En el país hay dos fenómenos de destrucción de la ciudad que han derivado en una organización social muy relevante, considera el arquitecto perito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Cuauthémoc de Regil: el sismo del 85 en la Ciudad de México y las explosiones del 22 de abril de 1992 en Guadalajara.

Sin embargo, señala, en Guadalajara no hemos tenido la capacidad de mantener esa fuerza colectiva para poder confrontar y equilibrar los pesos de las decisiones que deberían nacer de las necesidades de la gente; un aspecto importante en esto tiene que ver con que el barrio de Analco –uno de los que surgió con la tercera y definitiva fundación de la ciudad en 1542– está al oriente de un lugar que conserva en su inconsciente colectivo una frontera imaginaria que se extiende de norte a sur a lo largo de la Calzada Independencia.

“El tema de Analco se vio un poco de reojo por Guadalajara, como todo lo que sucede en el oriente de la ciudad; esa es una de las más grandes desgracias que ha sucedido en esta criollísima ciudad pero lo que sucede al oriente de la ciudad es totalmente olvidado, la ciudad no mira hacia el oriente y esa es una de las peores taras de la sociedad tapatía”, señala el arquitecto.

Sin embargo recuerda que la inédita respuesta que tuvo la ciudadanía en Guadalajara tras las explosiones y después de ir descubriendo todas las irregularidades y la desinformación en torno a ellas “fue una bocanada de aire fresco para todos”.

“Hubo muchas organizaciones muy relevantes que desgraciadamente se fueron diluyendo (…) En el caso de Analco se desarticuló la organización por todo lo que ya sabemos que ha pasado, la negligencia de las autoridades, la manipulación, el cansancio... todavía hoy en día hay peticiones que no se cumplen”, señala.

Recuerda que como perito del INAH, tras las explosiones acudió a una reunión en la que las autoridades intentaban aprovechar lo ocurrido para abrir nuevas avenidas y conectar toda una serie de rutas de trasporte en el centro, algo que –asegura– va contra el urbanismo de una ciudad, su patrimonio y su historia.

Aunque aquel plan no cuajó del todo, De Regil recuerda que dos de las calles más dañadas con las explosiones, la 20 de Noviembre y Gante, hoy son un desastre urbano, poco habitadas, prácticamente olvidadas y desintegradas del barrio.

“No hubo una recomposición del tejido urbano ni social y eses es un impacto nocivo que hace que esa cicatriz siga presente después de las explosiones (…) La sociedad y la gente del barrio ha tratado de organizarse para recuperar el riquísimo legado urbano y social que tienen, pero ha sido muy difícil porque no hay un respuesta proactiva del gobierno”, dice.

La organización vecinal en Analco y la zona de las explosiones fue sólida al principio y se inició una lucha por salvar primero lo más urgente: la vida, la gente perdida, sus propiedades, por recuperarse de la desgracia.

Sin embargo, la falta de respuesta de las autoridades o la dilación en ésta generó que esa organización se debilitara: la reparación del daño sigue siendo incompleta, no se conocen realmente las causas de la tragedia, no hubo transparencia en el manejo de muchos recursos.

“En su momento las exigencias y propuestas de la gente fueron desoídas y hoy, después de tantos años la gente no ha parado aún a pesar de la mediatización de el tema”, señala De Regil.

Aunque se han realizado una serie de inversiones en la zona para mejorar el barrio, las vialidades y las banquetas, De Regil señala que las autoridades siguen actuando igual que al día siguiente de las explosiones: “de alguna manera se siguen tomando las decisiones de la misma manera en el ayuntamiento o en el gobierno del estado: a contrapelo de las opiniones de los vecinos e incluso de leyes y reglamentos, como el municipal de patrimonio o la ley federal sobre monumentos”.

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