Es tiempo de campañas y discursos, de reuniones y promesas. Diariamente escuchamos nueva información sobre partidos y los miles de candidatos y candidatas que se han postulado. Hace un par de semanas regresó el debate sobre el populismo. Hablar de populismo ya nada tiene que ver con ideologías, etiquetar candidatos bajo este calificativo carece de contenido y no es referencia clara sobre la plataforma de gobierno. Es un adjetivo que sirve para desprestigiar una vocación social, cuando esa orientación es más necesaria que nunca.

En 2004 se criticaba a Andrés Manuel López Obrador por su “populismo” al crear el programa de apoyo para adultos mayores y más adelante convertirlo en ley. Dos años más tarde, Felipe Calderón anunciaba que “rebasaría por la derecha” y trató de imitar el mismo programa a nivel nacional. Durante la Asamblea Constituyente de la CDMX, las voces negociadoras por el PAN criticaban la propuesta del Ingreso Básico Universal por “populista” y un año más tarde la incluyeron en su plataforma nacional. Hace 18 años sorprendía que el jefe de Gobierno del entonces DF distribuyera útiles escolares o creara un programa para personas con discapacidad, ahora se replica, es una necesidad y una política pública indispensable.

¿Qué pasaría si en esta campaña escucháramos a López Obrador ofreciendo regalar televisiones, incrementar la deuda de nuestro país o crear tarjetas de apoyo para familias en condiciones vulnerables? Estoy segura de que las voces calificándolo como “populista”, como sinónimo de irresponsable, se harían escuchar. La realidad es que el actual gobierno del PRI regaló televisiones —como prioridad de gasto en un país donde más de la mitad vive en pobreza y dos millones de mexicanos no cuentan con energía eléctrica en su casa—, y nos endeudó considerablemente. Quien sí se ha comprometido en reiteradas ocasiones a no endeudar más a nuestro país ha sido el propio Andrés Manuel.

Las cifras lo dicen todo: Coneval registraba 53.4 millones de personas en situación de pobreza y 9.4 millones en pobreza extrema en 2016; nuestro país cuenta con una fuerza laboral de 52.2 millones de trabajadores, de los cuales 81.5% obtiene menos de 5 salarios mínimos al mes y solamente 1% gana más de 10 salarios mínimos mensuales.

La profunda desigualdad obliga a un cambio en las políticas públicas. Los últimos gobiernos no han corrido el riesgo de ser llamados populistas simplemente porque han estado lejos de la gente, porque han tomado decisiones desde un escritorio y la falsa política social se ha hecho a la luz del clientelismo, una inercia mantenida por décadas. Ahí están los resultados: veamos qué ha pasado con los recursos de reconstrucción post-sismo en la CDMX.

Nuestro país no puede seguir condenando a la mitad de la población a políticas excluyentes por miedo a debatir y salir de nuestros propios prejuicios. Hace unos meses tomé la decisión de apoyar a Andrés Manuel convencida de que la alternancia no ha sido suficiente, pues necesitamos una verdadera transición en nuestro país. La inclusión requiere de una economía fuerte y de acabar con la corrupción; el México de la reconciliación necesita de justicia y de terminar con la impunidad; el México democrático demanda combatir la pobreza y la desigualdad.

Es hora de celebrar el populismo de Barack Obama, enfocado en las políticas de salud en EU; de inspirarnos en el populismo de Justin Trudeau luchando por la inclusión, la igualdad de género y el reconocimiento a las comunidades originarias de Canadá; y de convertir en ejemplo la humildad de Mujica y su populista renuncia a privilegios para que los más pobres tuvieran más recursos, mientras Uruguay lograba cifras récord en exportaciones e inversión extranjera directa. Nunca más pensemos en el populismo bajo el filtro de la caricatura ideológica, sino bajo la óptica del compromiso social que tanta falta le hace a las élites de nuestro país.

Senadora. @GabyCuevas

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