Extrema credulidad basada en la esperanza. Uno se queda con esa impresión del destilado de fe a pie juntillas en el nuevo gobierno que destila de las redes sociales y la opinión escrita o hablada. En muchas expresiones rebasa el ámbito secular de la confianza en un grupo que gobierna y raya en el apego religioso. El desprestigio al que los gobiernos recientes enfilaron a las instituciones de gobierno y la explotación oportunista y astuta de ese desprestigio para convertirlo en descalificación, marcan la hora en el reloj de la política. Este estado de ánimo es ideal para hacer tabla rasa del pasado y poner tablero y piezas nuevas. Poco a poco vamos viendo que las realizaciones del gobierno se ajustan a propósitos claros que responden a una visión que está pensada, planeada, programada y racionalizada, y cuyas “inconsistencias” resultan de confrontar los hechos y las decisiones con lo que algunos, especialmente los críticos que las creen encontrar, piensan que debería hacerse de acuerdo con principios y valores diferentes, con los que parece no comulgar el nuevo liderazgo.

En este ambiente de credulidad de sus seguidores, el gobierno da pasos para modificar el rumbo que ha seguido la construcción institucional de la democracia en México, sin enfrentar obstáculos de consideración, a excepción de una gran parte de la opinión publicada y transmitida por la radio y la televisión. En ella suele darse el intercambio de argumentos, no así en las redes sociales, donde conviven en minoría con los más bajos niveles de la “conversación” social.

Esa construcción de las instituciones democráticas se concentró en garantizar la competencia electoral y formó un vasto entramado de reglas e instituciones que la hicieron posible. En contra de la opinión negativa y hasta despectiva que se ha malformado en conciencia pública, el origen de esas instituciones no fue la “partidocracia”, sino el esfuerzo continuo, creciente y cada vez más amplio de las luchas contra el poder autoritario y hegemónico del sistema priista. No son instituciones conservadoras en su origen ni en su funcionamiento. Es cierto que fueron utilizadas y desprestigiadas por partidos que perdieron representatividad, aunque paradójicamente aún la conservan, pues la casi totalidad de los votos emitidos el 2 de julio pasado fueron emitidos en favor de partidos y candidatos registrados. Les guste o no a sus simpatizantes, el partido del gobierno está inserto en ese sistema y todas las autoridades que hoy lo hacen mayoritario, lo son en virtud de elecciones democráticas organizadas por el INE. También es cierto que, una vez creadas, las instituciones electorales y educativas no fomentaron la educación cívica, uno de sus objetivos constitucionales. En consecuencia, su aprecio no echó raíce s en sectores amplios de la población, particularmente entre los grupos más vulnerables. Esos grupos son los que responden a una representatividad populista, encarnada en AMLO, su líder carismático.

A nadie escapa que la idea democrática de la que AMLO es portador, abreva en la falsa consciencia en una “voluntad popular”, que, por ser empíricamente improbable, sólo puede validarse negando la realidad o imponiendo la razón de Estado. Todo intento histórico de fundar el Estado en una “voluntad general” ha degenerado en dictadura: El Terror en Francia fue su pecado original; el socialismo real su hijo bastardo, y los populismos contemporáneos sus nietos contrahechos. Ciertamente, hay una diferencia sutil entre voluntad “popular” y “general”, pero su principal semejanza es el reduccionismo de toda voluntad a una, única y verdadera.

El escenario que se perfila a continuación es el de la lucha por mantener y profundizar, o por minimizar, parodiar y quizás erradicar, las instituciones democráticas que hemos construido. No se olvide, esas instituciones nacieron desde abajo, desde fuera y en contra del autoritarismo: el sistema electoral, el federalismo y la división de poderes. La disyuntiva está a la vista: o damos profundidad a la democracia representativa con un cambio del paradigma que la castró, o esta puede sucumbir en una restauración autoritaria con amplia base en la credulidad que la alimenta.

Académico de la UNAM.
@pacovaldesu

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