Los medios de comunicación en México se han adueñado de los encabezados, contrario a las máximas tradicionales del periodismo que señalan que el papel de los comunicadores debe estar lejos de los encabezados. Si bien siempre han existido “estrellas” (conductores, reporteros, investigadores), poco a poco los medios hoy juegan un papel protagónico al tiempo que atraviesan una de sus más profundas crisis.

La disrupción tecnológica provocada por el internet y todas sus derivaciones colocó a los medios tradicionales a la defensiva: en todo el mundo vemos como grandes leyendas cierran sus puertas, se achican, se refugian en la alternativa digital y abandonan sus formatos impresos. Otros sobreviven encontrando difíciles combinaciones que les permitan ser competitivos en términos de calidad y rapidez, profundidad analítica y relevancia, en identificar a sus públicos al mismo tiempo que se reinventan para los cambios no solo tecnológicos sino también generacionales en marcha.

Es un fenómeno mundial al que solo escapan mercados monopólicos como China o Rusia. En otras partes la crisis se vive de manera y a velocidad distinta, pero siempre inexorable: no hay refugio seguro para las empresas informativas/periodísticas y/o de entretenimiento.

En México los medios tradicionales vivían subsidiados por la masiva inyección de recursos gubernamentales, lo mismo en su forma digamos legal y transparente (la venta de publicidad) que mediante pagos irregulares y del formato híbrido de los “convenios” con gobiernos estatales o municipales. Si bien esos subsidios hicieron que muchos prosperaran, sembraron también la semilla de su vulnerabilidad, de su dependencia, que ahora les cae encima a muchos como guillotina.

Conforme los dineros públicos destinados a la publicidad se van regulando y haciendo escasos, hay muchas empresas que se ven en el filo de la navaja: primero porque se están quedando sin recursos con los que contaban y que no saben cómo reemplazar, en parte porque algunos se están viendo exhibidos en sus modelos de negocios. Subrayo: los medios de comunicación privados son empresas, negocios. No tienen porque NO ganar dinero, al contrario. Pero si no lo hacen de manera legal, sustentable y transparente difícilmente pueden navegar en las turbulentas aguas del cambio que se vive en la relación entre gobierno y medios de comunicación.

A eso debemos sumar cambios y ajustes en los medios públicos, que no son, o no deberían ser, medios del gobierno en turno, sino del Estado mexicano. La alternancia política no alteró significativamente la línea editorial de esos medios, unos más atractivos, otros más oficialistas. En todo caso fueron perdiendo alcance e influencia por recortes presupuestales y por la indiferencia de los altos mandos burocráticos.

Ahora veo con una mezcla de preocupación y optimismo lo que en ellos sucede: por un lado la llegada de un periodista como Jenaro Villamil, que tuvo aceptación generalizada en su nuevo encargo, al mismo tiempo que a Notimex, la hoy pauperizada agencia de noticias del gobierno, llega Sanjuana Martínez en aparente pie de guerra contra quienes no son de su agrado. La contradicción no podría ser más evidente.

Simultáneamente vemos nueva programación en la TV oficial, particularmente en Canal Once, que aborda caminos novedosos e irreverentes (La Maroma Estelar) rodeados de las tentaciones del sesgo ideológico/partidista; y otros (JohnYSabina) que han arrancado de una forma que me parece innecesariamente oficialista. Ambos programas tienen las neuronas suficientes para ser exitosos, pero deberán cuidar forma y fondo para que sean longevos. No solo ellos, todos los medios públicos corren el riesgo de servir como vehículos para rencillas particulares y no para el beneficio público.

Lo mismo se puede decir de la comunicación del gobierno: en la medida en que se base más en la sustancia y la coherencia y menos en la coyuntura o la tentación del golpe fácil, será más (o menos) exitosa en el mediano y largo plazo.

Analista político. @gabrielguerrac

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