En la cárcel peor evaluada del país todo tiene un precio. Si un reo no quiere pasar sus días en una celda de cuatro por seis metros acompañado por otros cinco o seis presos más, debe pagar. Si no quiere enfermarse del estómago por comer la comida que dan en el penal, su familia le debe proveer los alimentos. Si pretende montar un negocio dentro de la prisión, también tiene que pagar una cuota.

En el Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria de la CNDH el Centro Regional de Reinserción Social de Chilpancingo fue el peor calificado con 3.91. Tiene un capacidad para albergar a 604 reos, entre hombres y mujeres, pero su población es de mil 3, es decir, 399 internos de más.

El hacinamiento es una realidad: una celda del penal de Chilpancingo puede ser habitada por seis, ocho o hasta 10 reos, pero si un reo quiere una celda para él solo debe pagar hasta unos 15 mil pesos.

Hegel Mariano Ramírez es defensor de derechos humanos y abogado, actualmente defiende a varios reos de este reclusorio.

Hegel cuenta la historia de una mujer que tenía a su hijo preso en una celda compartida con cinco reos más que lo molestaban y le quitaban sus pertenencias. Un día ella se enteró de que un reo recuperaría su libertad en otra celda, así que fue con el director del penal para pedir que lo cambiaran ahí.

El director le dijo que sí era posible, pero que tenía que pagar 15 mil pesos. La mujer no tuvo el dinero y su hijo se quedó con sus cinco compañeros que lo molestaban.

Por la falta de espacio en la cárcel, asegura Hegel, se han tenido que habilitar los cuartos de las visitas conyugales como celdas.

En el penal de Chilpancingo están recluidos reos acusados por delitos del fueron común como federal y comparten celda lo mismo los que ya están sentenciados que los que aún tienen proceso abierto.

“Las únicas divisiones que percibo son tres: el área de mujeres, la de hombres y la de hombres que fueron funcionarios, un político o policías; no los juntan para evitar que haya un ataque”, dice el abogado.

María [nombre ficticio para ocultar su identidad], dice que cada vez que puede le lleva alimentos a su familiar recluido, pues asegura que la comida que les dan es muy mala y se enferma del estómago. Su familiar, relata, se organiza con otro reos para poderse cocinar y evitar comer lo que les dan ahí.

“Si los presos quieren un mole u otro tipo de comida la tienen que comprar. Dentro del penal hay fondas, hay tiendas de abarrotes que son administradas por los mismos reos; pero para que las tengan tienen que pagar”, explica Hegel.

Otro de los puntos de baja calificación del penal de Chilpancingo es la gobernabilidad.

“Yo la otra vez vi a un reo que estaba con su esposa y su hijo. Le pregunté si su esposa estaba también en prisión y me dijo que no, que estaba ahí porque su hijo había salido de vacaciones y lo iban a acompañar una semana”, cuenta el abogado.

Y agrega otra historia: “Un señor que acaba de dejar la prisión, me contó que por el día en el penal todo es muy normal, pero en la noche se desata el desmadre. Me dijo que luego se escuchan los gritos de los reos a los que están golpeando. A veces son los mismos custodios quienes les abre la puerta”.

Dentro de la prisión hay grupos que mantiene el control. Quien tiene el control afuera, lo tiene adentro.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses