Regina Cervantes Teopanzin es indígena nahua del municipio de Zitlala, Guerrero. Tiene 27 años. Trabaja en el campo de ocho de la mañana a las seis de la tarde por 70 pesos. Limpia milpas, desgrana mazorcas, recolecta cañuelas y hace todo lo que le indique su patrón. Tiene dos niños a su cargo: su hijo y una prima quien quedó huérfana tras la muerte de sus padres.

Sin embargo, cuando al salón de fiestas infantiles Los Balconcitos, en Chilapa, llega algún funcionario, un representante de un organismo de derechos humanos o, incluso, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para reunirse con los familiares de los desaparecidos, ella deja el campo y se presenta.

Asiste porque quiere saber dónde está su esposo que desapareció hace más de dos años en Chilapa.

Regina va para todos lados acompañada de Roberto Zapoteco Cervantes, su hijo, un niño de cinco años quien aprendió a buscar fosas clandestinas y reza de memoria las consignas más significativas que los familiares de los desaparecidos lanzan.

Por ejemplo, este lunes Roberto no fue a la escuela porque acompañó a su madre a la protesta que realizaron los familiares de desaparecidos de Acapulco, Chilpancingo, Iguala y Chilapa en Casa Guerrero donde demandaron tres cosas.

Una: impugnar la postulación de Jaime Rochín del Rincón como presidente de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV). Dos: que el gobernador, Héctor Astudillo Flores, los atienda y aumente el presupuesto a la comisión local, porque este año sólo le asignó 9 millones de pesos, cinco veces menos que los 47 millones de pesos que donó a Fundación Teletón. Y tres: que se detenga la violencia.

En la protesta, el vocero del colectivo Siempre Vivos, José Díaz Navarro, definió el perfil de los familiares de los desaparecidos de Chilapa y Zitlala: mujeres indígenas que ante la ausencia de sus esposos han quedado al frente de sus familias.

Pero quedar enfrente de las familias significa proveer solas la comida, escuela, zapatos, pagar los servicios y, además, convertirse en investigadoras, buscadoras de fosas y activistas para dar con el paradero de sus maridos. Hacer todo eso les ha resultado casi imposible a estas mujeres. Muchas ha comenzado a vivir al límite.

Las deudas son lo único que les han crecido. Por eso, la exigencia para que el Senado de la República decrete una emergencia humanitaria en esos municipios.

En ese perfil se ubica precisamente Regina. Desde hace dos años hace todo eso. Trabaja de sol a sol en el campo, se contrata con los campesinos de su pueblo para limpiar mazorcas o desgranarlas y ganar 70 pesos al día.

Los 70 pesos únicamente le alcanzan para comprar tortillas, frijol y para pagar la pipa con agua. Hasta diciembre del año pasado, el ayuntamiento de Chilapa le daba mil pesos quincenales, pero le retiraron el apoyo.

“Nos dijeron que no estuvieran esperando el apoyo, que nos pusieran a trabajar”, cuenta cuando fue por última vez a cobrar con un gesto amargo en el rosto.

Regina no cuenta con ningún apoyo de la CEAV. La comisión no la ha integrado al Registro Nacional de Víctimas (Renavi) porque no la reconoce como víctima, pese a que desde hace dos años denunció en la Fiscalía General del Estado (FGE) y en la Procuraduría General de la República (PGR) la desaparición de su esposo.

Por eso, no cuenta con el apoyo alimenticio, de vivienda y la beca que tanto quiere para su hijo, Roberto, o El Tigre, como lo conocen todos los familiares de los desaparecidos de Chilapa.

Hace un año, Roberto estuvo en riesgo de perder el ciclo escolar. En la primaria Emiliano Zapata, de Zitlala, no le permitían el acceso porque iba descalzo a tomar las clases. Regina no tuvo para comprarle zapatos. Al final lo aceptaron porque el colectivo del que forma parte hizo la denuncia y se cooperaron para comprarle el calzado.

Este año a Regina le preocupa el ingreso de su prima a la secundaria.

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La última vez que lo esperó

El domingo 8 de marzo de 2015 antes de entrar a la terminal de combis y taxis de rutas foráneas de Chilapa, a Roberto Zapoteco Chinito lo detuvo un grupo armado. Roberto es el esposo de Regina.

Ese día, Regina lo esperó hasta la noche, pero llegó. No se alarmó. Pensó que se encontraba tomando con sus amigos.

Sin embargo, al día siguiente lo comenzó a buscar. Fue a la policía municipal de Zitlala, luego a la de Chilapa y nada. Entonces decidió denunciar ante el Ministerio Público la desaparición.

Con los días, las noticias fueron llegando: los compañeros de su esposo le dijeron que hombres armados se lo llevaron. Desde entonces lo busca.

El mayo del año pasado, Regina fue de las mujeres que asistieron a la cita con la muerte que se pusieron los familiares del colectivo Siempre Vivos.

Subió al cerro Loma Larga, en la comunidad de Tepehuixco, en Chilapa a buscar fosas clandestinas. Esa vez, con ayuda de Mario Vergara y Simón Carranza, integrantes de Los Otros Desaparecidos de Iguala, encontraron cuatro cuerpos y 50 fragmentos de huesos. Hasta ahora no se sabe si unos de ellos es el esposo de Regina.

Regina se integró al colectivo Siempre Vivos apenas y se conformó el mayo de 2015, cuando a Chilapa entraron unos 300 civiles armados que tomaron la ciudad, instalaron retenes, catearon domicilios y a su salida se llevaron a por lo menos 16 personas, jóvenes sobre todo.

Pero al colectivo se han ido integrando familiares de desaparecidos en otros momentos. El vocero del grupo dice que tiene registradas unas 140 desapariciones de entre 2013 a 2016 y unos 200 asesinatos. Sin embargo, son apenas unas 60 familias quienes buscar a sus parientes.

Las consecuencias

A Regina buscar a su esposo le ha traído consecuencias. En enero del año pasado tuvo que dejar su pueblo: en tres ocasiones hombres armados llegaron a su casa y tocaron su puerta. En ninguna estuvo, pero siempre dejaron claro a quién buscan: entraban y a golpes preguntan, a los que estuvieran, por ella.

Sin dudarlo dejó su casa. Se mudó a Chilapa. Vivió ahí apenas cuatro meses, no pudo con los gastos, porque eran 900 pesos de renta, más la comida, los servicios y la escuela de su hijo y su prima. Regina regresó a Zitlala.

Ahora vive en espera de saber algo de su esposo, de algún apoyo gubernamental y con el temor de que puedan llegar otra vez los hombres armados a preguntaron por ella.

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