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A 17 mil pies (5 mil metros) de altura, en medio de las nubes blancas, Erika, una mujer menudita, siente las mismas sensaciones que hace 23 años, cuando dio su primer salto desde una avioneta y con un paracaídas en la espalda.

Al abandonar la puerta de la aeronave, el estómago se queda flotando en la cavidad, como cuando se viaja en un automóvil y pasa por una empinada que culmina abruptamente; se pierde la noción de ubicación, los giros en el aire impiden percibir un punto de referencia; al estabilizar el “vuelo”, el miedo y la adrenalina impiden respirar normalmente; y luego el sosiego… la calma absoluta.

Al cumplir 11 años, Erika Montaño recibió de regalo de cumpleaños un salto en paracaídas, quedó aterrada, pero feliz; 10 años después tomó un curso y desde entonces se niega a dejar de volar: en su historial suma 2 mil saltos y tres récords femeniles. Se convirtió en una de las pocas mujeres instructoras de tándem aéreo.

“Volar es un sueño de todo ser humano, desde el momento que nacemos, todos soñamos con volar, aunque hay gente que me dice que estoy loca”, afirma Erika, instructora en la empresa Skydive, que opera en Puebla y Morelos.

Durante cinco días de la semana surca los cielos, se arroja al vacío en promedio 10 veces, pero siempre —aún en sus días de descanso— se siente en el aire, porque su mente soñadora jamás abandona las nubes.

“Te quedas con los saltos que haces en la semana y te quedas con ese saborcito. En mi vida diaria siempre estoy volando, fantaseo siempre, me la pasó mirando al cielo”, dice.

En cámara lenta. Son entre 45 y 50 segundos en caída libre a 200 kilómetros por hora. Desde que pone un pie fuera de la avioneta, tiene poco menos de un minuto para abrir el paracaídas, lapso en que la mayoría de personas realizan 22 parpadeos, 20 respiraciones y su corazón late 100 veces. De ahí restan seis minutos para tocar tierra. Los 50 segundos parecerían efímeros, pero para Erika tienen otro tiempo y espacio que fue entendiendo a lo largo de años. “A veces es como en cámara lenta”, dice la mujer de 33 años a quien aún se le detiene el corazón antes de aventarse al vacío.

“Te hierve la sangre, te fluye al 100 y dices:Estoy aquí, no hay marcha atrás’, un segundo antes es cuando se te detiene el corazón y te avientas”, relata y recuerda —como si hubiera ocurrido ayer— su primer salto.

“Sentí pavor”, afirma. Si bien admite que a esa edad hay poca noción del peligro, sintió mucho miedo cuando su tío le dio de obsequio de cumpleaños un salto tándem y se aventaron desde las alturas. Al aterrizar, luego de descender los 17 mil pies sobre el nivel del mar, tenía muy claro que jamás volvería a hacerlo.

Su padre, tíos y hermano mantuvieron su afición por el paracaidismo, pero ella conservó su lejanía por 11 años. “Mi hermano bajita la mano me fue metiendo. Me decía: ‘Te va a gustar’”, rememora. Acabó haciendo un curso intensivo de tándem aéreo que exigía siete saltos, aunque realizó 14 en solitario.

El pavor que sintió cuando era niña desapareció, pero no las sensaciones, miedos y “todo en la garganta” cuando se impulsa para codearse con las aves y las nubes de algodones.

“Es la adrenalina, es esa sensación de qué es lo que va a pasar, qué es lo que está pasando. Luego ves los paisajes, los volcanes, el campo y de repente te desconectas de lo que está pasando en todo alrededor. Es increíble y no hay miedo, sólo confianza plena en uno mismo”.

La mente que jamás aterriza. Sus amigos y familiares invariablemente la llaman la mujer que vuela, pero ella prefiere autodefinirse como alguien que simplemente se “divierte” surcando los aires. “Mi papá es la persona más feliz, porque él es instructor en Cuatla y mi mamá está contenta que hagamos nuestra pasión y nuestros sueños”.

Desde la empresa Skydive Cuautla-Puebla, que cuenta con los mejores instructores del país certificados internacionalmente por laUnited States Parachute Association, emprendió su viaje hasta convertirse en instructora, de las pocas mujeres en México.

Suma más de 2 mil saltos y completó tres récords femeniles a 21 mil pies de altura, avalados por la Federación de Aeronáutica Internacional. El primero de ellos en febrero de 2014 en Puerto Escondido, Oaxaca, donde 14 paracaidistas mujeres lograron realizar una formación de copo de nieve; el segundo en Cuatla, Morelos, con 19 instructoras; y el tercero hace dos años, con 23.

Se trata de unirse en el aire y formar copos de nieve. La formación debe fotografiarse para que quede registro de la coordinación aérea que las mujeres lograron.

La empresa cuenta con Skydive University, mediante la cual ofrecen un entrenamiento progresivo. El curso de AFF (accelerated freefall ) es elestándar mundial para la certificación como paracaidistas. Ahí enseñan y aprenden posiciones básicas del cuerpo, apertura del paracaídas y conciencia de altura.

También desarrollan habilidades entorno a su vuelo: giros, desplazamientos y tipos de salida del avión, cosas que Erika enseña con paciencia y confianza.

Ahora tiene distintas responsabilidades, por ejemplo, como instructora acompaña a personas en su primer salto (van los dos amarrados con un solo paracaídas), donde debe darles confianza y verificar todas las medidas de seguridad; y como camarógrafa, para registrar ese momento único de los visitantes.

“En lugar de miedo se vuelve responsabilidad y de quitarle el miedo a esa persona que quiere saltar por primera vez”, explica. A Erika le encanta ver los rostros de las personas que saltan por vez primera, porque encuentra una sonrisa, que le permite seguir volando.

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