A todo lo que da están los preparativos para que el próximo 1 de diciembre —ya que—, ante el Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, en el recinto de San Lázaro se coloque en el pecho del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, la banda presidencial.

Los trabajos de logística y el cabildeo con los diferentes actores políticos y representantes populares de oposición (cuando hablo de oposición, aunque pareciera absurdo, también incluyo a algunos actores del partido Morena), son el pan del día a día, para garantizar que resulte exitoso el acto solemne de toma de posesión.

Resulta obvio que tendrá que garantizarse un acto republicano, modificando el formato que en otro tiempo se diseñaba para el halago del nuevo presidente, y aplicar sólo el protocolo, que por ley se establece.

Afuera, seguro, será otro cantar. Será difícil evitar que ese día se pase de un acto republicano a una verbena, donde, por decisión popular (es decir las bases de Morena), se concentren miles de personas que, de forma espontánea, en contingentes, arriben al Zócalo capitalino con el único fin de vitorear al nuevo presidente de México.

Nunca un acto que provoque alegría en los ciudadanos puede ser un acto a descalificar.

Ojalá el próximo 1 de diciembre sea un día que esté marcado por la paz, la estabilidad, de fiesta para los vencedores del proceso electoral pasado; pero al mismo tiempo, sea el primer día de celebración para los millones de mexicanos que esperan un cambio que abone a su bienestar y que acabe de una vez con los altos índices de violencia e inseguridad, que lamentablemente vive nuestra nación.

Sin embargo, donde parece que no será tan festivo es en el terreno internacional. La inminente visita de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, que cuenta con la antipatía de un elevado número de compatriotas y autoridades de diferentes países del mundo, enrarece la toma de posesión presidencial.

Es prácticamente inimaginable que representantes de gobiernos que luchan y fortalecen su democracia acepten coincidir en este importante evento, con quien hoy a nivel internacional ha ganado la mala fama de dictador.

Pareciera ingenuo creer que el presidente Donald Trump, con el discurso que todos conocemos y actitud temperamental, acepte compartir un espacio con Nicolás Maduro, quien prácticamente es la antítesis de la ideología norteamericana.

Mientras está la insistencia de sostener la invitación a Maduro, lo más probable es que a la toma de protesta lleguen una gran cantidad de representantes de diferentes países del mundo, atendiendo sólo una cortesía internacional; pero no los líderes más representativos, pues para muchos de ellos seguramente será una afrenta estar en un evento así, con un hombre que es conocido por represor, dictatorial y totalitario.

Ojalá y que este 1 de diciembre marque el inicio de una mejor etapa para México, hay que reconocer que cuando las cosas no marchan bien y sobre todo para un pueblo entero, lo único que lo sostiene y florece de forma consistente es la esperanza por cambiar para bien su condición de vida.

Que la esperanza nunca muera, que la esperanza nos fortalezca para actuar con la responsabilidad y el compromiso que los mexicanos, nuestro pueblo, no sólo merecen, sino que hoy necesitan.

Diputado federal

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