Pocas actividades dependen tanto de la buena o mala reputación de los que la ejercen como la medicina privada. Desde tiempo inmemorial se ha buscado ese chamán, ese médico de reyes, ese curandero que todo el mundo conocía, y del que se contaban milagros. Todo el mundo conocía a un amigo cuyo pariente lejano sabía de un caso que de milagroso que era, olía más a bulo o a exageración bien intencionada que acaso cierto. Pero pocos eran los que tenían la información de primera mano y la contrastaban.

El paso del tiempo nos ha traído la modernidad, y la modernidad y los tiempos modernos nos han traído la información en tiempo real. Es más rápido enterarse de las noticias siguiendo Twitter que siguiendo la televisión o la prensa de papel (que ya suena como algo que o bien cuenta con una buena dosis de profundidad y trabajo de investigación, o se queda en un reflejo de una información que sucedió hace mucho tiempo, como 24 o 48 horas antes).

En estos tiempos de periodismo en crisis por exceso de velocidad, la reputación de los médicos, como la de cualquier profesional, también puede resentirse. Es peligroso para su salud profesional descuidar lo que los pacientes han publicado en internet (les recomiendo una búsqueda en Google del concepto “psiquiatra pesetero”, cuyos resultados lidera un blog de un paciente contra un profesional concreto). En este sentido, y en el marco del estudio Paciente 3.0 realizado por Doctoralia con pacientes de México y de otros 5 países, destaca un curioso efecto: los médicos mejor valorados en la plataforma (con 5 estrellas) son quienes se llevan el 95% de las citas online de los pacientes.

Este efecto es transversal en todos los países, por lo que se deduce que es importante disponer primero de opiniones, y luego lograr que las mismas sean favorables. En este estudio, el paciente valora la “recomendabilidad” del profesional. Es decir, nunca como hoy ha existido tanta evidencia respecto al trato a los pacientes, la atención puntual, y la resolución de dudas por parte de los profesionales para lograr que la experiencia de ir al médico sea menos desagradable. Cumplir todo esto tiene el premio del futuro reconocimiento.

Esto refleja lo importante que es tratar bien a las personas, y no solamente las enfermedades. Por tanto, los médicos (como cualquier profesional que da lo mejor de sí mismo y de sus colaboradores) no deben temer las opiniones, sino que como en cualquier actividad humana del siglo XXI deberían fomentarlas, aprender de los usuarios, corregir los posibles errores y entender que la interacción es la semilla de la reputación médica en los tiempos de Twitter.

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