Torreón

La noche del 5 de enero Fernando Montaña veía en la televisión los disturbios en Monterrey por el aumento a los precios de la gasolina, de repente aparecieron las imágenes de varios sujetos destruyendo unos antiguos vitrales en el Palacio de Gobierno del estado. Al otro día, comentaba con su padre Gabriel Montaña Trías la destrucción de este patrimonio histórico de los nuevoleonenses, cuando sonó el teléfono: “Quieren que rescatemos los vitrales”, dijo Fernando al colgar.

No habían llamado a cualquiera. Vitrales Montaña (antes Casa Montaña) tiene un siglo de crear obras en cristal, el reconocimiento del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) como uno de los mejores vitralistas de México, y el antecedente de haber rescatados los vitrales del Castillo de Chapultepec.

Enclavado en una bodega escondida en el centro de Torreón, Vitrales Montaña son dos oficinas viejas y un taller, este último, un espacio reforzado con madera en las paredes donde se almacenan diferentes tipos de vidrio y unas ocho grandes mesas de madera. Cada una es como un santuario personal donde cada especialista tiene una tarea: cortar, montar, biselar, envarillar, dibujar, diseñar, pulir. El chirrido del esmerilado de vidrio —que es como un pulido en carpintería— no desconcentra ya a nadie. Todos los maestros están enfocados en su tarea.

Al fondo está Daniel Hernández, de 70 años. Es uno de los dibujantes y pintores con más de 55 años de experiencia. Atento, copia al papel una fotografía. Cada figura tiene apuntado códigos que identifican el tipo de vidrio que será utilizado. Cercano a él está Gabriel Montaña Trías, padre de Fernando y heredero de Ramón Montaña Simón, el fundador de Vitrales Montaña. Se sienta hasta el fondo, tiene la vista general de todo lo que sucede en el taller. Camina con la parsimonia de un hombre que está por cumplir 80 años. Usa una faja y una gorra como de pescador. Camina y se dirige con algún maestro, en silencio, sin hablar fuerte, le enseña.

Don Gabriel ya no da entrevistas porque dice que muchas anécdotas ya las olvidó. Lo que no olvida es el oficio. Fernando Montaña Vázquez, su hijo, platica que lo obliga a que no llegue a las 8:00 de la mañana. “Si no le digo, aquí está en pie, dibujando, diseñando y se va hasta las 7:00”.

Padre e hijo representan la segunda y tercera generación de Vitrales Montaña, una tradición de 100 años plasmada en los vitrales del Museo del Barroco, en Puebla; la Basílica de la Purísima, en Monterrey, o en el Castillo de Chapultepec, en la Ciudad de México.

Regreso a casa

Los vitrales del Palacio de Gobierno de Nuevo León están resguardados en este taller. Los maestros esperan que el seguro libere los recursos para restaurarlos.

Cuando les pidieron hacer el trabajo no dudaron en aceptar: seis de los siete vitrales fueron hechos por Víctor Marco en Casa Pellandini, ligada con la historia de Vitrales Montaña, porque Ramón Montaña —padre de Gabriel — llegó a ésta a aprender el oficio. Cien años después, su descendencia es la encargada de restaurar los inicios de su propia historia.

Los empacaron en huacales de madera y, escoltados por federales, los trasladaron de Monterrey a Torreón. “Vuelven a casa para poder restaurarlos”, considera Fernando.

Ramón Montaña fue catalán y huyó del hambre en España. Pisó suelo mexicano en 1907 junto con su hermano José. Se relacionó con Casa Pellandini de Ciudad de México, donde los vitralistas eran catalanes.

Con la Revolución Mexicana Casa Pellandini cerró. El abuelo contrató algunos maestros vitralistas y biseladores. En 1913 formalizó su negocio en San Luis Potosí, pero fue hasta 1917 que abrieron una tienda en Torreón: Montaña Hermanos Sucesores. Después el hermano regresó a México y quedó sólo como Casa Montaña.

Ramón regresó a España y conoció al sobrino del dueño de Casa Rigal, Eugenio Robreño Rigal, a quien trajo a Torreón a perfeccionar y enseñar a los maestros locales. Así, gente de Casa Pellandini y Casa Rigal se congregaron para trabajar en Casa Montaña. La fusión resultó en historia. Ramón hacía cerámica, cristalería, cromos, marcos, joyería, vitrales y hasta incursionó en los nogales.

Por aquellos años, el vitralista catalán Víctor Marco, quien había estado en Casa Pellandini hasta su cierre, mandó a su hijo a Casa Montaña para que aprendiera el oficio. “Víctor Marco y mi abuelo se hacen compañeros de oficio”, cuenta Fernando.

Después vinieron tropiezos, golpes, malas cosechas; enfermedades de la familia y Casa Montaña cerró por ahí de los 60. Menos de 10 años después, Gabriel Montaña retomó el negocio, pero sólo de vitrales.

Artesanos

Para Fernando Montaña, la competencia es el desconocimiento de la gente, pues dice que la mayoría relaciona el vitral con algo carísimo. “No lo conocen, no lo ven en las escuelas de arquitectura. El vitral es tan flexible como la arquitectura misma. La mano de obra es capacitada, no cualquiera lo hace, es gente que tiene años”, explica Fernando.

Don Gabriel menciona que han durado tanto tiempo, básicamente por dos cosas: “Hacemos las cosas bien y damos un buen precio. Si cobráramos más ya no existiríamos”. Se considera un artesano, “arte, sano”, separa. Para el maestro vitralista, cuando se habla de arte hay un “arte ego” que se cobra, por consecuencia, lo que se compra es un ego. “Soy un artesano, tengo el prestigio y cobramos un nivel”, aclara.

Vitrales Montaña trabaja bajo diseños propios, fotografías o de la mano de un artista como Fermín Revueltas, considerado el iniciador del movimiento muralista mexicano. “Aunque el artista haga el boceto, tenemos que trasladarlo a las necesidades del vidrio. Hay trazos que tenemos que corregir, dimensionar”, explica Fernando sobre el trabajo con los artistas.

Los trabajos vitralistas de Fermín Revueltas en conjunto con Casa Montaña, representan un parteaguas en la forma de hacer vitrales porque rompen con la forma geométrica y repetitiva a un modelo modernista. De hecho, la Enciclopedia Americana (American Encyclopedia) muestra uno de sus trabajos como ejemplo de vitrales modernos. También trabajaron con Pedro Coronel, premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes (1984), aunque con él resultó su obra póstuma.

Fernando me da un tour por el taller. Los maestros no se distraen. Se percibe un respeto a cada detalle. Fernando, de 42 años, piensa que el vitral contribuye a transformar un espacio, una emoción. Su padre dice que el vitral motiva, transforma y educa. Han trabajado también con la cadena hotelera Riu, exportando sus vitrales a Punta Cana, Aruba, República Dominicana. También hay vitrales Montaña en Japón, Estados Unidos, El Salvador.

—¿Cuál es el mejor vitral que han trabajado? —El que todavía no hacemos.

La filosofía de Casa Montaña está horneada en la candidez de su taller, y bien podría ser su frase publicitaria: tan importante es un vitral de 20 por 20 centímetros en una cocina, como los trabajos de Monterrey o el Castillo de Chapultepec o de un artista reconocido.

Los trabajos de restauración de los vitrales del Palacio de Gobierno de Nuevo León tardarán al menos medio año, pues, explica Fernando, es un trabajo minucioso y muchas piezas son de pintura horneada. Son seis vitrales y un séptimo que no es de Víctor Marco, y que no corresponde a la época del edificio, por lo que se optó por hacer uno nuevo para empatarlo a la época.

Le pregunto a don Gabriel cuál es la clave para aguantar tantos años, el señor ríe afablemente y como si diera un argumento académico, responde: “Se trata de respetarse a uno mismo y al cliente. Hay que transmitirles a los muchachos que el vitral es obra de todos, no sólo de quien dibuja y diseña. Hay que respetar el trabajo anterior. Tan importante es el que está transportando, cortando, armando, como el que instala. Es una cadena de respeto, donde empieza por respetarse uno mismo”.

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