El viernes pasado, dos mezquitas de la ciudad de Christchurch fueron objetivo del peor ataque terrorista en la historia de Nueva Zelanda. Portando 5 armas y una cámara adherida a su cuerpo para transmitir la masacre, un individuo de 28 años abrió fuego indiscriminadamente contra las cerca de 300 personas reunidas en oración en la mezquita Al Noor, matando al menos a 49 y dejando heridas a otras 40.

El autor de lo inmediatamente calificado como un ataque terrorista, publicó un manifiesto titulado The Great Replacement (El gran reemplazo), cuya intención era justificar lo injustificable. Se trataba de la pretensión de un “hombre blanco normal” de enseñar a los “invasores” que sus tierras nunca serán sus tierras, su patria nunca será la suya, y que nunca conquistarán su país ni “sustituir” a su gente. Se trataba, ineludible e indiscutiblemente, de una justificación ultraderechista y profundamente nacionalista de una atroz masacre.

Y es que alrededor del mundo, las ideas y grupos ultraconservadores han ido abarcando cada vez mayor terreno. Desde América Latina a Europa e incluso Asia, los líderes de extrema derecha se han abierto cancha en los espacios de elección popular y se han infiltrado en los discursos públicos, atrayendo más adeptos y promoviendo la protección de los valores "tradicionales", que normalmente se asocian con creencias religiosas, identidad nacional, protección contra la inmigración y el reconocimiento de un origen común de una determinada sociedad.

El atentado terrorista de Christchurch es una penosa muestra de las inhumanas consecuencias a las que el ultraderechismo es capaz de llegar. Lamentablemente, este ataque es parte de una tendencia a la alza de atentados vinculados a la extrema derecha, pues de acuerdo a The Terrorism Index, entre 2013 y 2017 han habido 113 ataques y 66 muertos relacionados a este tipo de grupos. Una muy alarmante llamada de atención sobre los límites que aún puede alcanzar el conservadurismo en nuestros tiempos modernos.

Lo que nos vino a recalcar el atentado de Christchurch es que el terrorismo no tiene banderas, nacionalidad ni religión. El terrorismo es el odio encarnado en sus consecuencias más atroces y dolorosas. El terrorismo es, finalmente, la peor consecuencia de la intolerancia. El que tragedias humanas como ésta asocien sus causas a pensamientos políticos radicales es una razón más que suficiente para generar estrategias que mitiguen estas motivaciones. Es momento de revisar el poder de convocatoria que han logrado generar las redes sociales y que ha permitido la agrupación de los partidarios del odio y la generación de fanatismos. De igual manera, es momento de reprobar la normalización de la intolerancia en el discurso público, que tanto ha normalizado la violencia y el recelo hacia la otredad. Hoy más que nunca es necesario des-normalizar la intolerancia y fomentar los vínculos de comunidad en las sociedades, no por motivos de sangre o religión, sino por la naturaleza humana que todos compartimos. Nuestros tiempos urgen despertar nuestra empatía e identificarnos como parte de una única familia, en donde el “extranjero” no viene a reemplazarnos sino a complementarnos. Es momento de encontrar en el otro un motivo para generar comunidad.

Diputada federal

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses