo profesional y los viejos tienen pensiones de hambre.

Ese es el país que hemos construido y que las actuales generaciones repudian; frente al 2018 tampoco se vislumbran opciones de cambio que modifiquen el engaño y simulación.

Los legisladores han sido incapaces de concluir su tarea en seguridad y justicia.

La ley de seguridad interior aún no se aprueba, la Ley de Desaparición forzada aún no se promulga, la Ley orgánica de la Fiscalía, la reforma constitucional que elimine el pase automático y los nombramientos de los fiscales general, para delitos electorales y anticorrupción siguen pendientes.

Por ello los políticos han construido un país esquizofrénico en donde se dice una cosa y se hace otra donde lo único cierto es la corrupción, la impunidad y la violencia, lo que cancela el futuro de los jóvenes y fortalece el descontento.

La verdad duele, pero la mentira enloquece y eso ocurre en el mundo político.

Notario público, ex procurador general de la República

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