Posada sobre el brazo de ese hombre, Peroteña agudiza su vista, extiende sus enormes alas color café y emprende el vuelo en modo de cazadora. La aguililla surca los aires y, cual proyectil, se dirige hacia una paloma. Es inevitable. El acechador toma fácilmente a la presa con sus garras, le da muerte y le quita el plumaje.

Para la aguililla, de seis años, es una segunda oportunidad para hacer lo que sus instintos le dictan. Durante los primeros años de su existencia vivió en un taller mecánico, amarrada a una polea, engrasada de las plumas y en muy malas condiciones.

Los ciudadanos denunciaron el maltrato animal ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) y, ahora, Peroteña trabaja en el  Museo de la Fauna del Parque Ecológico Macuiltépetl, de la ciudad de Xalapa.

“La Profepa la donó. Poco a poco la hicimos cazar y se quedó, para abastecer a los animales del museo de un poco de conejos, palomas, tordos”, explica el presidente del patronato del museo, Sergio Humberto Aguilar, experto en rescate de aves y uno de los principales promotores de la cetrería, que es el arte de enseñar aves rapaces a cazar.

Una labor para mantener el deporte de la cetrería, para rescatar especies, rehabilitarlas e incluso crear conciencia entre la ciudadanía del daño que se hace cuando se tienen mascotas.

“Algunas se reinsertan en su ambiente natural, pero son aves que fueron impactadas por una piedra, por una línea de alta tensión o en un vidrio o las tienen desde pequeñas y, esas, es más difícil reinsertarlas a su medio natural”.

En el museo hay 15 pájaros, desde aguilillas, halcones, zopilotes, gavilanes y búhos, entregados por particulares o donados por la Profepa y la Secretaría del Medio Ambiente. Unos fueron rehabilitados y son utilizados para la cetrería, como una forma de mantenerlos en forma, y otros tienen trabajo en empresas para controlar especies invasoras, como los tordos.

“Es una gratificación muy grande, sobre todo cuando capturan una presa; digamos que es una satisfacción personal y creo que también implica un tipo de superación de verlo como un reto, entrenar un ave para lograr cazar con ella y ya que está cazando con ella, mantener esa capacidad física y mental”, afirma Sergio.

Parado en un área despoblada de caza, asentada a 10 kilómetros de la ciudad de Xalapa, asegura que volver a entrenarlos para cazar es una cuestión relativamente sencilla, porque el ave ya tiene el  hardware  y el  software  para hacerlo.

“En su medio natural, las aves aprenden a hacer muchas cosas, aprenden a perseguir conejos, aprenden a perseguir pájaros pequeños, aprenden a perseguir ratones, ratas. Y cada bicho tiene su método de caza diferente”.

Las aguilillas o halcones se les conoce de diferentes formas, de acuerdo con su edad y la forma en que fueron capturadas: los “niegos” son aquellos que fueron tomados desde el nido; los “rameros” cuando salieron del nido, pero carecen de capacidad de vuelo; los “pasajeros”, que vuelan y cazan con sus padres; y los “zahareños”, adultos totalmente independientes y con mucha experiencia en cazar.

Una vez rehabilitados son expertos cazadores. Cuando lo hacen en grupo, por ejemplo, las aguilillas conejeras se dividen, una baja a perseguir el conejo como si fuera un perro y otra, desde lo más alto, espera que la presa salga huyendo para capturarla.

Hay ocasiones que hacen trabajo individual; de repente ven un movimiento como de algún ratón, bajan y comienzan a tirar garrazos en el sitio donde se presume está la presa y, cuando ésta sale huyendo, lo cazan.

Con la Peroteña en su brazo, animal que podrá llegar a vivir hasta los 30 años, Sergio Humberto confiesa que con el tiempo los pájaros se convierten como en uno de sus hijos, con quienes sufren y lloran sus logros y desgracias.

Es una labor que requiere paciencia, tiempo y, sobre todo, amor. Durante seis meses deben salir a cazar al menos una vez a la semana conejos, codornices, palomas, pájaros pequeños, lagartijas y hasta roedores de campo.

La empleada modelo

Es una de las empleadas más respetadas en la empresa. Su trabajo lo ha hecho con una eficiencia pocas veces vista y ha permitido frenar perdidas de miles de millones de pesos. Su trabajo es disuasivo, pero no duda un sólo segundo en atacar y poner orden.

Se trata de una aguililla nacida en una Unidad de Manejo Ambiental (UMA) y es una de las aves que con eficiencia ha logrado controlar una plaga de tordos (aves en color negro) en una empresa refresquera transnacional, que opera en el municipio de Coatepec.

“Todo mundo cree que los manejos biológicos de ciertas poblaciones de plagas implica matar, pero no, ven al depredador y se dispersan, es una cuestión más disuasiva”, explica Carlos René Barradas Perdomo, ingeniero agrónomo del grupo de cetreros y ambientalistas.

Los tordos, quienes tienen poco respeto por la presencia de humanos, acababan con costales enteros de azúcar y endulzante que se encontraba en las bodegas empresariales, hasta que llegó la aguililla a poner orden.

“En toda la planta hemos tenido resultados. No es extinguirlas, sino en modificar las conductas y que bueno se vayan a otros lados, a desplazarlas”, detalla el especialista con estudios en Agricultura Tropical en el Colegio Superior de Agricultura Tropical.

Durante cinco horas, cada lunes, miércoles y viernes, las aves del Museo Macuiltépetl realizan una labor extraordinaria, gracias a su experiencia en otras industrias, como granjas Carroll, en donde halcones y aguilillas desplazaron con éxito a gorriones.

“Las aves para uno son algo familiar. Llega uno a tener tanto apego con ellas que cuando se pierden las busca uno día y noche, buscando y a veces las encuentra. Las aves se apegan tanto a uno, a la condición de humano, que representan una parte importante de nosotros”, relata Barradas Perdomo.

Con 30 años dedicándose a la cetrería, afirma que sus compañeras acaban por convertirse en una extensión de la vista y en una extensión de un cazador nato, como es el hombre desde la época de las cavernas.

Los años —dice— los han moldeado y les han enseñado que hay que ser muy constantes en la actividad; pero también a descubrir que es algo que les apasiona, como sentir la adrenalina de la caza, ver el atardecer, el sol y el campo.

“Es una actividad milenaria que traemos en nuestro gen”, expresa.

Tica, la maestra consentida

Se llama Tica, es un halcón aplomado hembra con un peso de 280 a 270 gramos. Se ve pequeña, pero a sus dos años comienza a sacar a flote sus grandes talentos de cazadora… y de maestra.

Su nombre viene de generación en generación. Su propietario, Jair Martínez, integrante del patronato del  Museo de la Fauna del Parque Ecológico Macuiltépetl, tuvo una  aguililla de Harris que llamaban Pica. Cuando una niña llegó a ver al halcón le comenzó a nombrar como “Tica, Tica, Tica”, en referencia a la anterior.

Y Tica es una excelente maestra en las escuelas. Jair, junto con otros hombres dedicados a la  cetrería  y al rescate de animales, la lleva constantemente a salones de clases de zonas alejadas para enseñar a respetar a la naturaleza.

“Se les explica que la mayoría son rescatadas. Han estado en jaulas, han tenido problemas, que los dueños les pegan de palazos y ven un palo y se espantan; ven un perro y se espantan. Entonces, hay que adaptarlas o condicionarlas a este medio de cautiverio, en donde se sienten más protegidas por uno”, dice.

Los niños de la sierra, relata, que son totalmente ajenos o diferentes a los de la ciudad, han tenido la gran oportunidad de poder agarrar un ave, de verla volar.

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