León, Guanajuato

Todos los días Vanessa y Santiago se levantan a las 7:00 de la mañana y se visten para ir a la escuela. Tienen nueve y seis años, respectivamente, y estudian en una escuela cercana a su casa en León, Guanajuato. Mientras tanto, Sandra Ramírez, su mamá, prepara el desayuno que se llevarán a la escuela.

Cuando todos están listos, su otra mamá, Diana Isaías, emprende el camino para dejarlos en la puerta del colegio. Vanessa y Santiago tienen dos mamás y desde hace seis años los cuatro forman parte de una familia como cualquier otra; la única distinción es que se trata de la primera familia lesbo-maternal que ha solicitado el matrimonio civil en su ciudad. Y también es la primera a la que se lo han negado porque Guanajuato es una de las 20 entidades que todavía no permite el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Sandra y Diana llevan seis años juntas. Iniciaron su relación cuando Sam le envió una solicitud de amistad en Facebook a Diana. Ella aceptó, y luego de seis meses de noviazgo, comenzaron a vivir juntas. En ese entonces, Vanessa tenía tres años y Santiago estaba en pañales. Ambos son hijos biológicos de Sandra, pero desde que comenzaron a construir la familia que tienen hoy, la crianza ha corrido por parte de las dos. Ahora, todo el barrio sabe, y no parece molestarle, que Vanessa y Santiago tengan la suerte de vivir con dos mamás.

Muchas familias

De acuerdo con la Red de Madres Lesbianas en México, una familia lesbo-maternal puede coincidir con alguno de los cuatro tipos: una mamá que decidió tener hijos sola o una pareja criando a sus hijos de forma conjunta. Incluso, puede tratarse de una familia con tres madres, cuando una pareja heterosexual se separa y ambos vuelven a construir una familia con otra mujer.

Un cuarto tipo es cuando alguna de las dos madres ya tenía hijos de relaciones previas. En este caso, se habla de maternidad por opción, pues la otra madre decide ejercer voluntariamente la maternidad con los hijos de su nueva pareja. A las familias de este tipo se les llama reconstituidas; justo como la que construyeron Sam, Diana y sus dos hijos.

Sandra es una mujer joven de 26 años. Cuando tenía 17 tuvo a Vanessa y a los 20 nació Santiago. Fue en esa época cuando conoció a Diana, quien era hija de la persona que le rentaba la casa donde vivía. En ese entonces, Sandra iniciaba una vida sola junto con sus hijos. Tenía poco de haber salido de la casa de sus padres, luego de separarse de su ex pareja, con quien vivió un tiempo.

Si se le pregunta sobre el tema, Sandra confiesa que siempre estuvo segura de su preferencia sexual, pero vivió con el padre biológico de sus hijos porque “antes era muy mal vista la homosexualidad” y había más discriminación, por lo que no experimentó su gustó por las mujeres hasta que conoció a Diana.

Cuando platican de esa época lo hacen sonrientes. Recuerdan que tuvieron poco tiempo de noviazgo, pero estos años junto a sus dos hijos han sido el complemento de su relación. Esta pareja de madres explica que el proceso de la crianza es similar al de cualquier otra familia: “Hacemos lo normal, lo cotidiano, lo de toda la gente, con la única diferencia de que somos dos mujeres sacando adelante a dos niños. No somos bichos raros”, explica Sandra.

El momento para explicarle a sus hijos por qué en su familia había dos madres, contrario a lo que pensaron, se dio de manera natural, tal como se da en una pareja heterosexual, donde lo importante es el amor entre los padres. “En el caso de Santiago ha sido mucho más fácil, es lo que él siempre ha visto”, comenta Sandra.

En cuanto a Vanessa, platica, no hubo necesidad de explicarle porque es una niña muy inteligente. “Yo sí estaba con el nervio de qué iba a decirle. Sentía que me miraba a los ojos y me quería preguntar. Yo decía‘ ‘¡Ya le voy a decir, ya le voy a decir!’ pero no hubo necesidad porque ella sola lo dedujo”, afirma.

Lesbo-madres. Una familia que rompe esquemas
Lesbo-madres. Una familia que rompe esquemas

Adultos, el problema

A pesar de los temores de Diana y Sandra, los niños disfrutan de tener dos madres. Todos los días de clases, mientras Sam peina a Vanessa, Diana hace lo propio con Santiago. Hace poco les contaron a sus compañeros de clase que ya preparaban el regalo del 10 de mayo para sus dos mamás. Tampoco los vecinos o los otros niños de la familia parecen si quiera darle importancia; por el contrario se sienten únicos por tener dos mamás. El problema, coinciden, son los adultos. Particularmente, los maestros.

A pesar de que nunca habían tenido algún incidente desagradable en la escuela, hace poco se enfrentaron a un acto de homofobia de parte de un docente cuando Vanessa tuvo que entregar un árbol genealógico, un ejercicio para rastrear los orígenes de las familias. Diana cuenta que en esa tarea el maestro de la niña quería obligarla a que escribiera el nombre de su padre en una de las raíces del árbol. “El maestro le borraba el nombre porque había puesto el de sus dos mamás, y le borraba uno, el de Diana”.

Como respuesta, la niña defendía que Diana era su madre, pero el maestro prefería que se pusiera el nombre de alguien ausente desde hace años, o incluso, el nombre de su abuelo. Todo antes que reconocer que Vanessa tiene dos madres. Como la niña colocó el nombre de Diana y Sandra en las raíces del árbol, el maestro de tercer año decidió no revisar la tarea, por lo que Sandra tuvo que asistir a la escuela para hablar sobre el asunto. En respuesta, el maestro exigió que le explicaran la situación, afirmando que debía de tratarse de una hermana de la madre o de su abuela. Cuando Sandra le dijo que se trataba de su pareja el profesor no quiso saber más y desde entonces marginó a Vanessa y a sus madres de las actividades escolares.

Decidir el futuro

Hace unos meses, Sandra y Diana decidieron casarse. El pasado 4 de marzo hicieron la solicitud de matrimonio en el Registro Civil número 18 ubicado en la colonia Las Joyas; cuando recibieron la respuesta, el 25 de abril, se encontraron con que el gobierno de Guanajuato no reconoce su derecho a casarse pues en la entidad el matrimonio es cuando “un hombre y una mujer voluntariamente deciden compartir un estado de vida”. Ante la negativa, Sandra y Diana decidieron meter un amparo para exigir su derecho al matrimonio y a decidir sobre su vida y su futuro. No lo hacen para tener un papel que legitime su relación o que le ponga nombre al núcleo familiar que han construido, sino porque Diana tiene un  trabajo como conductora de camiones en una empresa de paquetería que le ofrece prestaciones como seguro médico, pero hasta que no se case con Sandra no podrá compartirlas con ella y sus hijos.

“Nuestro segundo propósito es que cuando estemos legalmente casadas los niños pasen a tener mi apellido para que tengan todos los derechos”. Se trata, cuentan, de una deseo compartido por toda la familia. “Ellos hasta extraños se sienten de no tener el mismo apellido. Preguntan ‘por qué no nos llamamos como tú’; ellos se quieren apellidar Isaías”, explica Diana.

Ambas están conscientes que el matrimonio y el apellido sólo son trámites y que el amor de su familia está más allá. A pesar de ello quieren que su relación no sea sólo de palabra. “Queremos que todos los huequitos que se tengan que llenar para tener una familia completa estén llenos, en apellido, en amor, en unidad, que realmente estemos completos” dicen las madres.

Mientras tanto, tendrán que esperar de tres a seis meses para que la ley reconozca a su familia y por fin puedan celebrar su boda.

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